Escuela de Ballet Ruso: el sueño de dos hermanas que se concretó a pura pasión en Costa Rica

De la mano del coreógrafo ruso Yuri Grigorovitch, director del Bolshoi, desde hace 30 años la enseñanza del ballet tuvo una inspiración especial en el país. He aquí una historia repleta de amor y trabajo por el arte.

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Un sueño, una aspiración, una pasión. Así fue como hace tres décadas, en Costa Rica, empezó a gestarse una idea llena de arte, de creatividad y de amor por el ballet.

En medio de cambios por causa de la pandemia, pero con el estandarte de la calidad siempre en sus entrañas, este mes la Escuela de Ballet Clásico Ruso celebra su 30 aniversario. Bajo la batuta de la directora Patricia Carreras, el apoyo incondicional de su hermana Flor y de la pasión de Maria Monakhova y Anatoly Danilytchev -ambos profesores eméritos del Ballet Bolshoi de Moscú-, la escuela se ha encargado de elevar al máximo la calidad de la enseñanza de este arte en el país.

El sueño comenzó cuando Carreras, después de graduarse de la Universidad Nacional y estudiar danza y ballet clásico junto a su hermana Flor; se dio cuenta de que en el país había grandes maestros de danza contemporánea, pero la calidad del ballet clásico no estaba a la altura de otros países.

“Fuimos creciendo con esa inquietud. Me hubiera gustado poder estudiar ballet a otro nivel, pero era muy difícil en el país”, explicó Carreras.

“Pero bueno, hay quienes si no pueden lograr algo se amargan, pero yo pensé que a mí no me iba a pasar eso, no me iba a amargar; lo que intenté es que otros pudieran lograr aprender más”, agregó.

Y así fue. Inquietas e intensas, apasionadas por el ballet y por el anhelo de enseñar, las hermanas se propusieron una meta que en el momento podría haber sonado muy loca. Ambas le enviaron una carta nada más y nada menos que al afamado coreógrafo ruso Yuri Grigorovitch, quien para entonces y durante 31 años fue el director de la Compañía de Ballet del Teatro Bolshoi, de Moscú.

Las hermanas Carreras apuntaron a mucho, ellas lo sabían. Querían lo mejor de lo mejor, así lo reafirmó Patricia. Como anécdota curiosa, Carreras recordó cuando le comentó a la bailarina cubana Alicia Alonso sus intenciones de contactar al ruso y la diva del ballet la cuestionó.

“Una de las veces que vino Alicia Alonso, con el ballet de Cuba, estábamos en un almuerzo y ella me dijo que por qué no traíamos gente de Cuba en lugar de complicarnos la vida trayendo a alguien de Rusia. Yo le respondí: ‘Doña Alicia, he leído varios libros editados en Cuba sobre la invaluable ayuda que Rusia les dio cuando estaban formando la Escuela Nacional de Ballet y le voy a ser sincera, ¡qué envidia!. Yo quiero tener de primera mano lo que ustedes tuvieron de primera mano’. Ella me entendió”, recordó Carreras.

Enviar la misiva no iba a ser tarea fácil, las hermanas no tenían ningún contacto con las autoridades del Bolshoi. Lo único que tenían era la experiencia de ver a la compañía en presentaciones en Nueva York, Argentina o Brasil. “Yo tenía muy claro que a mí la técnica rusa era la que me gustaba, específicamente el estilo del Bolshoi”, contó Carreras.

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La finalidad de la carta era exponerle al maestro la necesidad que tenía Costa Rica de profesionalizar el arte. La carta se envió y, para sorpresa de las hermanas, hubo una respuesta. Lo que no se esperaban era que fuera de puño y letra del propio Grigorovitch.

“Lo único que pude distinguir de aquella carta fue la firma y supe que era de él, porque le habíamos pedido el autógrafo muchas veces. Flor no lo creía. En ese tiempo mi tío era viceministro de Relaciones Exteriores y le pedí ayuda con un traductor”, recordó Carreras.

En el mensaje que habían escrito las hermanas, le explicaron al maestro Grigorovitch que Costa Rica era un país hermoso, pero que la profesionalización del ballet no se había dado, que había tardado mucho. Ellas le explicaron que necesitaban ayuda para poner una escuela profesional.

La respuesta del experimentado director del Bolshoi, quien durante más de 30 años dominó la escena del ballet ruso y que fue bailarín graduado de la escuela de Leningrado, fue sorpresiva. Él afirmó que estaba de acuerdo en venir a nuestro país para estudiar la situación y sacó un tiempo en medio de unos viajes por Latinoamérica para hacerlo.

Casualmente, el coreógrafo estuvo en suelo costarricense cuando se llevaba a cabo el festival de coreógrafos. Gracias a ese providencial detalle, se pudo dar una idea de cual era el estado del ballet en el país, especialmente el de los niños.

“Sentados en las butacas del Teatro Nacional Yuri me dijo que sí necesitábamos ayuda. A partir de ahí empezamos a hablar de sus ideas, me dijo que necesitaba una pareja de maestros, también un pianista. Explicó que había que tener a alguien que pudiera llevar a un niño de cero a ser un bailarín o bailarina”, contó Carreras.

Poco tiempo después las manos se pusieron a la obra y los pies a bailar. El coreógrafo ruso le encomendó la tarea a dos artistas que conocía bien y que, además, estaban especializados en la enseñanza. De esta manera la idea de tener un programa de formación en ballet clásico, cimentado en la depurada técnica rusa y la tradición y excelencia del Ballet Bolshoi, se estaba haciendo una realidad.

Maestros y puestas en escena

María Monakhova y Anatoly Danilytchev, profesores eméritos del Bolshoi y egresados de esa misma escuela, fueron los encargados de traer la técnica al país. Ellos fueron los emisarios de Grigorovitch.

Desde entonces, los esposos han estado en Costa Rica inyectando todo su conocimiento a la Escuela de Ballet Clásico Ruso, dirigida por Carreras.

Como parte del Ballet Bolshoi, ambos bailarines recorrieron el mundo y participaron en los estrenos de ballets icónicos como Iván el Terrible o Espartaco. Además, en el famoso Instituto Guitis de Moscú, completaron sus estudios en pedagogía del ballet, coreografía e historia del arte, entre otras especializaciones.

“Cuando los profesores llegaron evidenciaron que no estaba bien decir que ‘yo aprendí con fulano de tal y doy las clases así'. No, así no es. Se aprende a enseñar, es toda una profesión. Tuvimos la suerte de que Yuri logró interesar a la pareja, que había entrado desde los nueve años a la escuela del Bolshoi y se habían graduado. Hicieron toda su carrera con la compañía, alrededor del mundo. Además, sabían cómo dar clases porque también habían estudiado para eso”, recordó Carreras.

Con la guía de Monakhova y Danilytchev, la escuela basa su enseñanza en el programa de estudios Método Vagánova, implementado por la bailarina y pedagoga rusa Agrippina Vagánova. En este programa se fusionan elementos del estilo tradicional francés, de la época romántica, con el atletismo y virtuosismo de la técnica italiana.

“El nivel que desde entonces se ha venido imponiendo, no solamente en el aspecto técnico, sino interpretativo y artístico, ha elevado el desarrollo del ballet en Costa Rica. Ha impulsado en nuestro público un gusto cada vez más exigente y crítico por el ballet clásico”, explicó la escuela en un comunicado de prensa.

Pocos años después de la inauguración de la escuela, el público costarricense se vio asombrado con una de las presentaciones más especiales de la compañía. En la conmemoración del centenario del Teatro Nacional se bailó por primera vez, con coreografía de Monahkova, el segundo acto completo del ballet El Cascanueces.

Desde entonces, el escenario del mítico recinto josefino ha sido testigo de coreografías innovadoras y propias de la maestra Monakhova, que han incluido ballets contemporáneos como Pulsaciones, La música, magia poderosa o Las Danzas Polovetsianas de El Príncipe Igor, explicó la escuela en su información.

Otros montajes muy especiales han sido Les Soirées Musicales, La Boutique Fantasque, Noches en los Jardines de España y Tarantella 2000, pero el que más ha calado en el público tico es El Cascanueces, un montaje que ya es tradicional a fin de cada año.

La creación nacional también ha sido parte de la escuela, obras de coreógrafos costarricenses como Francisco Centeno, Julián Calderón (q.e.p.d) o Rogelio López, han enriquecido el trabajo de la compañía. Incluso, estos montajes se han convertido en parte importante del acervo cultural en danza, que la escuela protege con especial interés para las futuras generaciones.

Huella

La escuela ha cumplido con su labor y, para Patricia, el trabajo ha dejado generaciones de bailarinas bien preparadas. De las cosas más importantes, es que su apreciación por el ballet las hace entender que es una profesión.

“También nos ha dejado muy buenas bailarinas, muy pocas la verdad, porque esta escuela nunca ha sido de masas. Desde el primer momento que María y Anatoly llegaron se tuvo muy claro que los grupos tenían que ser pequeños y que la escuela siempre iba a privilegiar la calidad sobre la cantidad.

”Nunca ha sido nada comercial, si yo no hubiera tenido el apoyo financiero de mi hermana e incluso de mi cuñado en momentos muy muy duros, esto no hubiera podido salir a flote”, comentó Carreras.

Otro punto que enorgullece a la escuela es que, desde su nacimiento, ha estado abierta a las colaboraciones y ha propiciado el trabajo de gran cantidad de bailarines de las principales agrupaciones dancísticas de nuestro país, entre ellas: Danza Universitaria, Danza UNA, Compañía nacional de Danza y el Taller Nacional de Danza.

Además, con la escuela han trabajado bailarines a quienes la organización agradece profundamente el apoyo. Nombres como Gustavo Vargas, Jorge Hernán Castro, Gustavo Hernández, David Calderón, Minor Gutiérrez, Jorge García, Diego Rojas, Pablo Rodríguez, Mario Chacón, Leonardo Sebiani, William Jiménez, Jorge Mario Jiménez, José Guevara, Rolando Montero, Carlos Soto, Hiram Quesada, Iván Fatjo, Ronny Marín Minor Thompson (q.e.p.d.) o Francisco Ramírez (q.e.p.d); han aportado su talento y conocimientos para el desarrollo de los y las estudiantes de esta compañía.

Otra arista a destacar es el apoyo que la escuela ha tenido por parte de personalidades mundiales del ballet, que se han sumado a la historia de la institución. Desde Yuri Grigorovich, director y coreógrafo del Teatro Bolshoi de Moscú, hasta la maestra Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba.

Además, con la escuela colaboró el gran bailarín y coreógrafo Julio López, quien montó en Costa Rica algunas de sus obras como La Casa de Bernarda Alba. Imposible olvidarel enorme aporte del Maestro Wes Chapman, exbailarín principal del American Ballet de Nueva York, quien en forma regular trabaja con las bailarinas de la organización.

Por si fuera poco, la escuela ha intentado innovar la enseñanza con la participación de importantes maestros de la escena internacional. Leandro Regueiro, Kiril Radev, Jan Fousek, Félix Rodríguez y María Elena Llorente; son nombres de algunos de los profesores internacionales que han dado clase en nuestro país.

Además, grandes estrellas mundiales del ballet, como las figuras del Teatro Bolshoi, del Ballet Marinsky de San Petersburgo y del Ballet del Teatro Nacional de Praga, han visitado la escuela. Todos ellos han practicado en sus instalaciones y también han dado clases.

El sueño nunca acaba

“Yuri me preguntó: ‘¿Usted entiende que esto va a ser difícil y que va a necesitar de mucha paciencia?’ Yo pensé que iban a ser unos diez años y que todo iba a estar en perfección, pero qué va. Ahora tengo muy claro que es un proceso, yo sé que estoy muy lejos de la orilla de la que salí, pero apenas vislumbro la costa a la que quiero llegar, tengo que seguir nadando”, dijo Carreras.

La Escuela de Ballet Clásico Ruso fue un sueño compartido de hermanas y lo sigue siendo. “Los sueños no han hecho más que empezar. Por supuesto que cada vez que alguna de mis estudiantes baila en un teatro en Europa, por ejemplo, siento que se alcanza una meta, pero se abre una más allá”, agregó la directora.

En ese mismo sentido, Carreras reafirmó la importancia del ballet y del arte para la sociedad costarricense. “Estudios hechos por grandes universidades nos advierten que los niños que no son expuestos al arte en edades tempranas, no van a ser consumidores de arte en edad adulta. Es importante consumir arte, ir al teatro a disfrutar y sentir un espectáculo, pero también hay que entender lo que hay detrás”, dijo.

En sus tres décadas de vida la escuela se ha enfrentado a muchos retos, con el fin de mantener la calidad de su trabajo. En el año de la pandemia, por ejemplo, una de las más difíciles situaciones fue cerrar sus puertas y así suspender el proceso de aprendizaje con sus alumnos.

Sin embargo, en medio de la emergencia mundial de salud, alumnos y maestros de la Escuela de Ballet Clásico Ruso se propusieron no dejar que el arte se detuviera.

La virtualidad fue una gran aliada y con el esfuerzos de todos las clases se mantuvieron. Incluso, el tradicional espectáculo de El Cascanueces también migró a una plataforma digital, con el fin de complacer al público pero también a los estudiantes que durante todo el año esperan el montaje para mostrar lo aprendido.

En detalle

La Escuela de Ballet Clásico Ruso se encuentra en La Uruca, con instalaciones especialmente diseñadas para la enseñanza de todos los niveles del ballet clásico. La escuela recibe en sus grupos de preparación estudiantes desde los cuatro años y cuenta con un con un staff de profesores y profesoras especializados en la enseñanza del método Vagánova, con la supervisión general de los profesores rusos.

Marcela Jiménez, Gustavo Vargas, María José León, Rony Ramírez e Irina Voronova forman parte del equipo docente.

Aparte de su programa profesional, la escuela también ofrece un curso para adultos principiantes, así como diversos cursos para niños, entre ellos Danzas mágicas del mundo. Su trabajo se puede conocer y seguir a través de las redes sociales Escuela de Ballet Clásico Ruso de San José en Facebook y BalletRusoCR en Instagram.