En Vela

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

He publicado muchos comentarios sobre los gremios, en particular acerca de las huelgas (ilegales), como medida de presión para obtener prebendas o beneficios, así como sobre la reiterada oposición a reformas legales que, de alguna manera, según sus dirigentes, pudieran afectar sus privilegios o prerrogativas.

En esta dimensión crítica del periodismo profesional La Nación ha sido congruente, pese a la reacción contraria de los dirigentes sindicales o de las diversas asociaciones. La vía más fácil y cómoda, en estas circunstancias, ha sido el silencio, la indiferencia o la complicidad. Esta ha sido la estrategia seguida en Costa Rica por los partidos políticos y, en general, por la prensa frente a las huelgas. Peor aún, el finiquito o desenlace de una huelga se ha descrito, por mucho tiempo, como un triunfo de la democracia y del pueblo, sin ahondar en su legalidad o en sus graves consecuencias legales, económicas o morales.

Ahora estamos comprobando, en carne propia y ajena, los efectos de esta conducta medrosa y, ¿por qué no?, antipatriótica e interesada. Las huelgas no han sido, como propalan los dirigentes y no pocos profesionales de copetín, una expresión del “pueblo” ni, mucho menos, un instrumento de reivindicación social, sino, al contrario, un atentado contra la ley, la justicia social y los sectores más pobres del país. Los sectores más pobres no pueden hacer huelgas porque no están organizados y, al fin de cuentas, son los que pagan los platos rotos.

¿A qué viene todo esto? A un cambio de apreciación en nuestro país en relación con las huelgas y con su más frecuente modalidad: el bloqueo de las vías públicas. Al parecer, tras tantos años de alcahuetería y complicidad, la gente está mostrando su hastío. La prepotencia de los gremios, sin importar su relevancia política, económica o profesional, no debe continuar. Las instituciones públicas y las calles no son propiedad de unos cuantos dirigentes ni escenario de sus pretensiones.

En este itinerario de abuso gremial y de cansancio popular sobresale la estrategia del gremio de los profesionales de la medicina o, mejor, de sus dirigentes, que ha quedado al descubierto con pruebas irrefutables. Hago hincapié en la palabra “dirigentes”, pues sé distinguir entre la mayoría de los médicos, honra del país, y los dirigentes que han abusado de su poder. Las denuncias que, en estos meses, se han hecho contra estos dirigentes deben llenarnos de pena y deberían suscitar una reacción en este gremio.

Los gremios deben retornar a las fuentes de la legalidad y la solidaridad, lo que solo se logrará mediante un cambio en su dirigencia.