Peter Falk: El último caso del detective tuerto

Aunque destacó en el cine y en el teatro, los televidentes lo identificaban solo por su voz ronca, su aire distraído y el aspecto desharrapado del detective Columbo que siempre atrapaba al criminal, menos al que acabó con su propia vida.

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El crimen no paga. Nadie escapa al brazo de la justicia, aunque sea el de un sabueso bípedo, con aspecto de haber sobrevivido a una inundación, fumador de puros malolientes, con cara de imbécil y para peores tuerto.

Sin más tecnología que su cerebro, armado apenas del sentido común y equipado solo con su capacidad de observación, aquel adefesio de investigador siempre resolvía el homicidio gracias a un pequeño detalle.

Nunca antes la televisión –menos la literatura o el cine– había presentado un detective con ese plante de trasnochado, dicharachero, “malvestido”, hecho un “ay de mí”, con un destartalado Peugeot 403 del año 1959 y una esposa necia de la que siempre hablaba, pero que nadie conoció; es más, ni siquiera él tenía nombre, solo respondía al de ‘Teniente Columbo’.

Quien dio vida a ese personaje fue Peter Michael Falk, un entrañable actor neoyorquino con una vasta trayectoria teatral y cinematográfica que será recordado –bien o mal– por su interpretación del grasiento investigador de homicidios de la policía de Los Ángeles, Estados Unidos.

Tampoco se podía quejar, porque ese papel le granjeó diez nominaciones al Globo de Oro –ganó una en 1973–; por el mismo rol obtuvo cuatro Emmys y a punto estuvo de alcanzar dos Óscar al mejor actor secundario.

Ese mito catódico, que reinó entre los años 70 y 80 del siglo XX, murió a los 83 años en California –el 24 de junio del 2010–, víctima de una neumonía, pero en realidad de algo peor: el alzhéimer.

Sus males se agravaron con una disputa familiar entre su segunda esposa y una hija, empeñada cada una en asumir su custodia porque Peter era incapaz de reconocer el mundo y las personas que lo rodeaban.

Con su primera mujer, Alyce Mayo, estuvo casado entre 1960 y 1976, y adoptó a Catherine y a Jackie; la primera sería detective. En el set de Columbo conoció a la actriz Shera Danese y perpetraron “matricidio” en 1977. Ella tenía 23 años y él 50.

Cuando Peter cumplió 81 años Catherine solicitó a un juez de Los Ángeles la custodia legal de los bienes paternos; alegó que el anciano podía ser “engañado fácilmente para transferir sus propiedades”, en clara alusión a su madrastra.

La hija argumentó que Falk no podía reconocer caras, lugares, situaciones, objetos, satisfacer sus necesidades fisiológicas ni orientarse; tanto que intentó manejar su auto, perdió el control del volante, chocó contra una pared y por poco se parte la crisma.

En una ocasión escapó de la casa y apareció en un barrio de Beverly Hills; estaba desorientado, desaliñado, agitaba los brazos como un atarantado y cuando intentó cruzar la calle un carro casi casi lo envía al otro patio.

Las hienas periodísticas hicieron un festín con el enfrentamiento entre Catherine y Shera. A la primera la expusieron como una hija descorazonada, interesada más en la plata que en la piedad paterna, pues unos años antes Peter se negó a pagarle los estudios universitarios. Shera, en cambio, fue la rubia tonta, la robamaridos y la arpía que se entrometió en la familia.

Por supuesto que Falk era un faldero y mandó al cuerno a su primera esposa, Alyce, para casarse con Shera –una macha apetitosa–, a quien conoció tras filmar con ella seis capítulos de Columbo . Ambos llevaron una relación algo tempestuosa, porque se divorciaron dos veces y la misma cantidad se reconciliaron. “Ella me hace reír” y por eso la amaba.

Más allá de los chismes la jueza Aviva Bobb falló a favor de Danese y le concedió la protección de Falk, considerando que la hija “jamás tuvo una buena relación con su padre”.

Actor en apuros

Un hecho desgraciado removía las entrañas de Peter. A los tres años estaba en el jardín de infantes y llamaron de urgencia a su madre Madeline. Resulta que un médico revisó al niño y le notó un defecto en el ojo derecho. De inmediato lo llevaron al hospital y cuando se dio cuenta despertó tuerto y con un parche. El cirujano le había extraído el ojo porque lo tenía canceroso.

En su biografía, Solo una cosa más , el artista contó: “ cuando me hice más grande me dieron un ojo de vidrio. Estos no son como los de plástico. Cuando hace calor el vidrio tiende a pegarse. En las noches lo colocaba en un vaso con agua y a veces, de descuidado, lo dejaba sobre la mesa de luz y con el tiempo se rayaba”.

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Falk provenía de una familia con raíces rusas, húngaras, checas, judías y polacas. Nació en Nueva York, el 16 de setiembre de 1927; tener un ojo falso no le impidió ser un deportista destacado en atletismo, béisbol y baloncesto.

Con el tiempo entendió que –aparte del ejército– a nadie le importa un rábano si se tiene uno o dos ojos. La armada lo rechazó en 1945 y terminó de cocinero en un buque mercante.

Al año y medio se hartó de la vida de marinero, pasó medio año en Europa y regresó a Estados Unidos para ver qué hacía con su vida. Quiso trabajar en la Central de Inteligencia Americana, CIA, pero lo rechazaron por que durante su estadía en la marina formó un sindicato.

A los 25 años volvió a la Universidad de Siracusa y se graduó en Administración Pública; consiguió trabajo en el Departamento del Tesoro de Hartford, Connecticut, como experto en eficiencia. Era tan bueno que el primer día de labores no pudo encontrar la oficina, y se acostumbró a llegar tarde a lo que fuera.

Sin ánimo de convertirse en un burócrata se le ocurrió ser actor y su padre, Michael Peter, le tendió la mano, arrugó la cara y le deseo buena suerte… nada más.

Ingresó a la escuela actoral de Eva Le Gallienne; ella descubrió su talento y lo conectó con varios agentes artísticos. Dejó el puesto de contabilista y probó fortuna en varias obras teatrales en Nueva York.

Un promotor le dijo que –por su “defecto”– nunca tendría oportunidad en el cine o la televisión. Eso se lo confirmó Harry Cohn, el capataz de Columbia, quien se negó a contratarlo y le dijo: “Por el mismo precio, tengo un actor con dos ojos”.

Para justicias el tiempo. Al cabo de cuatro años lo nominaron al Óscar por su papel del villano Abe Reles, en El sindicato del crimen , al Emmy por la serie La ley y el Sr. Jones . Un año después, en 1961, repitió con Un gángster para un milagro , la última película de Frank Capra, y ganó el Emmy con El precio de los tomates .

En los años 70 trabó amistad con John Cassavettes y formaron una pareja sorprendente con filmes como: Una mujer bajo la influencia ; Mikey y Nicky y Un hombre en apuros .

Lo que proyectó a Peter al estrellato mediático fue Columbo , una serie televisiva detectivesca cuya particularidad era que desde el inicio el público conocía la identidad del asesino. La trama consistía en conocer cómo el investigador desentrañaba el crimen, haciéndose pasar por un pobre despistado para engañar al sospechoso. Cuando este creía haber burlado a la justicia, Columbo le decía: “Una sola cosa más…” y lo desenmascaraba.

El primer ciclo consistió en diez temporadas, entre 1971 y 1978, una secuela de 69 episodios –de 1989 hasta 2003–. La dirección del primer capítulo recayó sobre un novato de 25 años: Steven Spielberg.

Además del cine y el teatro Falk se dedicó a pintar y, una vez al año, exponía en algunas galerías neoyorquinas. Su pasión era dibujar en carboncillo mujeres desnudas, y pasaba hasta 12 o 13 horas seguidas con sus modelos. “Aprecio la forma femenina. El cuerpo humano es una cosa fantástica. No puedo dibujar paisajes ni botes”.

En Hollywood Peter era un misántropo. Prefería la soledad y quedarse en la casa. “A mi mujer le encantan las fiestas. Yo las odio y odio vestirme. Cuando era joven pensaba que la única razón para ir a una fiesta era levantarse chicas. Pero una vez que me casé, no se para qué sirven”.

A los 83 años existía en una especie de limbo. El alzhéimer lo encerró en un laberinto y de sus glorias pasadas solo quedó el polvo, más allá del olvido y el recuerdo.