En Guardia

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El evento político más relevante de este año ha sido, sin duda, la declinación del líder del Movimiento Libertario, Otto Guevara, de sus aspiraciones presidenciales para 2014. Abrió nuevas e interesantes posibilidades para consolidar una coalición de partidos de oposición.

¿Por qué razón declinó don Otto lo que ha sido su perenne razón de ser? Él lo explicó en estos términos: “El hecho de que mi nombre estuviera siendo citado permanentemente como una persona con intenciones presidenciales está afectando los puntos de encuentro entre diferentes actores de diferentes partidos políticos”. Derrotar a Liberación –pienso que dice– bien vale una misa.

Claro que los precandidatos de los otros partidos de oposición celebraron su decisión, pues ninguno de ellos, por sí solo, mueve la aguja electoral. Aspirantes como Pedro Muñoz en el PUSC, Luis G. Solís en el PAC, o los aún por definir en el Frente Amplio, no han podido concitar un número suficiente de electores como para ser tomados en serio. Y, sin embargo, pretenden ser los arquitectos de la posible unión. Como dice con humor don Armando González, sería la alianza del margen de error.

Pongamos, entonces, las cosas con crudo realismo. Si los líderes naturales –Otto, Ottón y Calderón– ya no están en la jugada por decisión propia, no habrá delantero capaz de anotarle un tanto a Liberación. ¿Tendría, entonces, sentido ir a una convención abierta de partidos de oposición con jugadores de segundas divisiones para enfrentar al campeón nacional, como propuse hace algunas semanas? Ya no. Las cosas cambiaron. Sería una convención de perdedores. Hay que barajar nuevas estrategias, pues también hay nuevas oportunidades.

La coalición debe fraguarse entre partidos y no entre precandidatos (que solo velan por sus intereses personales) y basarse en una plataforma programática limitada y flexible, respetando las respectivas diferencias ideológicas. Que cada uno se reserve el derecho a elegir diputados y otros puestos para preservar su filosofía, y valorar si conviene celebrar una convención para escoger candidato(s). Una convención sería desgastante, dispendiosa, y brindaría municiones al oficialismo. Mejor reservar eso recursos y esfuerzos para la batalla final. Me gusta mucho la idea de atraer a una persona nueva, capaz, honrada y visionaria, aunque nunca haya incursionado en política. Para escogerla habría que integrar una comisión pluripartidista encargada de seleccionar una lista –uno por cada partido– y seleccionar el líder a dedo (o con alguna otra metodología aceptable; sorteo, por ej.). Y luego tratar de persuadir a esa mitad del electorado, ávida de una nueva figura.