Página Negra: Oliver Hardy, la canción del cucú

Comenzó como cantante, pasó a la gran pantalla y formó con Stan Laurel la mejor pareja cómica del siglo XX. Murió por una severa dieta que lo redujo a un despojo humano.

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La mirada era impagable. Los pupilas como lunas desbordadas; ahítas de consternación, rabia contenida, desesperación abisal y una resignación franciscana ante aquel imbécil que a cada nada lo cubría de harina, le metía un palo de escoba en el ojo o le dejaba caer una marqueta de hielo sobre la cabeza.

En la vida nada es más triste que trabajar con un estúpido; Oliver Hardy –El Gordo– soportó en silencio las ocurrencias de El Flaco –Stan Laurel– que tenía el don de sacarlo de las casillas.

Dicen que Ollie era un gran golfista y, con precisión suiza, a las tres de la tarde paraba la grabación para ir a jugar. Stan, director y guionista de las películas que ambos filmaban, esperaba segundos antes de esa hora para que el camarógrafo captara los ojos frustrados del Gordo: entrecejo fruncido y mirada de tigre hambriento.

El Gordo no tenía porque andar en esas penurias, él procedía de una acomodada familia sureña; su padre – Oliver– fue un veterano confederado que luchó contra los “yankees” abolicionistas e hizo dinero en Atlanta, como capataz ferroviario.

A la buena fortuna, el padre le agregó un matrimonio jugoso, pues se casó con Emily, una rica viuda dueña de varios hoteles. Oliver irrumpió en el planeta el 18 de enero de 1892; al año murió el papá.

Pasó una infancia difícil; pésimo estudiante, intentó culminar la carrera de abogado pero prefirió seguir su vocación de cantante y actor.

Varias veces huyó del hogar con tal de unirse a una tropa de atorrantes teatrales; aunque su madre intentó recluirlo en un internado para varones en Atlanta.

Lo enviaron a estudiar música y canto con un prestigioso maestro, pero Hardy apenas fue a la primera lección; prefirió escaparse y pasar el tiempo en una casa de tolerancia, donde mostraba su talento a las señoritas.

El último intento para enderezarlo fue confinarlo en un colegio militar, pero los rigores castrenses tampoco impidieron que Hardy moldeara su carácter. Finalmente, Emily tiró la toalla y cedió a los impulsos artísticos de su adorado bodoquito.

A los 18 años montó su propia sala de cine y fue proyeccionista, administrador, boletero y misceláneo. Mientras daba manivela a la máquina le tomó el gusto a la actuación y soñaba con estar en la pantalla.

Oliver era un gigantón de 1,90 m y desde niño vivió acomplejado por la obesidad, hasta que vio las cintas cómicas de Roscoe Arbuckle y comprendió que podía ser una estrella.

Para no ser un fracasado decidió marcharse a Florida y ahí consiguió trabajo de cantante nocturno en un cabaret; en el día era actor de reparto en los Estudios Lubin.

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Por cinco dólares diarios interpretó a “Heavy”, un rollizo y torpe perdonavidas; más tarde los colegas lo apodaron “Babe”, por su carota de gordinflón y aspecto de niño bueno.

Pronto adquirió fama de actor versátil, sobre todo en papeles de vaquero rudo y malo, ya fuera en comedias o series dramáticas. Su debut fue en 1913 con Outwitting Dad .

Estuvo tres años con Lubin y en 1916 pasó a las órdenes de Frank Baum; en esa compañía compartió escenario con cómicos de fuste como Billy West, Earl Williams o Jimme Aubrey.

Un perro feliz

Ya tenía en la alforja 200 cortos cuando Hal Roach lo contrató; ahí conoció a su media naranja: Stan Laurel. El Flaco gastaba fama y “nos encontramos de una manera muy espontánea”, recordaría Oliver.

Forjaron un dúo cómico que salía indemne de las situaciones más disparatadas; ocasionadas todas por Laurel, un oligofrénico cuya memez rivalizaba con su estrechez mental.

Para ser justos Stan era el genio y Ollie el segundón. Lucille, viuda del Gordo, confesó que “Ollie creía que no era nada gracioso y solo servía para hacer quedar más divertido a Stan”.

Resentimientos aparte, es un axioma que El Flaco jamás habría existido sin el Gordo, porque Oliver era el único capaz de interpretar al pelo las bromas de Stan: “Sobre todo, si uno tiene que caerse mucho, como yo. Creo que me gané merecidamente mi dinero”, sentenció Hardy.

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Tan bien se llevaron que ganaron un Óscar, en 1932, por The Music Box , en la que los tarados intentaban subir un enorme piano por una interminable escalera. En 1960 Oliver recibiría otro premio de la Academia por su trayectoria cinematográfica.

En el amor le fue regulipeor; tuvo tres esposas. A los 21 años se casó con la pianista Madelyn Shalosin. Le siguió la actriz Myrtle Lee Reeve; el matrimonio fue un calvario por alcoholismo de ella. Con 48 años conoció a la “script” V irginia Lucille Jones.

Para rebajar libras se sometió –a los 64 años– a una dieta brutal. Pasó de 159 kilos a 95; estaba irreconocible, del jugoso gordo solo quedó una estopa humana. Causó estupor a sus amistades, cayó en una depresión y no volvió a salir a la calle.

Meses más tarde y transformado en un saco de huesos y pellejo, el 14 de setiembre de 1956 un derrame masivo lo dejó paralizado; el 13 de octubre volvió a su casa; solo podía mover un brazo, una pierna y no podía hablar.

El Gordo se redujo a un cuerpecillo de 55 kilos, incapaz de reconocer a su amigo Stan, quien pese a estar muy enfermo lo visitó todos los días.

La muerte lo devoró hasta el último gramo. El 7 de agosto de 1957 murió Oliver Hardy. El Flaco musitó: “¿Qué puedo decir? Era como un hermano para mí. Este es el final de la historia de Laurel y Hardy”.