Tibás desde una moto

Detrás de este repartidor de pizza hay un pintor en potencia que ya hizo su primera exposición, Mi barrio, dedicada al cantón donde nació hace 25 años: Tibás.

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Erick Alberto es repartidor de pizza en Tibás. Flaco, flaquísimo, tiene pinta de nerd con esos anteojos destramados a los que alguna vez se les sentó encima.

Lleva un año como repartidor, un trabajo que le permite usar las mañanas para dedicarse a su pasión: la pintura.

Lo más temprano que entra a la pizzería es a las 10:30 a.m. Por eso, desde las cinco de la madrugada ya está activo en el taller que improvisó en su casa, en la ciudadela Jesús Jiménez.

Erick Alberto Rojas Pérez usa spray para crear sus obras. Es el mismo insumo que alguna vez usó para hacer grafittis en algunos espacios públicos del cantón. Lo aprendió a manejar un día de tantos, a los 15 años, cuando lo pusieron a pintar una moto. Diez años después, por una de esas casualidades de la vida, este tibaseño de 25 años realizó ya su primera exposición de arte.

La llamó Mi barrio y está dedicada al cantón que lo ha visto crecer. La muestra estuvo expuesta en la Clínica Integrada de Tibás hasta el pasado 29 de julio.

Fue el director médico de ese centro de salud, el doctor José Fabio Barquero, quien se topó con la obra callejera de Erick y lo instó a mostrarla al público.

Una cara más pública

Así fue como el artista pasó del anonimato del graffiti a una ventana pública a través de la cual quiere hacer conciencia sobre la necesidad de salvar al cantón. Sin duda, detrás de este repartidor de pizza hay un pintor en potencia y un ciudadano profundamente preocupado por el futuro de su comunidad.

De ahí nacieron las 13 obras en las cuales Erick intentó reflejar un Tibás ideal: sin huecos, basura, rejas ni delincuencia. Él, que nació allí, se ha convertido en testigo de los grandes cambios que ha sufrido la localidad.

La noche del pasado 23 de diciembre, acababa de salir de trabajar, cuando se convirtió en víctima de un asalto: le quitaron la moto, el casco, ¡todo! Los hombres que lo atacaron andaban armados.

Poco después, su hermana también fue víctima de un robo en la propia puerta de su casa, cuando unos tipos le arrebataron el bolso.

“Dios ha querido que yo vea todo esto. Por eso, mis obras tienen mensaje: solo con Dios podemos cambiar esto que estamos viviendo. Sin Él, nada es posible”, agrega el joven, quien a pesar de su juventud, ya es padre de Santiago, de cuatro años de edad.

Erick no está interesado en vender sus pinturas. “Mi único interés es llevar un mensaje”, asegura con fuerza mientras intenta sostener el aro torcido de sus anteojos.

Sus obras son el fruto de su talento y su instinto. No ha recibido clases ni tiene planes de estudiar arte. “Mi arte es callejero y el único instrumento que uso es mi habilidad”, explica, al tiempo que muestra la que juzga como una de sus mejores pinturas, llamada El Parque.

En ella, se ve el antiguo pozo que siempre ha estado en el centro del parque del cantón. Parece una imagen sacada de los sueños: esfumada, idílica.

Su pequeño Santiago se ha convertido en motor de muchos cambios en su vida. Hace pocos años, Erick era visitante asiduo de los bares de la famosa ‘calle de la amargura’, en San Pedro.

Dejó el colegio antes de graduarse y se dedicó a tomar y a “buscar chambas ”. Incluso, vivió varios meses en Sarapiquí, donde trabajó en labores agrícolas. “Tan fuerte era el calor y el trabajo que hacía, que un día me desmayé”, recuerda.

Ahora, está feliz con su moto, distribuyendo pizzas por todo Tibás. Así ha conocido mucho más de cerca la realidad de su cantón y los resultados están a la vista.