Página Negra Peter Cushing: El cazador de monstruos

Formó parte del panteón sagrado del horror con sus papeles del Dr. Frankenstein y de Abraham Van Helsing, pero vivió siempre con la esperanza de morir para reunirse con su fallecida esposa.

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Cae la noche como un sudario y las sombras baten sus alas. Entre cruces, tumbas, mazmorras, lóbregos castillos y laboratorios siniestros, una figura caza sin piedad a las criaturas más abyectas y diabólicas. Unas veces es Sherlock Holmes y otras el profesor Abraham Van Helsing.

Ya fuera a pura deducción o a estacazos, en el caso de un vampiro, ningún monstruo –humano o del averno– encontraba tregua cuando su larga mano lo alcanzaba.

Aquel pisaverde inglés, que una vez llegó todo ufano a las puertas de Hollywood, sería una de las estrellas más brillantes del cine fantástico y de terror del siglo XX: Peter Cushing.

Si un hombre vale por la cantidad de sus enemigos, este tenía uno con el que hizo 22 películas y en casi todas le partió el corazón con una estaca, o lo incineró con los rayos de la aurora.

Cushing, como Van Helsing –no el bodrio que hizo Hugh Jackman en el 2004– fue el caballo negro del Conde Drácula , encarnado como pocos por el incombustible Christopher Lee, su amigo desde que filmaron Hamlet , en 1948.

En el libro de Juan M. Corral, El barón de la interpretación , el autor dijo que Cushing le dio a sus personajes un tono teatral, evocando las obras de Shakespeare y los dotó de un aire sofisticado. Peter fue tan popular que según George Lucas será recordado los próximos 350 años.

A lo largo de cuatro décadas, y en especial desde su actuación en La maldición de Frankenstein , grabó 91 películas la mayoría con los Estudios Hammer, especializados en filmes de horror.

Cuando la productora lo contrató para interpretar al científico loco Víctor Frankenstein, en 1957, el cine de terror adquirió una nueva connotación y abandonó el desván de los desechos cinematográficos. En una entrevista comentó: “Yo creo en los personajes que represento y en los extraordinarios líos que organizan”.

Cushing tenía tantos seguidores que el correo británico recibía cientos de cartas dirigidas a él, pero sin dirección, y se las entregaban sin ningún problema; así lo relató el productor Kevin Francis en un documental sobre el actor.

En ese video Francis presenta a la estrella como un caballero, serio en sus papeles, aficionado a la ornitología y al dibujo, escritor para niños y con un solo deseo: reunirse de nuevo con su mujer Helen y su buen amigo el cineasta Terence Fisher. ¡Ambos estaban muertos!

La muerte de su esposa lo deprimió y marcó el declive de su carrera; abandonó la producción de La sangre en la tumba de la momia y afirmó a un periodista: “Desde que Helen falleció no puedo encontrar nada; mi corazón, simplemente ha dejado de latir”.

Cushing tal vez pudo verla el 11 de agosto de 1994, cuando murió en Inglaterra, víctima de un cáncer. Tuvo tiempo para escribir una autobiografía en dos volúmenes, recaudó fondos para investigar su mal; editó un libro de caricaturas propias y un cuento de fantasía.

Criatura nocturna

En Surrey, Inglaterra, donde nació el 26 de mayo de 1913, Peter soñaba con ser Tom Mix, la megaestrella de los western americanos. Su madre, Nellie Marie, alentó los deseos del rapaz; si bien el padre, George Edward Cushing, prefería que el retoño fuera agrimensor como él.

La sangre actoral inundaba sus venas, tal vez porque su abuelo, una tía y un tío habían probado suerte sobre las tablas; así, dio rienda suelta a sus ansias en pequeñas veladas escolares y en su juventud vivió en Londres, gracias a una beca de la Escuela Municipal de Música y Drama, reseñó Tom Johnson en la biografía El caballero del Horror .

En vano intentó ser un burócrata, pues solicitaba reiterados permisos para actuar y devoraba The Stage , una revista especializada en teatro. Consiguió empleo en una firma de topógrafos y en lugar de dibujar mapas y planos, prefería ensayar diálogos frente a ratones y arañas en el ático de la oficina.

Nadie confiaba en sus dotes actorales y pensó que un cambio de nombre le vendría bien; intentó con Peter Ling, pero un productor le dijo que había pocos campos para artistas chinos.

A los 21 años creyó que había llegado su oportunidad cuando Bill Fraser, connotado actor, lo invitó a su camerino. Peter tiró por la ventana sus bitácoras de agrimensor y salió disparado a verlo.

Le fue horrible porque Fraser lo regañó por necio. Cushing había saturado a la estrella con ingentes cartas solicitándole un rol. Ahí mismo cayó desconsolado y lloró, con tanta amargura, que suavizó el duro corazón de Fraser. Esa noche le dieron un corto papel en una obra y así debutó en el teatro.

Durante cuatro años viajó por toda Inglaterra, pero aparte de experiencia nunca ganó un centavo. Más pobre que una rata decidió que no valía la pena enamorar monjas y acudió a su padre para pedirle un préstamo y marcharse a Estados Unidos, a la tierra donde los sueños se hacen realidad.

Llegó a Los Ángeles en 1938, justo cuando el cine sonoro estaba en su apogeo y el teatro rumbo al barranco; así que su bagaje en las tablas no le sirvió ni para vender palomitas.

Sin nada que perder disparó el último cartucho y fue a los estudios de Edward Small, ilusionado con la idea de que James Whale lo contratara como doble de Louis Hayward en el rodaje de El hombre con la máscara de hierro .

Al fin tuvo sus “15 minutos de fama” gracias a una mentirilla, le aseguró a Whale que era un experto esgrimista, cuando en realidad nunca había manejado ni un palillo de dientes.

Parecía que las cosas mejoraban pero se vino la II Guerra Mundial y Peter sintió el llamado del deber y regresó a Inglaterra. Lo asignaron al departamento de drama del ejército dedicado a entretener a los soldados en el frente de batalla.

Fue ahí donde conoció a Helen Beck y en 1943 se casaron. Tras el conflicto la pareja regresó a Estados Unidos y a partir de ese momento despegó – ¡al fin– la carrera de Cushing.

Trilogía fantástica

En los años 50 labró cierta fama al amparo de Lawrence Olivier y Vivien Leigh; trabajó en papeles secundarios con directores como John Houston y Robert Rossen.

Con aquel rostro pétreo, absorbente y enigmático llamó la atención de Terence Fisher, un notable cineasta que daría la vuelta de tuerca al cine de terror, género en el cual terminaría encasillado.

La pequeña productora Hammer Films juntó un trío endemoniado: Fisher, Cushing y Christopher Lee, un novato que daría vida al muerto viviente más famoso de la pantalla: el conde Drácula.

Con ellos grabó la nueva versión del clásico de Mary Shelley y Peter impregnó al barón Frankenstein de un estilo aristocrático, pero a la vez frío, cerebral, cruel, capaz de matar a quien fuera necesario con tal de lograr su obsesión: crear un ser vivo, a partir de cadáveres. Después de La maldición de Frankenstein filmaría cinco más con el mismo tópico, relató David Miller en A Life in Film .

El trío satánico rodaría La Momia , en 1959; y alcanzarían la inmortalidad con las sucesivas versiones de Drácula, que aún hoy ocasionan pesadillas a los cinéfilos por lo gótico de sus escenarios, las colosales peleas entre Van Helsing y el vampiro; tersos cuellos de doncellas traspasados por afilados colmillos; ataúdes llenos de tierra de Transilvania; jorobados horrorosos y estúpidos.

De los personajes literarios Peter interpretó a Sherlock Holmes en el Mastín de los Baskerville , pero hizo una serie de 16 episodios para la BBC en 1968 y en 1984, que algunos expertos consideran superior al emblemático Basil Rathbone.

La ciencia ficción fue otro ámbito de acción para Peter y ahí protagonizó al Dr. Who y su guerra contra los Daleks, un clásico del cine inglés. Su popularidad creció exponencialmente cuando encarnó a Grand Moff Tarkin, uno de los villanos de La guerra de las galaxias . Como Peter tenía los pies muy pequeños durante la filmación utilizó zapatillas en lugar de botas de montar, y todas las tomas fueron por encima de las rodillas o detrás de una mesa.

Ya en el atardecer de su carrera filmó La Casa de las sombras del pasado , en 1982, junto a dos monstruos: Vincent Price y John Carradine.

En 1971 murió Helen y Cushing quedó al garete. El tiempo le parecía interminable; la soledad lo devoraba como las ratas a un cadáver; se volvió un zombie y se fue aislando de sus amigos.

“La única cosa que me mantiene vivo es saber que algún día me reuniré con mi querida Helen. Esa es mi única ambición. Estoy matando el tiempo”, confesó a un periodista.

El impacto del fallecimiento de su esposa lo devastó y trató de suicidarse corriendo como un poseído para inducirse un infarto cardíaco.

La Reina de Inglaterra lo nombró caballero; el público lo adoraba, pero Cushing era un muerto viviente, que había nacido en 1913; empezó a vivir en 1941 cuando conoció a Helen –la esposa– y murió en 1971, cuando ella falleció.