Rufino Tamayo en Costa Rica: la obra del histórico 'mexicano universal' resplandece como siempre

Una exposición en Avenida Escazú ofrece un recorrido por los grabados y pinturas del gran artista mexicano, cuyo vasto legado sigue rindiendo frutos en su país

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“Ese tejido de sensaciones pictóricas que es un cuadro de Tamayo es, asimismo, una metáfora”, escribía Octavio Paz. “¿Qué dice esa metáfora? El mundo existe, la vida es la vida, la muetre es la muerte, todo es”.

El poeta se expresaba con genuina emoción cada vez que tocaba el arte de Rufino Tamayo; su obra era, para él, “un fruto incandescente e intocable”. Apreciaba sus colores francos, sensuales, enérgicos. En su progresiva simplifcación, Tamayo iba recortando detalles, pero amplificando la vida.

La existencia de Rufino Tamayo abarcó casi todo el siglo XX, de 1899 a 1991; su obra también. El gran modernista mexicano, a la par de los muralistas, consolidó un estilo universal pero profundamente enraizado en la historia visual mexicana: sus círculos son los de las vasijas, sus colores los del mercado oaxaqueño, sus figuras, muy suyas, son de todo México.

Una exposición en Avenida Escazú, Rufino Tamayo. Mexicano universal (con obras de la Fundación Ortiz Gurdián y organizada junto con el centro comercial y Banco Promérica), ofrece 63 obras gráficas del prominente artista, una exposición inédita en el país por su amplitud y variedad de periodos representados.

“Está planteado de manera que alguien pueda hacer un recorrido solo, a su tiempo. Hay historia de la vida del maestro, una línea de tiempo que cualquier persona puede consultar, hay aportes sobre las técnicas de grabado diferentes”, explica Karen Clachar, directora del proyecto en el país (y gestora del espacio Artflow).

De los perros aulladores a sus figuras que, como sólidos bloques de piedra, contemplan al espectador que se les acerca, las texturas de Tamayo hablan de un ojo de su siglo y un intelecto ancho y generoso. Más que solo artista en su taller, Tamayo procuró legar a sus compatriotas becas, colecciones y hasta dos museos, uno de arte prehispánico y otro de arte contemporáneo. Hombre de su época, se resiste a irse hoy.

Vívido recorrido

Para conocer a Tamayo, hay que disponerse a apreciar la unidad en la variedad. El cubismo, el fauvismo y el surrealismo se vierten en su obra con igual fuerza que la figuración precolombina, que ayudó a retratar en sus primeros dibujos del legado cerámico, para el Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología. En Mexicano universal, el recorrido empieza por estos grabados inspirados por las vasijas –a cuyos detalles más pequeños presta atención– e intervenidos con vibrantes brochazos azules o rojos.

Luego, a través de retratos, desnudos y animales, entre otras secciones, la exposición permite relacionar figuras y gestos del artista, por más dispares que sean los momentos en que realizó los grabados.

Con Luis Remba, Tamayo desarrolló una técnica particular de grabado, la mixografía, sobre pulpa de papel y con fuertes texturas añadidas con placas. Es la técnica más prominente en esta selección de 63 obras.

De 1937 a 1949, Tamayo y su esposa, Olga Flores, residieron en Nueva York, donde empezó a hacerse conocido, y después, por una década, vivieron en París. Allí se consagró como el primer mexicano que ingresaba al circuito internacional del arte, pero más que eso, entró en contacto con artistas y tendencias que le permitieron depurar su estilo, esa bisagra entre antiguo y moderno que solo era posible en su época.

“Este lenguaje que hizo a través de lo que había practicado en el museo, lo acerca al lenguaje que se estaba explorando internacionalmente, lo cual le permite ingresar al MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York), a bienales… fue el primer mexicano que logró entrar a esa escena internacional. Su interés por buscar un arte universal se refleja en estas obras”, explica Esteban Hidalgo, de Artflow (y quien realiza varias de las minuciosas visitas guiadas, gratuitas también).

“Hacer las cosas simples es más difícil que hacer las más complicadas”, dice Hidalgo. Y efectivamente, en la creciente síntesis de Tamayo hay mucho de práctica y sensibilidad: en algunas figuras, bastan unos cuantos trazos para sugerir figuras humanas en tensión, un par de heridas en el papel para expresar emociones vívidas.

La exposición incluye algunas de las magnéticas frutas de Tamayo, sus sandías desbordadas de rojo. No era mera decoración, sino una decisión política: este era un arte para el pueblo. “Su manera de representar lo popular, y al pueblo, era a través de los colores y los motivos. No era partidario, aunque sí dijo que era político; lo que no quería era que su obra fuera encargada por el Estado”, explica Hidalgo.

En 1990, a pocos meses de su muerte, un periodista le preguntó a Tamayo cuál era su periodo predilecto. “El siguiente, espero”, afirmó. En Mexicano universal está lo más conocido: el perro, la sandía, la mujer. Pero al acercarse a escrutar las texturas y los pigmentos, los sentidos empiezan a imaginar otras cosas con plena libertad. Eso apreciaba Tamayo, la libertad.

La exposición 'Rufino Tamayo. Mexicano universal' está en edificio 205, piso 4 (Texas Tech), de Avenida Escazú. Gratis, se abre de martes a sábado, de 11 a. m. a 7 p. m., y los domingos, de 12 m. a las 6 p. m.

Los sábados, a las 11 a. m. y a las 3 p. m., se ofrecen talleres de pintura, grabado, dibujo, máscaras y estampa para niños (el de estampa es para todo público).

Además, hay visitas guiadas fijas (martes a las 11 a. m. y jueves a las 5 p. m.) y con cita previa, para grupos de 10 o más personas. Tel. 2519-9012. Hasta el 20 de julio.