Turequeo

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La semana pasada, un amigo nos llamó, como quien dice con el pelo parado, para comentar: “En este país ya todas las marranas paren trillizos: en la oposición siguen apareciendo precandidatos presidenciales y hoy, faltándonos menos de un año para las elecciones, todavía andaban unos babosos recogiendo firmas para inscribir un partido salvador de la patria”. “Colega, podrían no ser babosos sino entusiastas operarios de la productiva industria del turequismo”, le respondimos, pero dio muestras de no saber a qué nos referíamos.

Ignoramos lo que al respecto cuentan los historiadores, pero la memoria nos dice que escuchamos por vez primera la palabra “turequear” durante la campaña previa a unas elecciones en cuya papeleta figuraban algunas candidaturas de las que se decía que eran piezas montadas por los partidos llamados grandes con el fin de perpetrar algún tipo de fraude en las juntas receptoras de votos. Ni Judas sabrá si aquello era cierto, pero desde entonces la sospecha de haber ejercido el turequeo ha alcanzado a un extenso catálogo de honorables políticos, y los partidos turecas se han convertido en una institución al parecer tan rentable como las bandas organizadas de mercenarios que, al mando de los condotieros y puestas al servicio del mejor postor, marcaron toda una época de la vida política y militar europea.

Avanzado el siglo XX, en Costa Rica se dio el caso de un político que, para dividir a su oposición, financió la campaña de un notable disidente de un partido reputado de ser de derechas. Después de varios meses de honrar el soborno, el cliente quiso suspender los pagos al tureca pero sus asesores le advirtieron que tal decisión podría serle contraproducente. Pidió entonces que le recordaran el monto mensual de la coima y cuando se lo dijeron se limitó a ordenar: “¡Si eso es todo, sigamos pagándole: una limosna no se le niega a nadie!”.

En otra oportunidad, sobre la ola de la revolución cubana se levantó un partido filocastrista que nos parecía sospechoso de ser un artefacto creado por la derecha para desarticular al ya para entonces desgastado Partido Vanguardia Popular. Nada raro: pasada la campaña los dirigentes de aquella aventura dizque de izquierda se realinearon poco a poco en los partidos tradicionales, en los que algunos prosperaron casi hasta la opulencia. Nuestra sospecha se convirtió en certeza muchos años después, cuando uno de los participantes en la conspiración reveló públicamente que, en efecto, se había tratado de un montaje, y de ese modo nos mostraba por qué en Costa Rica el negocio turequero resulta cada día más atractivo.