Zapping: “¿Se saben el del tico?”, preguntó el nica

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La concurrencia tiene los llorosos ojos clavados en el regordete intérprete. Micrófono en mano, el señor que todos conocen (diay, el mae sale en tele) suelta su octavo chiste de la tanda, y la gente entiende la señal de que ya es hora de reírse porque el mismo humorista se desternilla de lo que acaba de decir. Inevitable no reírse con él, y de él.

El repertorio del comediante es conocido y predecible, pero a nadie la importa. La mayoría de sus chistes ya son quemados pero el tipazo da risa solo de verlo, así que da lo mismo lo que diga. Al final, lo que importa es el chirote, y en Costa Rica es bien sabido que la gente disfruta de las bromas a costa de las mujeres (“había una güila buenísima y bien tontica”), de los discapacitados (“había un ciego”), de los homosexuales (“había una loca”), de los enfermos (“había un borracho”) y, desde luego, de los extranjeros (“había un nica”).

Sacarle chistes a los nicas es parte del humor costarricense. Lo ha sido desde que tengo memoria. Cuando era niño era un rollazo sentarse a ver La dulce vida , programa de Canal 2 en el que toda suerte de cuenta chistes probaban suerte con sus chascarrillos. Y muy rara vez el show terminaba sin que antes alguno de los participantes se echara “uno de nicas”.

Nuestro humor siempre ha sido xenofóbico, y no nos molesta. Televisoras y grupos radiofónicos han abierto sus mejores horarios a una colorida gama de humoristas (pachucos, les decíamos antes) para que entretengan a la audiencia con chistes que hacen mofa de la condición migrante y de pobreza de muchos nicaragüenses, especialmente de aquellos de menor nivel educativo.

El chiste del nica que vendió el televisor para poder comprarse un DVD siempre nos pareció “buenísimo”... hasta el día en que nos dimos cuenta de que en Nicaragua lo contaban con una variación: el tonto del cuento es tico.

Los ticos sabemos reírnos de nosotros mismos. Ser el país más feliz del mundo no es gratuito: la nuestra es una nación que se chotea, que aprendió a no tomarse muy en serio, y donde poner apodos es considerado un arte.

Lo que no se vale es que otro se burle de nosotros. Ahí sí que somos capaces de resucitar a Juanito Mora.

Reynaldo Ruiz es nica y se burla de Costa Rica. En realidad lo hizo hace seis años, cuando grabó el rústico video que le valió que nuestro gobierno le impidiera el ingreso al país días atrás. Cierto que sus chistes son bastante corrientes –casi tanto como el lenguaje que usa– pero en la esencia poco se diferencian de lo que solemos oír y ver acá en chinamos, manicomios, veranostoreados, topes, y megabares.

El cerrar fronteras contra un humorista “indeseable” crea un precedente temible, más en un país como el nuestro que siempre se ha preciado de defender la libertad de expresión. No tenemos que aplaudir ni difundir los malos chistes de Reynaldo, pero sí garantizar que tendrá la misma posibilidad de decirlos entre nosotros que le hemos dado, por décadas, a los bien pagados contadores ticos de chistes acerca de nicas.

Hoy le bloqueamos la puerta a un comediante nica que nos ofende, ¿actuaremos así de indignados cuando el que nos ofenda sea, digamos, un bocón millonario que, de casualidad, ocupe la presidencia de Estados Unidos?