‘Vértice de asombros’: el arte sagrado de los haikus

El más reciente poemario de Cristy van der Laat es un texto para reflexionar, pero también para experimentar el deleite estético de las imágenes –simples, acertadas, precisas–, llenas de sugerencias simbólicas y filosóficas

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Editado en España por la prestigiosa Editorial Renacimiento, en esmerada y lujosa cubierta de tapas verdes como el color que representa a los kami, divinidades, espíritus o fuerzas de la naturaleza venerados en la religión shintoísta, el último libro de Cristy van der Laat, constituye una joya literaria de primer orden. Está prologado por el laureado especialista en literatura japonesa y reconocido haijin (escritor de haikus) Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.

Este es el tercer poemario de haikus de la autora. Le preceden: El Libro Rojo de los Haikus Negros (2002) y Cabalgando Lunas (2003), dos poemarios dolorosos, catárticos, desgarradores. El título señala lo que nos encontraremos una vez traspasado el exquisito preámbulo visual y sensorial de su envoltura: un Vértice de asombros.

Un vértice es un lugar de confluencia o de unión de varios planos, en este caso: místicos, filosóficos, estéticos, sagrados, fenómenos que entran en relación de contigüidad con el asombro. Interpreto esta palabra según el término griego thauma: ‘admiración, ‘maravilla’, ‘extrañeza’, considerado, tanto por Platón como por Aristóteles como el origen de la filosofía, pues las cosas o problemas que causan dicha admiración no responden inmediatamente a un orden conocido, sino a un orden trascendente. Este es el punto de engarce o confluencia con el haiku, el cual puede considerarse como una experiencia meditativa a la manera de la filosofía zen y hasta, en algunos casos, como un satori o iluminación cuando su interés se centra en el plano metafísico:

Bosque nuboso...

Un vértice de asombros

se abre en la luz.

Múltiples árboles

de espléndido follaje:

bosque de templos.

Sabiduría.

Equilibrio sagrado.

Bosque primario.

En oposición categorial, lo objetivo, en tensión de opuestos con lo subjetivo, opera en la economía sintética del haiku, en donde es tanto más relevante que el plano expresivo lo que se infiere en el nivel noético, que oculta algo que lo convierte en un fenómeno aparte, un entendimiento distinto que está más allá de la comprensión del nivel expresado por el lenguaje. Es ahí donde incide la visión hierofánica de la haijin Cristy van der Laat con esa instancia indiferenciada de la experiencia del asombro, al lograr que el acto creativo complete la formación del significado en la exégesis e interpretación de ese “otro” partícipe que es el lector.

En este sentido, el texto poético se convierte en un modo de reflexión del sujeto contemplante que hace del lenguaje el medio trascendental de su experiencia del mundo, de la naturaleza, un arrobo casi panteísta o animista cuya prosapia se remonta a las antiguas tradiciones shintoístas profundamente enraizadas en las filosofías orientales.

Algunos haikus parecen coincidir con la apreciación del poeta Basho al afirmar que el haiku es algo que llega en un lugar y en un momento –como si fuera algo tan sencillo–. Expresan situaciones complejas con la levedad y sutileza de los trazos de las caligrafías japonesas. Con frecuencia, la haijin emplea el kigo: un elemento, un pájaro, un fenómeno atmosférico que nos sitúan en una estación determinada del año, en el ciclo eterno de la vida y de la muerte.

Presencia insólita:

irrumpe un arcoíris

entre los árboles.

Torrencial lluvia.

Los granizos abaten

los matorrales.

Según las tradiciones de los haijin medievales, dichos kigos interpretan el mundo en que se manifiestan los dioses. Más allá de la representación fenoménica del universo, de ese mundo que puede ser escrito y leído –pero no aprehendido––, late la idea de la sacralidad que causa asombro. Ya lo dijo Borges: “Consideré que aún en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra”. (La escritura del dios, O.C. I, pág. 597).

No cabe duda de que Vértice de asombros es un texto para reflexionar, pero también para experimentar el deleite estético de las imágenes –simples, acertadas, precisas–, llenas de sugerencias simbólicas y filosóficas. Invita a participar del juego semántico que proporciona el extraño poder de la palabra, en donde el mundo interior de cada haiku se convierte en motivo de la propia interpretación. El resultado es absolutamente gratificante.