Página Negra Gary Cooper: De vaquero a caballero

Nadie representó mejor al hombre corriente, convertido en héroe por las circunstancias. Esbelto y desgarbado las mujeres lo adoraban, si bien se granjeó fama de bisexual, homosexual, mujeriego y gigoló.

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Aunque vistió muchos uniformes, siempre fue un vaquero. Mirada franca y cara de santo. Lento al caminar y rápido al sonreír. Fue el orgullo de los yanquis… era …¿Cómo decirlo?... tan normal, tan natural… tan… tan ¡hombre!

Además de cazar y pescar, su única diversión fueron las mujeres; las tuvo por carretadas, lo mismo futuras princesas –como Grace Kelly– que camareras. Odiaba socializar y rara vez iba a fiestas; prefería el campo a las ciudad, incapaz de bailar porque parecía tener dos pies izquierdos; detestaba escribir y “nunca leyó más de seis libros en su vida”.

Filmó más de un centenar de películas y ganó tres Óscar. Durante décadas encarnó los valores americanos y al hombre corriente metido a héroe a su pesar. Jamás fue un malvado, solo Gary Cooper. ¡Le parece poco!

Sobre su tumba debería leerse: fue un hombre sencillo. Evitó las falsas poses de divo, las vanidades pasajeras y forjó su leyenda con papeles de vaquero al inicio y de sheriff al final; si bien acomodó su espigada silueta en atletas, pícaros aventureros, marinos, exploradores, médicos o militares.

Como soldado interpretó al verdadero Alvin C. York en Sargento York , de 1941, una película biográfica sobre el héroe norteamericano más condecorado de la Primera Guerra Mundial.

Alvin no quería que su vida fuera llevada a la pantalla, pero aceptó con la única condición de que Cooper fuera quien lo personificara, y solo él pudo encarnar a la perfección la sencillez, la generosidad y el valor del auténtico soldado York, y de todos los que pelearon en la Gran Guerra.

Ese filme le valió su primer Óscar; el segundo fue por A la hora señalada y el último por su extensa carrera artística. Recibió igual cantidad de nominaciones por El secreto de vivir ; El orgullo de los Yankis y Por quién doblan las campanas ; esta última inspirada en la novela de Ernest Hemingway, de quien era compinche.

Aquel hombre que traía de vuelta y media a mujeres del fuste de Clara Bow, Carole Lombard, Merle Oberon, Marlene Dietrich o Lupe Vélez, acostumbradas a tenerlos bajo sus tacones y comiendo alpiste con la mano, arrastraba un secreto infantil, oscuro y frío como las noches en las praderas.

Los periodistas lenguadehacha corrieron la vil especie de que Alice, su madre, alumbró con tanto riesgo y dolor a su primogénito Arthur que los doctores le rogaron evitar otro embarazo, so pena de morir en el intento.

Ni modo, con la esperanza de dar a luz una niña –por aquello de la parejita– la madre quedó “habilitada” otra vez, pero tras un gustazo un trancazo: ¡parió otro macho!

Y aunque los Cooper eran una familia bien dado que Charles, el padre, fue Juez del Tribunal Supremo de Montana, decidieron aprovechar la ropita rosadita que compraron para la añorada chiquita.

Así, el non plus ultra de la virilidad pasó gran parte de su niñez vestido de mujercita; incluso Alice le prohibió andar con los chiquillos para que no se percudiera y lo rodeó de niñitas. De viejo Gary aceptó que jugó con muñequitas, si bien no explicó si tenía una propia.

Por supuesto sobran los malpensados que encuentran en ese trance ciertos devaneos bisexuales, sobre todo por su miríada de conquistas femeninas y la sui géneris relación con Randolph Scott y Tyrone Power, dos famosos retorcidos de Hollywood.

La traecuentos de la farándula sembraron cizaña al mencionar la ambigua amistad que lo unía al actor Anderson Lawler, inseparable compañero de apartamento. Esa yunta provocó los celos de Clara Bow y la ira de la volcánica Lupe Vélez, que le pegaba cuatro gritos, lo mordía y le tiraba la vajilla.

Hombres aparte a Cooper las mujeres lo perseguían; coleccionaba amantes como postalitas; ya fueran peluqueras, maquillistas, costureras y todo lo que tuviera faldas y caderas, acotó Rafael Dalmau en Los pecados del cine .

El ángel pecador

Si Gary Cooper tenía algo de extraordinario, eso era ser un hombre ordinario. Por eso le caían al guante los papeles de ingenuo y buenazo, nunca se enfermó de estrellitas y era un hombre parco, a quien había que sacarle las palabras a cucharadas.

Tal vez la soledad en que se crió, arreando vacas, “sogueando” caballos y removiendo estiércol en las frías madrugadas de Montana, en el rancho paterno, enfrió su ánimo.

Su madre, Alice, odiaba ese rancho y cuando Gary cumplió nueve años, en 1910, se lo llevó a Inglaterra con su hermano Arthur, para que recibieran una sólida educación y no se convirtieran en unos palurdos malamansados.

Estudió Bellas Artes y despertó su habilidad por el dibujo, pero ante los fragores de la Primera Guerra Mundial la familia regresó al redil y Cooper intentó combinar el colegio con su trabajo de guía turístico en el Parque Nacional Yellowstone.

Con 23 años se enfiló a Los Ángeles, donde trató de ganarse la vida como dibujante de historietas; vendió rótulos luminosos, telones para teatros y fue “jalachunches” de un fotógrafo en los primigenios estudios cinematográficos.

Justo ahí encontró su destino de actor, gracias a sus habilidades como jinete aprendidas en su natal Helena –en Montana– donde nació el 7 de mayo de 1901.

Por azares de la vida una tarde se encontró con dos amigos de la infancia, quienes eran figurantes en las películas de caballistas, tal como llamaban a los westerns . El porte distinguido, las finas maneras y el acento inglés de Cooper incordiaba a esos pelafustanes y malandrines, que trabajaban duro por una paga de hambre.

Frank James, tal era su nombre de pila, ganaba $65 semanales y sus padres estaban horrorizados acerca del futuro de su benjamín. Tom Mix –arquetipo del cowboy – cobraba $17 mil por el mismo plazo, sin tener que rodar por el piso, ser pisoteado por caballos y andar a los revolcones con otros tipejos.

Al borde de la desesperación conoció a Nan Collins, una respetada agente de actores. Ella venía de Gary, un pueblito de Indiana, y lo convenció de llamarse: Gary Cooper.

Nan le propuso gastar los últimos $65 en alquilar un caballo, hacer varias piruetas, tirarse al suelo y masticar hierba, todo con una enorme sonrisa. La prueba se la mandó a John Waters, un productor que filmaba películas basado en las novelas cortas de Zane Grey.

El destino, la suerte o lo que fuera hizo que lo contrataran como extra en Flor del desierto , dirigida por Henry King –en 1926– para la Metro Goldwyn Mayer.

La periodista y guionista, Frances Marion, contó en su autobiografía que Cooper tenía un romance con una secretaria del estudio, y como no apareció Harold Goodwin, uno de los actores secundarios, esta se asomó por la ventana y vio a Gary, durmiendo sobre unos fardos de heno. La jovencita le señaló a su amiguito y Marion lo recomendó para el papel de Abe Lee… lo demás es leyenda pura.

Valle de sombras

Clara Bow se afeitaba la lengua y caer en su boca era como naufragar en un barril de estiércol. Loca por Cooper terminó su amorío porque la madre del actor controlaba su vida; en descargo aseveró: “La tiene como un caballo y es capaz de aguantar toda la noche”.

La Bow era una esponja sexual; una vez saciada con Gary salía a la calle a buscar más hombres y los celos entre ellos eran erupciones volcánicas. Para su buena suerte nunca se casó con esa trituradora de falos.

Marinero del cine, en cada película una mujer lo espera, la besa y se va. Así estuviera con ellas un minuto o un año, nunca lo olvidaban. La actriz Patricia Neal se enamoró de Gary en el set de El manantial ; quedó embarazada y abortó, pero en sus memorias escribió: “Llevo 30 años llorando aquel niño. Si pudiera rehacer una sola cosa de mi vida, habría tenido aquel bebé”.

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Parecía que a Gary le gustaban las gatas salvajes y después de Clara se apareó con Lupe Vélez; sus cuadros amorosos en La canción del lobo eran heavy porno. El idilio duró dos años y estuvo matizado con peleas memorables, incluido un bestial mordisco de Lupe que casi le arranca la oreja a Gary.

De nuevo intervino la madre de Cooper, puso en su lugar a la furia latina y Gary huyó a Europa. Antes ronroneó con Marlene Dietrich en el filme Marruecos y el zarpe fue con Carole Lombard. Estaba exhausto tras filmar 28 películas en cinco años.

En las vacaciones europeas conoció a la condesa Dorothy Di Frasso, una noble que le llevaba 13 años; ella lo terminó de educar, le enseñó a caminar, a vestirse, a conversar y retozar como cachorros en la alcoba.

Regresó a Hollywood y le ofrecieron $6 mil por semana; se dio el taco de rechazar el papel de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó , por considerar que la cinta sería un sonado fracaso y se alegró de que fuera “Clark Gable el que vaya a hundirse con ella y no yo”.

A los 32 años se casó con Verónica Balfe, apodada “Rocky”, y engendró a su única hija María. El incorregible de Cooper volvió a las andadas y engrosó su rosario de amantes con Ingrid Bergman; con esta y otras Balfe se hizo la estúpida pero no se aguantó el lance con Patricia Neal y si bien nunca se divorció, lo mandó a freír espárragos.

Su vida pública fue tan caótica como la sentimental. Republicano y anticomunista a muerte testificó –aunque no delató a nadie– ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Pese a ello fue amigote de Hemingway y de Pablo Picasso, así como de otros intelectuales y artistas de toda pelambre.

Hombre coqueto a los 57 años decidió ponerla la cara al cirujano plástico para hacerse unos retoques, pero los chupatintas de la prensa se burlaron del actor.

Al final de sus días un agresivo cáncer de próstata lo tumbó en la cama; ya no se pudo levantar y apenas se divulgó la noticia lo llamaron consternados el Papa Juan XXIII, la Reina Isabel II y John F. Kennedy.

Gary Cooper se convirtió al catolicismo meses antes de morir, el 13 de mayo de 1961. Su hija María le consiguió una audiencia con Su Santidad el Papa Pío XII; comenzó a ir a misa con el Padre Harold Ford que “no lo sermoneó con el azufre y el fuego del infierno” sino que fue su amigo –recordó María–. También leyó La Montaña de los Siete Círculos , que narra la conversión del monje Thomas Merton.

Preparado para el viaje final, Gary Cooper estuvo en la estación ¡a la hora señalada!.

El verdadero héroe

Con solo un rifle y un revólver el cabo Alvin York neutralizó un nido de ametralladoras alemanas, el 8 de octubre de 1918, al norte de Chatel-Chéhéry en Francia. Además, capturó a 132 alemanes al mando del soberbio teniente Paul Jürgen Vollmer, incapaz de aceptar la derrota ante un tímido campesino de Pall Mall, Tennessee.

De inmediato su hazaña se propagó entre las tropas; recibió múltiples condecoraciones: la Medalla de Honor y la Cruz de Servicios Distinguidos, la Croix de Guerra y la Legión de Honor francesas; la Croce di Guerra italiana; la Medalla de Guerra de Montenegro. Al final recibió 50 medallas diferentes.

Alvin York nació el 13 de diciembre de 1887, fue el tercero de 11 hermanos, hijos de William Uriah York, dedicado a la herrería y de Mary Elizabeth Brooks, una ferviente creyente en la paz y la no violencia.

Tras morir el padre asumió los deberes familiares y consiguió empleo como leñador y en un ferrocarril. De espíritu indómito se forjó fama de hombre honrado y trabajador, pero era un bebedor habitual, pendenciero y con una puntería sin par.

A causa de la muerte de un buen amigo en una de esas trifulcas de cantina decidió cambiar de vida y se transformó en un devoto creyente, por lo cual quiso evadir el servicio militar pero al final se enlistó a regañadientes.

Después de largas tertulias con sus oficiales aceptó participar en la guerra, como medio para enfrentar la maldad y derrotarla.

Aunque sus hazañas militares fueron divulgadas en la revista Saturday Evening Post, él nunca sacó provecho personal y rechazó contratos publicitarios o vender al cine los derechos de su biografía.

Lideró gran cantidad de causas benéficas y obras sociales; fundó un instituto de agricultura y una escuela para peones, sin dejar sus labores campestres.

Con las ganancias derivadas del Sargento York construyó un Centro de Estudios Bíblicos y financió otros proyectos educativos.

York falleció el 2 de setiembre de 1964 debido a una hemorragia cerebral; dejó viuda y ocho hijos; cada uno llevaba el nombre de algún personaje famoso de la historia norteamericana.