¿Especie superior?

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La foto es sobrecogedora. El encargado de un criadero de perros de pelea se inclina, esposado, contra unas latas de metal dispuestas en forma de cerca. Entre las pantorrillas del detenido se apretuja un hermoso cachorro, destinado a la vida más cruel. A dos metros de distancia, un policía vigila detrás de un escudo transparente, de los empleados por la Fuerza Pública para intervenir en manifestaciones violentas.

El perro toma partido por su amo, no por su salvador. Protege a quien pretende torturarlo. ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!, diría el burgalés del Poema del Mío Cid.

Veintitrés perros viven en el pequeño patio, en jaulas de lata construidas sobre el barro. Comparten el espacio insalubre con reses y aves de corral. El dueño dice tenerlos para cuidar la casa, pero todos son aptos para la pelea y 11 de ellos están “diseñados” genéticamente con ese único fin.

Se les llama “mayday” o “barracuda” y nunca antes se había decomisado un ejemplar en el país. Su agresividad es mucha, la caja torácica ancha, para facilitarles la respiración en el curso del enfrentamiento, y son muy resistentes al dolor. Así se mantienen en lucha pese a las heridas y brindan un disfrute más prolongado a los enfermizos promotores del espectáculo.

Las autoridades del Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa) dudan si encontrarles un hogar o sacrificarlos. Podrían ser demasiado peligrosos, por nacimiento, para fungir como mascotas. Sin embargo, el cachorro de la foto se comporta con asombrosa docilidad en las proximidades del amo. Es inconcebible la disposición del dueño a arriesgar la vida e integridad física de tan maravilloso animal.

El contraste captado por la foto de Albert Marín, publicada el jueves en las páginas de este diario, es una fuerte condena moral. Frente a la crueldad del amo, la nobleza del perro adquiere una dimensión conmovedora. Vale la pena circular la imagen entre los diputados para moverlos a la acción. Allan Sánchez, director de Senasa, enfatizó la necesidad de mejorar la regulación vigente cuando un pitbull agredió a la madre y hermana de su criador clandestino en una casa vecina al Colegio de Gravilias, en Desamparados.

Erradicar las peleas de perros vendría a ser, también, una medida de protección a los seres humanos. Los incidentes son ya demasiados y el riesgo se extiende a toda la comunidad circundante. El buen trato a los animales es un signo de civilización. Con la foto entre manos, es difícil dejar de pensar que la regulación propuesta sería, además, una forma de cerrar la brecha entre nosotros y la especie que, en ocasiones como la descrita, da la impresión de ser superior.