Cuestión de pitos

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Esta es una historia sin moraleja sobre la idea del progreso. Ella se llama doña Matilde y lo breve y casual de nuestro encuentro no impidió que me expresara su tristeza por estar a punto de dejar la casa de toda su vida a causa de la rehabilitación de la vía férrea que pasa por el frente. Cuando ella iba a la escuela, en su grupo era la única niña que vivía “por la línea” y, como el primer tren de pasajeros pasaba muy temprano, era siempre la primera en llegar a clases. Curiosamente, ella, tan relacionada con aquel ruidoso medio de transporte, nunca viajó en tren: no le hizo falta porque el cruce con la carretera por donde circulaban los autobuses estaba mucho más cerca que la más próxima parada del ferrocarril y, además, “el tren era solo para viajes largos”.

“Los trenes peligrosos”, explicó, “eran los de solo carga, que no tenían horario fijo”. La gente hablaba de varios accidentes graves ocurridos en la zona, pero ella había sido testigo, de lejos, de solo uno: el choque de un tren con un autobús dentro del que había muerto un maestro de música de Tibás. Recordó que hasta hace pocos años aún había en el sitio una cruz conmemorativa de cemento que fue eliminada para instalar una nueva señal de alto. Fue irónico que aquella tragedia no le impidiera casarse, cuando le llegó el día, con un herediano que también era maestro de música, lo cual añadió un temor a su convivencia con la línea.

Por esa razón no lamentó que un día dejaran de circular los trenes, pese a que el descuido en la vigilancia transformó el barrio en un sitio bastante peligroso a causa de los delincuentes que utilizaban la vía como atajo para huir de la policía. “Vea lo que es la vida, a mi marido no lo mató el tren, me lo quitó el cáncer, pero vivió bastante más”, dijo dándome a entender, creo yo, que ahora, con el retorno de los trenes, los maestros de música vuelven a estar en peligro de morir jóvenes.

Al cabo, buscando una manera de ponerle fin a su historia, me atreví a comentarle: “Pero me imagino que de todas maneras usted está convencida de que la vuelta del tren es algo bueno para la gente”. Doña Matilde se quedó tan callada que di por terminada la conversación, pero antes de que pudiera iniciar mi retirada, confesó: “Vea, es bueno para mucha gente y debería serlo para mí, pero tuve un desengaño. Yo esperaba que con la vuelta del tren me dieran unos grandes ataques de nostalgia, de esos que tanto se disfrutan cuando uno ha llegado a estas edades, pero no fue así. Enseguidita me di cuenta de que con los pitos de ahora los trenes ya no nos despiertan antes de que abran la escuela”.