Zapping: Yo quiero ser Olivia Pope

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Al momento de titular esta nota, una amiga me sugirió que entrecomillara la frase o la escribiera con signos de pregunta. Tal es el intimidante calibre de este personaje seductor que desde la primera temporada impuso el mejor estereotipo de mujer –desde Carrie Bradshaw de Sex and The City –, y que se nos ha ido desgranando a lo largo de las tres temporadas y pico.

Sigo pensando que yo quiero ser Olivia Pope y, adrede, dejé el título chingo.

Scandal , drama ficcional y vicio inducido por mi hija de 16 años, tiene esa curiosa capacidad de irnos “secuestrando” hasta que caemos en cuenta de que estamos consumiendo decenas de episodios de un tirón y, además, con la certeza de que, de ahora en adelante, vamos a seguir vistiendo –para el resto de la vida– de blanco, beige o negro.

Olivia Pope es una abogada experta en manejo de crisis y escándalos. Su misión, y la de su equipo (Los Gladiadores), es proteger y defender la imagen y las vidas de sus clientes élite de Washington, entre ellos, el presidente de Estados Unidos. Olivia es una fixer : resuelve problemas y obliga a las personas a transformarse en lo que ella necesita que se conviertan para poder salvarlos.

Y lo hace de una manera siniestra.

Ella es un personaje fascinante, capaz de incurrir en horribles pecados anexados a actos de enorme generosidad en un mismo contexto. Puede pasar de la ética más pura a las transgresiones más obscenas, y del romance más afectuoso al amor más masoquista.

En Olivia habita una seguridad que transpira cuando maquina, camina o duerme, y tiene esa capacidad única de avasallar con su sola presencia. Todos los espacios en la serie en los que no está Olivia son vacíos. Me atrevo a asegurar que solamente Elijah Pope, comandante de B613 de la CIA y padre de Olivia, tiene la fuerza suficiente para sostener las escenas como lo logra ella.

Olivia miente, manipula y engaña todos los días. Su dieta de subsistencia se basa en palomitas de maíz y vino tinto; este poco a poco se ha ido convirtiendo en un paliativo para su vida de soledad, y se ha ido transformando en un hábito que seduce. No duerme ni descansa, y luce siempre radiante. Inexplicable enigma.

Olivia puede con todo. Usa todas las armas a su alcance para solucionar los enredos más complejos, pero su arma de guerra es la ametralladora con la que escupe sus elocuentes discursos, a los que no les falta ni les sobra una palabra, un aliento, una pausa, una coma.

Se mueve entre las inmundicias de la política como nadie. Podría parecer un personaje que lucha por ser hombre para probarse a sí misma, pero en ningún momento deja escapar el mínimo indicio de masculinidad; en cambio, hace lo suyo en medio de una feminidad envidiable, exhibiendo con garbo único trajes de Armani y Dolce & Gabana, y los inconfundibles zapatos de suela roja del espectacular diseñador Christian Louboutin.

No nos importa que sea la “otra mujer” del presidente ni que su novio sea un asesino a sangre fría.

A Olivia Pope, todo se le perdona.

Su amor es Fitzgerald Grant, el presidente de Estados Unidos, quien pierde la cabeza y la piel por ella, y la ama de la manera en que todas soñamos ser amadas, o veneradas. Solo él es capaz de desnudar en Olivia su vulnerabilidad, su inmensa intensidad y total sensualidad.

Sus rollos emocionales y sicológicos no son menores. Sigue siendo una mujer con padres brillantes; por cierto, también son asesinos sin escrúpulos. Parece anclada en ese amor obsesivo por el presidente..., y quizá, en el fondo, sabe que es un amor imposible ¿qué mejor forma de disfrazar su preferencia por estar sola? El sueño de irse a vivir con Fitz es una mentira tal, que se la permite como una fantasía para poder seguir siendo ella, dueña de su vida, de sus decisiones, de su alcoba, de su destino.

Yo quiero ser Olivia Pope.