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Finalizada la II Guerra Mundial, el oficial de las SS Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz, capturado y puesto a la orden del tribunal que lo condenaría a muerte, escribió antes de su ejecución una especie de testamento en el que consignaba los detalles de su colaboración con el régimen nazi y de su participación en el exterminio masivo de gitanos, judíos, rusos y polacos. Más de 60 años después, el escritor suizo Jurg Amann tomó aquella satánica confesión y la convirtió en un resumen, a manera de monólogo, cuya fidelidad, Amann garantiza, con la siguiente afirmación: “Ante la realidad, toda invención es obscena. Sobre todo, allí donde la verdad está al alcance de la mano”.

En ese texto se muestra la quintaesencia de todo el horror que la maldad humana fue capaz de perpetrar durante uno de los los peores episodios de la historia de Europa. Pero lo más impresionante es el razonamiento final del infame Höss al explicar por qué no se sentía arrepentido. El eje de su argumentación consistió en asegurar que los culpables de las atrocidades que él se vio obligado a ejecutar fueron los jefes del Estado alemán –Hitler, Himmler, Goebels, Goering y otros– pero no el partido nazi (NSDAP). “Mi irrefrenable amor hacia la patria y mi conciencia nacional me llevaron a afiliarme al NSDAP y a incorporarme a las SS. La ideología nacionalsocialista me parecía la única apropiada para el pueblo alemán. Bajo mi punto de vista, el cuerpo de las SS era su mejor valedor y la única organización que iba a permitir que, poco a poco, el pueblo alemán fuera encontrando de nuevo el camino hacia una existencia más adecuada”. Así dice y luego afirma: “Que la opinión pública siga considerándome una bestia sedienta de sangre, un sádico inhumano, un genocida. Las masas no pueden imaginar al comandante de Auschwitz de otro modo; nunca comprenderán que él también tenía corazón y que no era una mala persona”.

No nos sería fácil explicar por qué volvió a nuestra memoria el librito de Amann cuando escuchamos las declaraciones de un alto dirigente del Partido Liberación Nacional quien, a raíz de una reciente puesta en evidencia de la endeblez ética y política del actual gobierno, afirmaba que el PLN nada tiene que ver con la administración Chinchilla. Quizás la culpa de nuestra confusión la tenga cierto taimado amigo que, en tono de turbia ironía, nos pidió que le aclarásemos si las siglas PLN del partido que hace cuatro años postuló las candidaturas a la presidencia y las diputaciones responsables del actual desbarajuste nacional son las del Partido Laborista de Noruega.