El miedo a lo desconocido

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

EditoraLo admito: siento terror ante el frío, quizá por tener este cuerpo de talla petit, que no me protege mucho, o porque nunca me había preocupado por buscar la ropa adecuada, y en años previos la pasé realmente mal con simples “sudaderas” en sitios como San Petersburgo o Nueva York.

Lo cierto es que, desde hace años, esta tica tiembla de solo pensar en un termómetro con temperaturas cercanas al cero.

Cada vez que me he sincerado con este cuento, la gente me sonríe mientras disimula la cara de “está loca”.

Sin embargo, ayer amaneció nevando y, al abrir la ventana del hotel, me paralicé por unos segundos. Dentro había calefacción, pero yo ya había comenzado a temblar.

Respiré pausadamente y empecé a sacar toda la ropa que tenía. Cuando vi esa montaña de cosas, me percaté del absurdo: ¡es matemáticamente imposible ponerse todo eso encima!

Lo que siento es un miedo irracional, y hasta debería darme verguenza compartirlo, pero es real en sus consecuencias.

Esta columna no intenta ser una terapia pública, sino una reflexión de cuánto tememos los seres humanos a lo desconocido; o sea, a sentirnos vulnerables ante situaciones y temas que nos resultan ajenos o que no estamos habituados a manejar.

Más frecuentemente de lo que admitimos, el miedo nos provoca hacer cosas estúpidas.

El miedo es un contendiente traicionero y perspicaz, ciertamente. Puede hacernos flaquear y emitir juicios precipitados y actuar erráticamente.

En la mayoría de los casos, para lidiar con el miedo inventamos prejuicios que legitiman nuestra ignorancia, y hasta creo que así damos lugar al racismo, la xenofobia y la homofobia.

En fin, así evitamos todo aquello que se salga del canasto de nuestra comprensión.

Por eso también, a veces ofrecemos mucha resistencia a los avances de la ciencia: nada más piénselo.

Para mí, un buen chocolate caliente y una cucharada de raciocinio. No permitiré que mi miedo al frío me detenga: no esta vez. Lo cierto es que, sean cuales fueren las razones, usted tampoco debería dejar que sus temores lo detengan.

“Lo mejor que uno puede hacer es identificar sus miedos y encontrar los argumentos racionales para desarmarlos”, me dijo ayer una psicóloga de la Universidad de Stanford con quien compartí un café.