Su majestad el Oratorio

‘El Mesías’, de Händel, es el más amado oratorio jamás compuesto

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El término Oratorio significa “habitación” o “sala donde se ora”. Al parecer, el Oratorio fue creado en Roma en 1551 por el sacerdote florentino San Filippo de Neri (1515-1595). El vate organizó una serie de conferencias de historia bíblica y sesiones de oración en el convento de San Girolamo y luego en el de Santa María en Vallicella. Tanto prestigio alcanzaron estas reuniones que merecieron el beneplácito del Papa y pasaron a ser llamadas Congregazioni dell´Oratorio. Palestrina contribuyó con alguna música para estas celebraciones. Es importante resaltar, así pues, que la palabra “oratorio” designó un lugar físico antes de convertirse, junto con la misa y la cantata, en uno de los géneros por excelencia de la música sacra.

En su origen, los oratorios no pasaban de ser laudos espirituales, himnos y otras paráfrasis de textos bíblicos, dispersos entre los momentos de oración y en puntos articulares de las homilías de Neri. El género oratorio nace como una más de tantas acciones religiosas emprendidas contra la Reforma. El primero de que se tiene memoria es La Rappresentazione di anima e di corpo, del gentilhombre y humanista Emilio de Cavalieri (1550-1602), quien a instancias de Fernando de Médicis ejerciera el cargo de Inspector General de la Artes en Florencia. Cavalieri introdujo, según el modelo de la tragedia clásica griega, el rol del narrador, y por su parte el prolífico Alessandro Scarlatti (1660-1725), papá de Domenico -el autor de las sonatas para clavecín- añadió el aria, que posteriormente asumiría un papel fundamental en toda la música sacra.

Irónicamente, esta forma creada para contrarrestar los efectos de la Reforma fue, después de su génesis italiana, cultivada principalmente en Inglaterra y Alemania, gracias al genio de Händel (1685-1759) y de su predecesor Heinrich Schütz (1585-1672), autor de un Oratorio de Navidad que en muchos aspectos prefigura la obra homónima de Bach. El oratorio se convirtió, después de Händel, en un elocuentísimo vehículo para la expresión de los sentimientos sacros y de las historias bíblicas, y para despliegue de un dramatismo escénico que se desarrolla paralelamente a la evolución de la ópera.

Entre Händel y el Oratorio existe una relación de sinonimia: El Mesías (1742), Jefté (1751), Josué (1741), Israel en Egipto (1738) y Judas Macabeo (1746) son cimas en una cadena montañosa constituida por 32 piezas análogas, 19 de ellas compuestas en Inglaterra, que gozaba y sigue gozando de una privilegiada tradición coral.

Después de Händel, el Oratorio devino un evento más bien raro en los opus de los grandes compositores del clasicismo, el romanticismo y el siglo XX. Bach nos legó el Oratorio de Navidad; Haydn dos obras maestras: Las estaciones y La creación; Beethoven, Jesucristo en el monte de los olivos; Schubert Lazarus; Mendelssohn los monumentales Pablo y Elías; Schumann El Paraíso y la Peri; Liszt los poco conocidos Christus y La leyenda de Santa Elizabet; Franck las soberbias Bienaventuranzas; Gounod La redención, Mors et vita y Tobie; Saint-Saëns el Oratorio de Navidad (el tercero después de los de Schütz y Bach), Elgar El reino; y Hindemith Das Unaufhörliche. El oratorio como forma musical ha seguido siendo popular durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI.

Tal cual la historia de la música lo ha configurado, el Oratorio puede definirse a través de los siguientes rasgos: desarrolla musicalmente y por entero un texto literario sobre tema generalmente religioso pero no litúrgico y, en consecuencia, no apto para el culto eclesiástico. Pariente de la ópera, adopta de ella el estilo dramático, el recitativo y la melodía acompañada, pero conserva la riqueza contrapuntística (las frecuentes fugas) de la polifonía vocal religiosa, un elemento completamente ausente de la ópera. Su característica principal son los grandes números corales, intercalados con recitativos que comentan la acción, arias y luego la habitual parafernalia operática: dúos, tríos, cuartetos de gran riqueza melódica, todo ello sostenido por una orquesta profusa, a veces reforzada por el órgano. La presencia, ocasional, de un personaje llamado historicus o recitador, encargado de la explicación y la narración, según el modelo del teatro clásico griego. Esta figura, sin duda anacrónica, fue desapareciendo paulatinamente. El musicólogo francés Paul Landormy propone la siguiente definición: “El Oratorio es una verdadera ópera sacra en varios actos, que acepta vestuario, maquinaria, bailes y oberturas, escrita en lenguaje vulgar”. Landormy exagera la incorporación de los elementos escénicos en el Oratorio. Tales ingredientes son mucho más propios de los oratorios adaptados como óperas, donde cobran todo su sentido, no ciertamente en el oratorio clásico. De hecho, el oratorio puede ser definido como una ópera sin actuación, vestuario, escenografía, telones, ballet, maquinaria, juegos de luces: ninguno de los elementos visuales del género lírico.

El Mesías de Händel es una obra maestra monumental, popularísima en los países anglosajones (el texto está en inglés: Händel trabajó para el Rey Jorge I de Inglaterra, y fue enterrado en la Abadía Westminster con honores de Estado en 1759). La obra celebra el nacimiento de Jesucristo con el irresistible “Aleluya”, donde Händel subraya con su música la acentuación natural de la palabra: un canto de alegría infinita, extática, casi sobrehumana. Es común que se monten versiones de la obra que convocan miles de cantantes y músicos orquestales: el efecto es escalofriante. También se cultiva la práctica, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, de los “sing alongs”: consiste en darle a los asistentes una hojita con los textos de los números corales, de manera que la gente, aún la que no sabe solfeo, pueda participar cantando desde sus butacas (es una tradición sólo concebible con públicos que conocen al dedillo las melodías principales de los coros). El efecto es muy emocionante: nunca he asistido a estas ceremonias musicales sin llorar profusamente.

En Costa Rica se ha ejecutado muy pocas veces El Mesías. Yo solo recuerdo una versión de los años setentas, con Julita Araya (qdDg) interpretando la parte de la contralto. Sería hermoso que nuestro país le diera más acogida a esta música: jamás se escribió cosa tan noble, tan altiva, tan exultante y majestuosa. Es música llena de unción, de fervor, de devoción, de deslumbramiento ante el milagro del nacimiento de Jesús. Händel se eleva en ella a alturas exosféricas, y le da la razón a Beethoven, cuando dijo: “El genio de Händel es grande como el mundo”.