Chapeau

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Es un libro de 280 páginas y, aunque hasta el momento lo encontraba interesante, todavía no estaba seguro de que lo terminaría; pero en la página 49 comienza un breve capítulo titulado “Un padre y un hijo”, y cuando ya lo he leído siento un nudo atravesado en la garganta y pienso que cualquier lector al que no le ocurra lo mismo debe de haber perdido el alma para siempre. Ahora sé que leeré, hasta la última, cada una de las páginas que me faltan de El infinito viajar, obra del escritor triestino Claudio Magris, publicada en español en 2011 por la editorial Anagrama.

Estando el autor de visita en el monasterio barcelonés de Pedralba, en el que se exhibía parcialmente una de las más importantes colecciones de arte de España, vio llegar a un anciano que llevaba de la mano a su hijo, un adulto evidentemente afectado por el síndrome de Down, que aparentaba tener entre cuarenta y cincuenta años de edad. Se detenían frente a cada cuadro y el padre le comentaba al hijo el contenido de la obra después de leerle el título y el nombre del pintor. Aquí estaba la “Virgen de la humildad”, de Fra Angelico, acá se veía el “Retrato de Antonio Anselmo”, de Tiziano, y más allá colgaba el “Retrato de una dama”, de Pietro Longhi. El hijo, tomado siempre de la mano de su padre, escuchaba atentamente y de vez en cuando hacía un comentario o una pregunta que solo el padre escuchaba y el padre le respondía pacientemente, y lo que más destaca el escritor de Trieste es que el anciano, lejos de parecer agobiado por lo que a todas luces había sido durante decenios su más importante y tal vez única tarea, se mostraba complacido de poder enseñarle a su hijo el amor por los grandes maestros del arte. Llegó entonces el momento en que ambos hombres se situaron frente al cuadro “Retrato de Mariana de Austria, reina de España”, y el padre se agachó para leer el nombre del autor. Se irguió de pronto el anciano y, quitándose el sombrero, se volvió hacia su hijo para decirle en voz alta: “Velázquez”. Concluye Magris: “Tal modo respetuoso y alegre de quitarse el sombrero es un gesto regio, y el evidente placer con que el padre le comunica su entusiasmo a su hijo lo es todavía más. Ese amor paterno y filial hace que estas dos personas se basten, como se basta el amor. Y ante ese hombre, que sin saberlo se convirtió para mí en un pequeño maestro, hay que quitarse el sombrero”.

No se han reproducido aquí las partes más hermosas de esta hermosa viñeta, para dejar a los lectores el placer de ir a la librería o a la biblioteca a sentirlas desde la maestría que desplegó Claudio Magris al escribirlas.