En Guardia

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Voy a tratar de resumir las conclusiones del debate entre los candidatos a presidente y vicepresidente de la República en EE. UU., así como los comentarios posteriores de los analistas, muy enjundiosos por cierto.

Lo primero es reconocer que cuando una elección es muy reñida, los debates sí cuentan. La diferencia entre republicanos y demócratas es menos de un 1%, ubicada dentro del margen de error. Pocas semanas atrás Obama lideraba por un 3% pero, ahora, Romney le dio vuelta a la tendencia y lo supera por 0,1%. El viraje, según los críticos (pundits), se debe a su buena preparación y desempeño, y al deslucido papel de Obama.

Luego vino el de los aspirantes a vicepresidente. Los demócratas, heridos, enviaron a Joe Biden a “vengar la afrenta y enderezar la lid”. Entró con los tacos al frente, para usar una expresión (poco) deportiva. Asedió, acosó y pretendió descalificar a su contrincante republicano, Paul Ryan, con tal arrogancia que, más bien, hizo desmerecer sus propios argumentos. Ryan, en cambio, fue más tranquilo y respetuoso, y logró plasmar su planteamiento de fondo y diferencias entre ambos. Para CNN y The Economist el debate fue un empate. Yo concuerdo. Fox News se inclinó por Ryan, al igual que varios sondeos tras el debate.

Como el récord de Obama no le ayuda en su campaña (bajo crecimiento económico, poca generación de empleo, reciente aumento de la planilla, déficit elevado, clientelismo fiscal y tributario, la deuda oficial excede el 100% del PIB, política monetaria expansiva y poco efectiva en la reactivación, y debilidad en política exterior), centró su campaña en ataques ad hóminem. A Romney lo tildó de insensible, mentiroso y favorecedor de los ricos, y a Ryan de incompetente, incapaz de dirigir el país en temas cruciales como política exterior y el eventual rol de comandante en jefe. El debate, sin embargo, reveló lo contrario.

Romney mostró talante presidencial: asertivo, combativo pero respetuoso y convincente en su capacidad para dirigir la economía. Defendió la necesidad de controlar el gasto, reducir impuestos para aumentar el ingreso disponible y estimular la demanda agregada, y aseguró poder ejercer más liderazgo internacional.

Ryan agregó que, de gravarse más a los ricos y clase media, como pretende Obama, apenas alcanzaría para fondear al Gobierno por 93 días, contrastando esa demagogia con la necesidad de reducir erogaciones. Dijo no a “Obamacare”, y en política exterior sorprendió por su detallado conocimiento.

Esta noche se enfrentarán nuevamente los principales. Obama, presionado por sus bases y los sondeos, está obligado a jugar mejor y anotar. Veremos si hace las de la “sele”.