Abuelo de los juegos

Para jugar, no hay límite de edad. Así lo demuestra don Fabio Muñoz, quien a sus 86 años, viaja por las escuelas de San José enseñando a los más pequeños los juegos tradicionales con los que él creció: el trompo, el bolero, la rueda, los yacses y muchos más.

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Con todos sus chunches, cargado de energía y lleno de motivación para enseñar a los más pequeños los juegos de antaño, llegó “el abuelo de los juegos” a la escuela Dante Alighieri.

Ni la edad, ni el cansancio, ni sus canas lograron detener su deseo por compartir con los niños de esta escuela –ubicada en Lourdes de Montes de Oca, en San Pedro–, aquellos juegos tradicionales con los que él creció cuando fue niño.

Se trata de Fabio Muñoz Campos, quien tiene 86 años y un enorme entusiasmo por la vida.

En su rostro se ven las huellas de los años, pero él conserva el espíritu y vitalidad de un escolar.

Mientras esperaba que los alumnos salieran de las aulas, don Fabio se deleitó contando anécdotas y travesuras de infancia. “Cuando era apenas un chiquillo, me escapaba de la escuela para ir a nadar con mis compinches a las pozas que llamábamos la Guevara y la Novillos. Nos encantaba nadar, bueno hacer ‘perrito’, aquellas ríos eran tan limpios... Siempre andábamos haciendo travesuras”, comenta.

Sobre cómo nació esta idea de enseñarles a los niños los principales juegos de antaño, don Fabio asegura que acostumbraba llevar a sus nietos al parque de Curridabat, donde vive actualmente, para que jugaran sanamente, y el resto de los chiquitos se le acercaban para disfrutar también de ese rato de diversión.

La ilusión que vio en los pequeños al aprender esos juegos antiguos, despertó en él el deseo de rescatarlos, yendo de escuela en escuela.

Siempre listo

Tal vez no viste con la formalidad que caracteriza a las personas de su edad; él prefiere la comodidad: tenis, jeans, una camisa a rayas, y su infaltable boina color beige . Ese fue el traje elegido por este coleccionista de gorras para esa cita con el pasado y el futuro.

“Me encantan las gorras y las boinas, las colecciono desde mi tiempo de camionero, cuando manejaba un cisterna. Tuve ese trabajo durante 50 años y siempre ando alguna puesta. Esta, ¿cómo me queda?”, pregunta entre bromas y con cierta coquetería.

Cuando empieza a jugar, es notoria su transformación.

Energía le sobra, y felicidad también. ¿Cómo olvidarse de los juegos, si sus 11 hijos, 24 nietos y 8 bisnietos, lo hacen recordar y revivir a cada instante ese espíritu infantil?

¡A jugar! 

Fue a las 9 a. m. que este improvisado y veterano profesor inició su clase de diversión.

Los pequeños de la niña Ileana Madrigal salieron disparados al recreo, solo que esta vez el tradicional receso sería diferente al de todas las mañanas...

Los chunches de don Fabio comenzaron a salir de sus bolsas. Caballitos de madera, bolsitas con yacses , bolinchas de colores, zancos, trompos, maromeros y la famosa rueda, se esparcieron por los corredores de la escuela.

Estos sencillos aparatos alejaron de las mentes de los pequeños el Play Station, el Xbox, el Wii y hasta la computadora.

Y afloraron los gritos, las risas, los brincos y las bromas.

David, de 7 años, no sabía qué hacer con el caballito de madera y menos con un trompo. Contó que en su casa nunca le han enseñado estos juegos.

“Nunca había visto este ‘coso’, está muy bonito, es la primera vez que juego con algo así”, exclamó el pequeño, montado sobre su corcel hecho de palo de escoba y unas tiras de tela.

A su lado, otros niños se deleitaban tirando de los yoyos, aunque ninguno sabía bien cómo funcionaban.

No muy lejos, algunas niñas intentaban sin mucho éxito jugar con una decena de yacses. Por eso terminó don Fabio sentado junto a ellas y, con un derroche de paciencia, se dio a la tarea de mostrarles la manera de jugar.

Bastaron cinco minutos para que ya las chiquitas contaran y marcaran: “primera, segunda”, mientras tiraban la pequeña pelota al aire, haciendo maromas y tratando de recoger la mayor cantidad de yacses en cada tiro.

“¡Qué lindos estos ‘cositos’!, me estoy divirtiendo mucho. Voy a decirle a mami que me compre unos”, dijo con una gran sonrisa la pequeña Alice, quien también se subió a los zancos, hechos con dos tarros de pintura y mecate. Los dominó al quinto intento y luego fue difícil que accediera a prestárselos a alguien más.

El momento más emocionante se dio cuando el recién bautizado “abuelo de los juegos”  sacó la rueda de una de sus bolsas.

Este sencillo juego consiste en tirar un viejo aro de bicicleta, con una pequeña vara de metal. Lo que para muchos podría ser algo “sin gracia”, causó conmoción en la escuela.

Pero nada dura para siempre y la partida de don Fabio produjo muchas caras tristes.

Sin duda, fue una mañana feliz, viajando al pasado por unos minutos.