Página Negra Freddy Krueger: El hijo de los cien maniáticos

Ícono del cine de terror adolescente, quien lo vio nunca más volvió a dormir tranquilo, carcomido por la angustia de que unas garras filosas salieran de la cama y lo tajearan.

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Hay un mundo más allá del velo de los ojos; una playa sin límites bañada por un océano convulso; una tierra de geometrías ilógicas, poblada de seres abisales y cosas absurdas.

Cuando todos duermen, un filo rasga ese limbo incierto; una criatura chasquea con sus garras las paredes del inconsciente y entre las penumbras surge un ser maligno y sañudo: Freddy Krueger.

El rostro desfigurado por el fuego; el sombrero ajado; la sueta a rayas verdes y rojas y el guante de cuchillas son los rasgos distintivos del personaje creado por Wes Craven, que justamente hoy cumple 30 años de su bautizo en el celuloide con Pesadilla en Elm Street .

La película desangró la taquilla y recaudó $25 millones, con apenas una inversión de $1.8 millones; New Line Cinema, la productora, sobrevivió a la quiebra y la panacea fue tanta que filmaron ocho secuelas más, todas más horrorosas que la cara de Krueger.

En la penúltima cinta Freddy midió fuerzas contra Jason Voorhees, de Viernes 13, pero al final el multi-homicida del machete exhibió la cabeza sangrante del ensoñador criminal. La franquicia cayó tanto que solo falta que el anciano Krueger se enfrente a la Viagra.

En principio este era más espantoso: tenía los dientes salidos de la mandíbula, cuando le dolía la cabeza expulsaba pus y se podían apreciar los sesos por un hueco que tenía en el cráneo. Debido a las dificultades técnicas para recrear esa aberración, los maquillistas optaron por darle un aspecto menos complicado. En realidad solo disponían de $50 mil dólares para efectos especiales.

El primer Freddy era un asesino en serie y en serio, que disfrutaba cuando partía en trocitos a los adolescentes, no sin antes hacerlos sufrir lo indecible con su manía de aparecer en sueños y picarlos en tajaditas.

Krueger inauguró un nuevo tipo de terror que profundizaba en el lado oscuro de las personas y “uno de los miedos primarios es el temor a ser pinchado, porque esa es la forma como mata la naturaleza, con zarpas y colmillos”, explicó Craven en una entrevista.

El escritor reflexionó mucho sobre el tipo de arma que le daría a Freddy: “Pensé en la más básica: la mano humana. De ahí derivé hacia la imagen más implantada en el subconsciente de la mano como peligro: la garra. Y eso es el arma de Freddy, una garra. Algo tan primitivo como el cuchillo, que a su vez remite a otra forma animal, el colmillo”.

Así fue como concibió el guante de cuchillas, similar a las garras de adamianto de Wolverine, con que Freddy rebana a sus víctimas. Ese artilugio maligno posee un sitial preferido en el museo fantástico del horror, junto a la motosierra de Leatherface, de Masacre en Texas , el machete de Jason Voorhees, de Viernes 13 , o el cuchillo de carnicería de Michel Myers, en Halloween .

También Craven masticó el tipo de indumentaria y se basó en un artículo de la revista Scientific American , de 1982, según el cual el rojo y verde son los colores que más impactan a la retina humana.

Sueño eterno

Si el guante de cuchillas hace rechinar los dientes, la risa de Freddy Krueger afloja la tripa y taladra los sentidos.

Este psicópata de los sueños frisa los 74 años, asumiendo que en el más allá llevan la cuenta igual que de este lado; su versión humana vino al mundo en la Navidad de 1940.

Aconteció por aquellos días que Amanda, su madre, antes de entrar a una orden de religiosas fue encerrada por error en Westin Hills, un hospital para deschavetados; pero no en cualquier sección sino en la de los criminales más dementes.

Ya podrán imaginar los lectores el fiestón que armaron los locos con la núbil Amanda; al menos cien trastornados la violaron y torturaron durante varios días. Al cabo de ello la rescataron hecha trizas y embarazada de Freddy, quien apenas nació fue adoptado por un borrachín de apellido Underwood, que lo llamó: Frederick Charles Krueger.

Para representar a ese padre putativo, agresor y dipsómano, nada mejor que Alice Cooper, un roquero de los años 70 que cantaba piezas satánicas y en el escenario montaba ejecuciones con guillotina y sillas eléctricas; de vez en cuando –en lugar de mujeres– salía con varias serpientes. Este ícono del rock se convirtió al cristianismo.

El padrastro solía apalear a Freddy y en la escuela los compañeritos lo traían de un ala con la cantaleta de que era “el hijo de los cien maníacos”. El infeliz desahogaba sus desgracias destripando animalitos; en la adolescencia se volvió un masoquista y sentía placer al recibir golpes.

Pasados los veinte años Krueger trabajó en la empresa eléctrica de la ciudad, a cargo de la caldera central. Más tarde se enamoró y se casó con Loretta; de ese extraño amor nació Kathryn. La familia vivió en Elm Street 1428, casa solariega donde Freddy pasó su niñez.

Casi de inmediato comenzaron a desaparecer los niños del vecindario; en realidad Freddy secuestró, torturó y mató a 20 pequeños en el sótano casero. Loretta descubrió el entramado y por entrometida la degolló, en presencia de la niña.

La prensa, que hasta en la ficción es tendenciosa y sensacionalista, lo bautizó como el “acuchillador de Springwood” y montó una campaña contra Krueger; la policía lo capturó y un juez lo liberó porque las pruebas fueron insuficientes.

El asunto se descompuso. Amanda se ahorcó en el mismo manicomio donde la violaron; como si fuera el monstruo de Frankenstein los parroquianos decidieron ajusticiar a Freddy y lo acorralaron en el cuarto de calderas donde laboraba, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego.

Justo en ese momento pasaban por ahí tres demonios, ansiosos de contratar un tipo cruel y sanguinario, que disfrutara de aterrorizar jovencitos, atraerlos al mundo de los sueños y molerlos a cuchilladas. Envueltos en llamas, sin otra alternativa y con el perfil ideal Freddy aceptó el puesto por toda una eternidad.

Pasó más de una década; a Kathryn la adoptó la familia Burroughs y en Springwood parecía reinar la paz. De pronto, los hijos de los asesinos de Freddy comenzaron a soñar con este psicópata; los acosaba y al final los mataba con sus filosas garras.

De todas las muertes la más espectacular fue la de Glen Lantz, debut de un imberbe Johnny Deep, novio de la protagonista Nancy Thompson. Freddy lo atrapó mientras dormía en la cama y descuartizó en medio de un geiser de sangre. Se ocuparon casi 500 litros de líquido rojo.

Deshacerse del criminal no fue nada fácil. A veces lo lanzan al mundo y como es una pesadilla desaparece; en otras le tiran agua bendita, lo mutilan, lo clavan con su propio guante, lo dinamitan y hasta el espíritu de Amanda lo atrajo a su vientre para encarcelarlo. Ni Jason pudo con él; si bien lo decapitó, el maldito guiñó un ojo.

Vaya usted a saber por qué, pero todavía hay nostálgicos que añoran el canto de las niñitas vestidas de blanco, que brincan mecate y cantan: uno, dos, Freddy viene por ti… nueve diez, nunca más dormirás.