Zapping: Lo que una selfi no dice

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La obra maestra de Kim Kardashian es un libro de fotografías de 448 páginas. Es una colección de selfis. Su título, obvio y poderoso, es Selfish ( Egoísta , 2015). Hay imágenes que definen años enteros, libros que capturan el espíritu de una época. Selfish es uno de ellos, resumen magistral de la vida y milagros de la estrella de Keeping Up With the Kardashians . No lo llamamos “arte”, pero estremece.

Una nueva edición de Selfish se publicó esta semana (la editorial, Rizzoli, se dedica a libros de fotografía y arte). “More Me! (¡Más yo!)”, grita una postalita en la cubierta. Para los interesados: contiene autofotos nuevas, tomadas entre el 2015 y el 2016 y, para los coleccionistas, imágenes captadas en Snapchat y sus filtros y máscaras nuevos.

La mayor virtud de Kim Kardashian la ha hecho célebre: no se avergüenza de nada. En el libro vemos sus años pálidos, a la sombra de Paris Hilton –de quien fue asistente– hasta que la superó en su entronización de la vida banal y acaudalada.

Aparece casi desnuda, su cuerpo exuberante se desborda del marco de la imagen; un día olvida quitarse los lentes de sol al broncearse y se fotografía tostada de sol y con amplios círculos blancos alrededor de los ojos. Siguen los años de gloria: el pico de audiencia de su reality show , el matrimonio con la realeza del rap, Kanye West, las crisis familiares, los hijos, las joyas, la nada.

Muchos artistas hacen de sus cuerpos materia de su trabajo, incluso en el sentido explícito. El cuerpo de Kim ha sido una obra en constante transformación. Ha sido un sacrificio humano en la hoguera de las banalidades.

Kim Kardashian ya no necesita nada material (lo tiene todo), pero, como nosotros los mortales, es vulnerable. Esta reedición de Selfish emerge en el único momento en el que la estrella anhela privacidad (hace un par de semanas, sufrió un asalto a mano armada en París; desde entonces, no sale de casa).

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Selfish es un espejo: cuesta pensar en un mejor reflejo de nuestras ansiedades, sometidas a la presión de un remolino de imágenes en venta. Todos nos queremos consumidos por otros.

Abundan juicios morales sobre los selfis: dicen que son vulgares, deshonestos, frívolos. Son juicios que se quedan cortos porque pretenden que uno no busca nada al tomarse una foto. La selfi da la ilusión de intimidad en una época obsesionada con la “autenticidad”. La exposición a la luz del celular es un ritual que hemos aceptado como necesario, en nosotros y en los otros.

La selfi parece revelación y se le llama “narcisismo”, pero muchas imágenes dicen más por lo que ocultan que por lo que muestran. En 448 páginas de Selfish , nada habla de una vida interior en Kim Kardashian. Eso no vende.

El libro Selfish tiene un precio que yo no pagué (¡perdón!). En su abandono a la frivolidad, es un documento de nuestra era, tan dispuesta a ponerle precio a todo, incluido nuestro cuerpo, que es de mal gusto recordarlo.

Pero la selfi puede ser un acto audaz: así soy, esto soy, a pesar de todo: un acto de liberación. Puede ser frívola e importante, banal y trascendente. La vida vivida para fotografiarla, escribía Italo Calvino, “es ya desde el comienzo conmemoración de sí misma”.

También es una estrategia de supervivencia. “Tu selfi nunca está enfermo, nunca tiene el corazón roto, nunca envejece. No necesita sexo ni comida ni asistencia farmacéutica. Tu selfi es capaz de viajar a lugares que tú no puedes, y te sobrevivirá”, e scribía Rachel Syme en Medium el año pasado.

Aún en los momentos más tranquilos, ser una celebridad que depende de la venta 24/7 del cuerpo debe ser desgastante, solitario. Si algo bueno se puede sacar de la fiesta frívola que es Selfish , y todo lo que rodea a su protagonista, es lo que ya dijo el poeta Walt Whitman: “Me celebro y me canto a mí mismo”. Ahora que todo tiene su etiqueta, su pose, su precio, ¿hay mayor acto de rebeldía que quererse por ser uno mismo?