Lejos, pero en casa

En el Llano de Alajuela hay un hogar de paso para enfermos de cáncer a quienes se les dificultaría venir a San José a recibir sus tratamientos de quimio y radioterapia desde sitios tan lejanos como Upala o Quepos. Este hogar procura hacerlos sentir como en casa.

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–Doña Ofelia: lo que usted tiene es un cáncer en el estómago. En la operación, le sacamos todo lo que pudimos del tumor pero va a tener que venir todos los días a recibir radioterapia.

Ofelia Salazar solo atinó a sostener muy fuerte la mano de Keiner, el hijo de 19 años que la acompañó ese día a recibir la noticia desde Ticabán de Guápiles, en Limón, hasta el hospital México.

Había pasado un año sintiendo esa “llenura” en la “boca del estómago”. De ser una señora robusta de casi 70 kilos, pasó a rozar los 50 kilogramos de peso en cuestión de 15 días.

Algo no andaba bien y el doctor Blanco se lo dijo sin muchos rodeos aquella mañana, cuando revisó los resultados de la biopsia hecha durante la extracción de gran parte del estómago.

– Para comenzar, serán cinco semanas de radioterapia todos los días, le dijo el médico.

“¡Cinco semanas”, pensó Ofelia, y el corazón le empezó a latir con la fuerza que solo produce la angustia de no saber de dónde sacarían el dinero para pagar todos los gastos que aquel tratamiento demandaría.

“¿Venir todos los días?...”, pensó y fue como si sus cavilaciones se le dibujaran en la frente porque el doctor Blanco le preguntó si tenía algún problema.

“¡Pues, claro! ¿Cómo voy a hacer para venir todos los días desde allá? Es mucha plata pagar el bus. Tendría que dejar el tratamiento”, le confesó con esa sinceridad muy propia del campo.

Para su suerte, el doctor Blanco sabía del Hogar de Paso Resurgir, una casa en Alajuela que recibe a pacientes como ella y los atiende gratuitamente mientras reciben quimio o radioterapia en los hospitales de la Caja.

Ofelia no sería la primera ni tampoco la última enferma de cáncer que aquel médico oncólogo referiría a Alajuela.

Como en casa

En el corredor de su nueva casa (el albergue), Ofelia mira el jardín sentada y con las manos sobre sus rodillas. Esa tarde está fresca porque acaba de llover y el agua disipó el calor sofocante del Llano de Alajuela.

“Viera que por mi casa hay un monte, pero un monte que es pura montaña de esa cerrada' Voy a traer un hijito de Tabacón para sembrarlo aquí. A lo mejor pega”, contó.

64 años de edad. Ocho hijos. Seis varones y dos hijas. Los dejó en Ticabán de Guápiles, en Pococí, junto a su pareja de toda la vida, un peón de finca piñera. La señora está a más de cinco horas de viaje en carro desde su casa, pero ya considera a este hogar como parte de su nueva familia.

En su cuarto privado, Ofelia guarda los “cuatro chuiquitas” que se trajo de Ticabán. Ahí se recuesta cada tarde, después de los tratamientos que recibe en el acelerador lineal del hospital México y de la quimioterapia que le inyectan en el hospital Calderón Guardia.

Su habitación tiene una cama para ella y otra para un acompañante, clóset y baño privado. En el hogar de paso le dan comida, le lavan la ropa y limpian el cuarto sin que ella pague “un solo cinco”.

Otras nueve personas están en su misma condición. Todos, colegas de cáncer, vecinos de comunidades muy alejadas, y personas pobres.

Hogar transitorio

La casa alguna vez sirvió de convento, lo cual explica por qué tiene perfectamente distribuidas las habitaciones y cuenta con un comedor y un salón de reuniones.

Se hizo casi pensando en Ofelia, Miller, Martín, Eugenio y otros tantos que hoy reciben la atención de Flor Molina y su equipo de colaboradores.

“Un día, caminando por aquí, vi el rótulo de ‘Se alquila’. No lo pensé dos veces para dar el paso”, comentó Flor.

Profesora de inglés pensionada, Flor tuvo un tumor cerebral maligno hace 12 años. Se considera un milagro viviente.

Fue en esas carreras de cirugías y tratamientos oncológicos cuando Flor se enteró de enfermos que hacían enormes sacrificios para venir a los hospitales capitalinos a recibir terapia contra el cáncer. Ahí surgió la idea que hoy aprovechan pacientes como Ofelia.

De eso ya han pasado tres años. Más de 36 meses rezando todos los días para que se haga el milagro de los peces y los panes, porque el hogar de paso depende, exclusivamente, de la buena voluntad de la gente que quiera donar algo.

“Dios va adelante, abriendo puertas”, responde Flor a la pregunta de cómo se las ingenian para garantizarle a sus moradores la atención que necesitan.

Hay voluntarios que les ayudan a dar soporte psicológico a los enfermos de cáncer, un servicio que no brindan los hospitales públicos. También, recurren a rifas y bingos periódicos para llenar las necesidades mensuales, que no llegan al ¢1 millón.

La ropa que visten hoy Miller Pérez, de 14 años y con leucemia, y su mamá, Juana Pérez, fue donada al hogar. Juana y Miller se vinieron desde Limoncito de Coopevega de Cutris, en San Carlos, Alajuela, solo con lo que llevaban encima.

En tres años, 60 enfermos de cáncer han tenido a Resurgir como su hogar de paso. Todos son pacientes del área de referencia del hospital México, pero la fama ha corrido a otros centros médicos y la lista de espera por un lugar allí, crece.

Entre los planes del hogar está pedir ayuda a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y a la empresa privada para que apoyen la ampliación de este tipo de iniciativas comunales.