Zapping: El amor en la televisión es un drama que hiere (pero sana)

El cine comercial estaba ocupado con la grandiosidad del amor y, ahora, la tele nos habla de las maldades del querer

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Tras semanas de tanto odio electoral, he tenido que refugiarme en la ficción de la tele (una vez más) para ver amor.

Después de que Hollywood exprimió para el cine a la comedia romántica, este género dejó de ser rentable para los grandes estudios. Convertidas en el patito feo, las historias de amor se trasladaron al cine independiente en un fenómeno en el que, quizás, ayudaron los éxitos moderados de crítica y taquilla de 500 Days of Summer en el 2009 o de Beginners en el 2010.

En la apuesta experimental de la tele por Internet, la comedia romántica ha tomado una sensibilidad que sería imposible de lograr repitiendo las caras de Sandra Bullock o Katherine Heigl.

Sobre todo si los estudios estaban ceñidos en encontrarles papeles estrafalarios como jefas que compran relaciones con sus asistentes (tipo The Proposal de Bullock) y como asistentes tan desesperadas por una relación con su jefe que sabotean a su hermana (27 dresses con Heigl).

Los últimos cinco años han sido importantes para que canales de cable y servicios en streaming inviertan en creadores apasionados por contar historias mínimas.

Netflix, por ejemplo, contrató los servicios del popular Judd Apatow con tal de crear tres temporadas de Love y los del cineasta alternativo Joe Swanberg para dos temporadas de Easy.

También, Netflix se encargó de salvar la británica Lovesick después de que a la primera temporada le fuera fatal en tele regular.

Amazon estrenó una primera temporada de I Love Dick como la adaptación de una novela del mismo nombre que se convirtió en la comidilla de los círculos artísticos estadounidenses en los noventas por estar, más o menos, basada en la vida real.

En la tele, I Love Dick sigue siendo sobre arte pero saca el mejor provecho de cosas que antes le salían también a las películas de Hollywood: la tensión sexual, la comedia física, la inusual vulnerabilidad de sus protagonistas.

Porque las fórmulas que se añejaron en las películas que querían ganar dinero se renovaron en la tele que quería convocar público de culto.

Las series de comedia romántica resolvieron dejar de lado la exageración de los gestos románticos para concentrarse en las emociones de los pequeños gestos y los pequeños desacuerdos.

Love cerró su tercera temporada en febrero después de dos años en que sus enamorados nunca tuvieron química, estaban ocupadísimos hiriéndose entre ellos. Y no fue hasta bien entrados estos últimos episodios que se reveló que Gus y Mickey se aman porque saben que ambos son odiosos.

El cine estaba ocupado hablándonos de la grandiosidad del amor y, ahora, la tele trabaja con pericia en hablarnos de las maldades del querer: la repetición de patrones tóxicos en Lovesick, la amplitud de sensaciones que compartimos con otros humanos en Easy y hasta lo mierda que es enamorarse del narcisista equivocado como en I Love Dick.

No creo que fuera que empezamos a “hastiarnos del amor” como leí una vez, fue que nos hartamos de verlo tan mal “photoshopeado”. Nos estaban vendiendo que el amor es pura azúcar cuando muy por el contrario: los amores hieren muy a menudo, pero hay que sobrevivirlos hasta que uno sane.