Pasar una mañana en el cafetal en busca de aves

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Parece lógico: en un cafetal, el frío se espanta con una taza de café. No crea, el momento duró poco, dado que el reloj de Amilkar Moncada indicó que era tiempo de volver al cafetal.

Tampoco piense que, en aquella mañana de verano, los siete investigadores del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie) buscaban llenar sus canastos con rojos granos. Su objetivo, más bien, era colmarlos de aves.

En medio de los cafetos, con el despuntar del alba, colocaron diez finas redes que medían tres metros de alto por 12 de largo.

Se llaman redes de niebla y están divididas en cinco secciones, cada una posee una bolsa donde reposa el ave cuando cae. “Vamos a acercarnos a la red en silencio, para no estresarlos (a los pájaros) tanto”, advirtió Moncada.

El investigador se detuvo frente a aquel tejido apenas perceptible para analizar por dónde pudo haber llegado el pájaro y así proceder a desenredarlo.

Allan Beer buscó las patitas, luego el pico, las alas y el resto del cuerpo del ave. “Es un soterrey cucarachero ( Troglodytes aedon )”, avisó Beer.

“Es una especie que nos interesa porque es insectívoro y ayuda al control de plagas”, comentó Fabrice Declerck, líder del proyecto de monitoreo de aves del Biodiversity International y el Catie.

De hecho, el Catie va a iniciar otro proyecto de investigación que pretende colocar nidos de esta especie de ave para tratar de aumentar su población dentro de los cafetales y ver si eso tiene un impacto en el control de plagas.

Beer tomó el ave y la introdujo en una bolsa de tela marcada con un número que correspondía a la red donde fue encontrada.

Cerca, y sobre los dedos de Declerck, descansa una reinita enlutada (Oporonis philadelphia) cuya pata lucía un diminuto anillo metálico. “Es una recaptura. Esta es la segunda vez que cae en la red”, dijo el científico.

A la fecha, algunas aves migratorias han caído hasta cuatro veces en las redes. “Vuelan miles de kilómetros, pero regresan al mismo sitio todos los años”, dijo Declerck.

Por lo general, los pájaros que caen en las redes de niebla miden unos 10 cm. Sin embargo, a veces se han encontrado oropéndolas y gavilanes.

“¿Listas todas las redes?”, preguntó Declerk. “Sí”, le respondió Moncada. “¿En cuál red se capturaron más aves?”, consultó el coordinador. “En la red ocho cayeron siete”, contestó su asistente.

En un claro del cafetal, el equipo colgó las bolsas de tela en un alambre que asemejaba un tendedero.

Sobre la mesa había una serie de libros, frascos, balanzas y reglas. Casey Avard era la encargada de ingresar los datos a la computadora conforme se los dictaban.

Cada investigador tenía unos dos o tres minutos antes de liberar el ave. Así fueron tomando las bolsas y realizando las mediciones.

Con solo verlo, Declerck supo que el suyo era una Espatulilla (Todirostrum cinereum). Otros recurrieron a los libros para cercionarse de cuál era exactamente la especie que analizaban.

La presencia del anillo metálico les permite conocer la tasa de recaptura. Si el ave no lo posee, se procede a colocarle uno. Cada anillo tiene un número de nueve dígitos que es único y este pasa a ser como su cédula de identidad.

“Si se hace el estudio por mucho tiempo, la proporción de aves con y sin placa te da una estimación del tamaño de la población. Así podemos ver si esta crece o decrece”, explicó Declerck, y agregó: “También nos permite medir el movimiento del ave por las fincas. Puede que hoy la capturáramos en el cafetal, pero mañana esté en el cacaotal o en una cerca viva. Eso nos da una idea de la extensión de su hábitat”.

Con solo soplarle el pecho, el científico pudo observar características físicas como la calidad de las plumas y si estaba en muda, los músculos y la cantidad de grasa que acumula cerca del cuello.

“Eso es importante para las aves migratorias e indica que están preparándose para volar”, explicó .

Con tan solo ver el cráneo se delata la edad del pájaro. “Cuando nacen, lo tienen muy suave y poco a poco se va osificando. Eso permite saber si es adulto o joven”, dijo el científico.

También se mide el ala. En las aves residentes mide unos 40 cm, mientras que en las migratorias puede alcanzar los 70 cm.

“Cuanto más larga sea el ala, más peso aguanta y puede volar distancias más largas”, comentó Declerck.

Para saber si el animal está en época reproductiva, basta con notar la presencia o ausencia de plumas en su pecho. “Las hembras tienden a perder sus plumas para aumentar el contacto con el huevo y así darle calor”, explicó el investigador.

Por último, se pesan. Para eso, se introduce el ave en un bambú que está hueco. Luego, este se coloca sobre la balanza. “Este pesó seis gramos”, dictó Declerck a Avard.

Con la última medición, las manos del investigador se abrieron y el ave voló libremente.

“Ya pasaron 40 minutos. Es hora de otra ronda”, anunció Moncada. Landon Jones tomó las bolsas ya vacías y caminó por el cafetal mientras los otros seguían analizando aves y procesando datos.

En total, se realizaron cuatro rondas de 6 a. m. a 8:40 a. m. En ese tiempo se capturaron y liberaron 26 aves de 12 especies.

En aquella mañana de febrero, hacía rato el frío se había ido. Sin embargo, en el termo aún quedaba un poco de café.