Crítica de música: Brillante regreso de la Orquesta Sinfónica Nacional

En concierto con público, en el Teatro Nacional, el violinista rusonorteamericano Philippe Quint fue solista

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No puedo ocultar mi emoción de volver a escuchar a la Orquesta Sinfónica Nacional, con el Teatro Nacional efectivamente abierto al público y, en este caso, con un solista tan destacado como Philippe Quint. El violinista rusonorteamericano regresa al país, cuatro años después de su primera visita, mostrando nuevamente formidables destrezas técnicas al servicio de una brillante musicalidad.

Por otro lado, el viernes pasado la acústica del Teatro lució sus mejores posibilidades, pero también algunas limitaciones con un escenario ampliado sobre el lunetario para permitir el distanciamiento entre los músicos. Gracias a ello el sonido de la cuerda ganó presencia en la sala y el Stradivarius de Quint (el famoso Ruby, que fuera propiedad de Pablo de Sarasate) sonó espléndido.

El concierto para violín en re mayor de Chaikovsky, aunque catalogado como intocable por algunos solistas de la época, es una de las obras que mejor reúne el ideal decimonónico del virtuosismo interpretativo con la emotividad expresiva característica de la música rusa. Es en estos dos ámbitos en los que Quint se mueve con maestría.

Un acompañamiento rítmicamente preciso y a la vez sensible a las dinámicas y fraseo del solista completó una placentera rendición del primer movimiento, en la que, tal vez por la poca distancia con el público, se sintió, no obstante, alguna falta de cohesión sonora. Por el contrario, en el segundo movimiento, la breve y nostálgica Canzonetta, una orquesta totalmente amalgamada dialogó con el solista de manera creativa hasta desembocar en el Allegro vivacisimo final, verdadero tour de force para cualquier solista. En ello, Quint mostró no solamente su tremendo aparato técnico sino una expresividad muy fuera de lo común. Comparto lo que escuché decir en el vestíbulo del teatro a la salida del concierto: toca con la pasión de un auténtico gitano.

Al inicio, a modo de obertura, se incluyó en el programa la pieza Evocación (1980) de Benjamín Gutiérrez, una acertada transcripción propia para orquesta sinfónica de su Improvisaciónpara cuerdas, compuesta unos veinte años antes para la Orquesta de Cámara de la Universidad de Costa Rica, agrupación de la cual Gutiérrez fue director durante algún tiempo. Como la mayoría de su música, Evocación contiene un lenguaje musical que podríamos considerar ajeno a las corrientes vanguardistas de la época, de las que el compositor conscientemente se apartaba en favor de un lirismo neoromántico muy personal y una armonía basada en el uso de superposiciones modales.

En la parte final del programa, St. Clair ofreció una versión plena de colores y contrastes de Los Pinos de Roma (1924), segunda entrega de la llamada Trilogía Romana de Otorino Respighi. Aunque no pueda ser considerada como estrictamente nacionalista, la obra sí que está inmersa en las corrientes ideológicas, de funesta trayectoria, que a principios del siglo XX tuvieron auge en Italia y que proponían un mítico regreso a las glorias imperiales del pasado. De ahí, el majestuoso final en el que una legión romana emerge de entre la bruma en la Via Appia Antica en procesión triunfal hacia el Capitolio. Algunas buccini (trompetas militares romanas) se suman a la sección de metales de la orquesta para este final apoteósico.

A pesar de su nombre, esta partitura no trata sobre árboles, por ello no tenía ningún sentido proyectar fotos de coníferas durante la audición del viernes pasado en el Teatro Nacional. Los pinos son solamente un pretexto literario para enlazar cuatro escenas que tienen lugar en lugares de Roma representativos de la ciudad. Para el inicio, Respighi escogió el parque de Villa Borghese, pero no para retratar el paisaje, sino más bien la jovialidad de niños jugando y cantando rondas y canciones infantiles.

La alegría luminosa de ese primer momento, manifiesta en el uso de registros agudos en la cuerda y madera, se ve abruptamente interrumpida por una oscura representación de las catacumbas romanas, desde el fondo de las cuales se percibe la repetición salmódica de monodías evocadoras de los himnos religiosos paleocristianos. Aquí, por el contrario, predominan el timbre de los instrumentos graves de la orquesta y los metales- con destacada participación del primer trompetista- así como una atmósfera modal que conduce delicadamente a la siguiente escena: Los pinos del Gianicolo, un nocturno de carácter impresionista en el que destacaron los solos de los principales de las secciones de oboe, flauta y violonchelo, pero muy especialmente el primer clarinete con una delicada y sugerente interpretación de la melodía principal.

En resumen, un exquisito concierto en el que, además de la profusión de colores, matices y creativos contrastes, rúbricas de nuestro director titular, se sumaron un excelente solista y una orquesta capaz de estar a la altura y sobreponerse a las limitaciones del momento.

La obra

Viernes 17 de setiembre, 2021

Teatro Nacional, 8:00 p. m.

VII Concierto de temporada, Orquesta Sinfónica Nacional

Carl St. Clair, Director Titular

Philippe Quint, violín solista

Obras de Chaikovsky, Respighi y Benjamín Gutierez