Fuenteovejuna en Cuesta de Moras

Hacía tiempo no se presenciaba un esfuerzo tan concertado para silenciar a un periodista

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El expresidente Óscar Arias atacó, con razones equivocadas, la política del gobierno de doña Laura Chinchilla frente a la invasión nicaraguense en isla Calero. La bancada liberacionista en el Congreso guardó silencio. El exmandatario calificó a doña Laura de “gelatinosa”, “blandengue” y “malagradecida”. La fracción oficialista no dijo esta boca es mía.

El columnista Julio Rodríguez defendió, con buenas razones, la política de la Presidenta frente a Nicaragua. Criticó, de paso, las declaraciones del expresidente y señaló la necesidad de preservar la unidad nacional en momentos de tanta gravedad. Don Óscar le contestó con un fuerte ataque y la fracción liberacionista se le unió con inusual entusiasmo. Doña Laura está sola.

Siguiendo el ejemplo del expresidente, los diputados prometen no callar en el futuro. Es una buena noticia. La naturaleza del parlamento es el debate y la de la democracia exige una abierta discusión de los asuntos públicos. Existen, además, muchos temas sobre los cuales están debiendo explicaciones, entre ellos la lealtad de la fracción con el Gobierno, pero esa es harina de otro costal.

Callan y otorgan. Por insondable contradicción, el expresidente ya anunció su voluntad de callar hasta el 2012 y los diputados callan en el momento mismo de anunciar el fin de su silencio. Solo un par de ellos acepta, personalmente, su adhesión al ataque dirigido contra Rodríguez. Los demás están cómodos con la explicación de la subjefatura de fracción: la decisión es de “todos”. No es cierto. Hubo legisladores opuestos al ataque, pero callan y al hacerlo otorgan. Fuenteovejuna en Cuesta de Moras.

Si “en adelante”, como dice el comunicado, los diputados no callarán, es inevitable preguntarse por qué callaron hasta ahora. ¿Quién gobierna sus silencios y, a contrario sensu, sus palabras? Quizá la respuesta esté en otra frase del manifiesto: “Ya era hora de que alguien dijera en voz alta lo que nadie se atrevía a decir”. No es cierto. Rodríguez, como todo participante en el debate público, ha sido blanco de críticas, de buena y mala fe, todas firmadas por sus autores sin reserva alguna. ¿Por qué los diputados no se atrevieron antes? Quizá solo estén en disposición de atreverse “todos a una” y con el ex presidente por delante. ¿O por detrás?

A los diputados nadie les ha pedido callar, pero ellos se lo exigen a Rodríguez. Hacía tiempo Costa Rica no presenciaba un esfuerzo tan concertado para silenciar a un periodista. El subjefe de la fracción califica el manifiesto como una “advertencia” de la bancada oficialista.

Debate en democracia. Los legisladores no parecen entender la dinámica del debate democrático. En él siempre hay tesis contrapuestas y quienes las defienden no lo hacen por creerse dueños de la verdad, sino porque están convencidos de que una aproximación a la verdad saldrá del debate mismo. Los liberacionistas confunden crítica con “injuria” y, en el fondo, parecen empeñados en imponer una verdad, la suya.

El pensamiento subyacente se trasluce en las palabras del diputado Víctor Hugo Víquez: “Julio Rodríguez: escuche y entienda' nunca ha sido electo a un cargo público para que venga a dar cátedra'” La cátedra, pues, pertenece a quienes han logrado el ingreso a una lista de candidatos, como los señores diputados. Al resto de los mortales nos corresponde callar o, mejor aún, aplaudir. Es una aspiración lamentable en un grupo de representantes populares, enviados a la curul por la opinión, expresada en el voto, de millones de costarricenses jamás electos para ocupar un cargo público.

No soy dueño de la verdad y nadie me ha elegido para ocupar puestos públicos, pero ahí les dejo estas reflexiones a los señores diputados, calzadas, como siempre, con mi firma.