Página Negra Charles Dickens: El niño que inventó la Navidad

En sus novelas recreó la vida miserable en la Inglaterra victoriana del siglo XIX; él mismo padeció el yugo de la explotación infantil y su vida fue una canción triste de Navidad.

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Esta es la historia de un niño que vivía en una fábrica de betún, en una ciudad atravesada por una charca maloliente; situada en el peor de los tiempos, en una tierra sin primavera; en medio de la locura y de la sabiduría, a medio camino entre la luz y las tinieblas.

Los gusanos del hambre le corroían las entrañas y los latigazos de la miseria lo arrastraban por los laberintos de la desesperación; creció sin recibir ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo. Olvidado de todos, solo deseaba irse al cielo.

Si viviera hoy sería una deidad mediática con legiones de seguidores en Facebook, colapsaría Tuiter; enloquecería a los adolescente en tuenti y sus locuras serían trending topics .

Charles John Huffam Dickens, ¡el inimitable!: Charles Dickens. Mentiroso, mujeriego, moralista y engreído fue el creador del más impresionante “mall” de emociones literarias de todos los tiempos; pintor inigualable del Londres del siglo XIX y de la despiadada revolución industrial.

Escribía tan sencillo, que hasta los expertos lo entendían. Maratonista de la escritura, intentó huir con sus narraciones de aquella infancia miserable que lo obligó a trabajar para pagar las deudas del padre, mantener una parentela interminable y sufrir el desprecio de su madre, que lo parió para explotarlo.

Cada uno de sus personajes fue un retrato suyo. Oliver Twist: un huérfano “muerto de hambre”, limpiachimeneas, aprendiz de sepulturero y esquilmado por una banda de malandrines. David Copperfield, criado por un gélido padrastro y una madre enfermiza. La pequeña Dorrit, víctima del fantasioso Departamento de Circunloquios donde “nunca se hace nada” y “jamás daba una respuesta directa”.

En estos días de Nochebuena, de caras felices y compras apuradas llega hasta el corazón más duro uno de sus relatos más entrañables: Un cuento de Navidad ; considerada la obra que divulgó toda la simbología moderna de esta celebración y recuperó el espíritu cristiano, que los puritanos ingleses habían sepultado al prohibir esta festividad en el siglo XVII.

Charles Dickens la escribió en seis semanas; editaron 6,000 ejemplares que salieron a la venta el 17 de diciembre de 1843. Apenas ganó 230 libras esterlinas de esos años, pero el folletín fue un best seller . El éxito superó el tiempo; hay más de 160 películas basadas en el libro, obras de teatro y hasta dibujos animados.

Las novelas y relatos cortos de Dickens se publicaban por entregas semanales o mensuales en periódicos, porque los libros eran muy caros y los lectores esperaban en el correo cada folletín para devorarlo; el autor estaba atento a los cambios de interés de sus seguidores y ajustaba los hechos para mantenerlos en vilo por varias semanas. Bien podría decirse que fue el inspirador –hace 170 años– de las modernas series televisivas.

A coyol pelado coyol comido, agobiado por las deudas y con una familia de diez hijos, Dickens estalló. A los 57 años, el 9 de junio de 1870, un derrame cerebral lo arrastró a la tumba. Su cuerpo yace en el rincón de los poetas, en la Abadía de Westminster.

Grandes esperanzas

Si la pobreza es un estigma, aún más ser el hijo de un prisionero; pero no de cualquiera, sino de uno que fue a la cárcel por una deuda con el panadero, que hoy en día no pasaría de los ¢3.000.

Al penal de Marshalsea fue a dar con sus huesos John Dickens, padre de Charles, quien a la sazón tenía 12 años. Había nacido el 7 de febrero de 1812 y su madre, Elizabeth, le buscó un trabajo en una fábrica de betún para que cancelara el crédito del reo y si sobraba la mantuviera a ella y a dos hermanos más.

Deber y no pagar era severamente castigado. Como los acreedores arreaban con todo, la ley permitía que la familia del convicto se fuera a vivir con él a la celda. Mientras, Charles trabajaba en la ciudad de Londres todos los días de la semana, doce horas diarias, sin derecho a nada y con un salario de hambre: un chelín diario.

Así, a las patadas, Dickens dejó la niñez y los estudios. Como en sus novelas, el padre recibió una herencia y pagó la deuda para salir libre, pero el escritor nunca superó la humillación y solo confesó ese pasaje vital a su editor John Foster, que lo divulgó tras la muerte del autor.

Con su familia al hombro, nueve en total, a los 15 años Charles consiguió empleo en el bufete Ellis & Blackmore; después aprendió taquigrafía y obtuvo el puesto de cronista judicial y parlamentario en el True Sun . Por esos años intentó hacer carrera actoral, pero el día de la prueba se enfermó y perdió la oportunidad.

Como periodista del Morning Chronicle recorrió Inglaterra para informar de las campañas electorales; en 1833 adquirió fama por su sección sobre la vida cotidiana de Londres, con el apodo de Boz. Esos artículos fueron compilados en 1836 y dieron origen a su primera novela Los papeles póstumos del club Pickwick .

Un año antes se casó con Catherine Hogarth, hija del director del periódico; con ella tuvo diez hijos. Siempre preocupado por el bienestar material de su familia, descuidó el afecto y la prole pronto se distanció de él por sus manías perfeccionistas y controladoras.

La penúltima hija, Dora, murió al año de nacida; Walter, el segundo hijo, falleció en la India en una operación militar, y dejó grandes deudas que Dickens tuvo que saldar; algo similar le ocurrió a Charles Jr, que se declaró en bancarrota. Cathie, la menor, se casó con Charles Collins: hermano de Wilkie el novelista y amigo del escritor–.

Durante dos años, de 1842 a 1846, la familia vivió como gitanos; viajaban de un lugar a otro y aunque el padre era aclamado y respetado, el matrimonio se caía en pedazos, porque Catherine apenas se acomodaba a ser la esposa de una celebridad. Dickens daba discursos, interpretaba sus obras, los lectores lo perseguían por las calles y hasta se asomaban por la puerta de su habitación para verlo dormir o trabajar.

Finalmente, echó raíces en la mansión de Gad’s Hill Place; de niño solía pasar con su padre frente a esa casa y soñaba con comprarla algún día.

El guardavía

Gastar la niñez pegando etiquetas a latas de betún y vivir en un puro temblor como un conejo apaleado, fueron el caldo perfecto para cocinar las novelas que encumbraron a la fama a Dickens.

Pero nadie sale del infierno sin chamuscarse y Charles arrastró toda su vida un asco compulsivo a la suciedad; un miedo irrefrenable a quedarse sin un centavo y una obsesión por cuidar de todos los que rodeaban.

Así como vistió el sambenito de ser vástago de un reo; en vida lo acusaron de racista, mentiroso, manipulador y faldero.

En Oliver Twist mostró su animadversión por los judíos, a los que estereotipó en Fagin, el vejete que regentaba una escuela de niños-ladrones. El semita vivía en una guarida negra y sucia, donde freía unas salchichas grasientas y regordetas como él.

Algunos críticos, que no tienen nada mejor que hacer, se tomaron la molestia de contar las menciones a Fagin como El Judío: 300 veces.

El paladín de los desposeídos la emprendió contra los negros; en sus dos viajes a Estados Unidos los describió en oficios deleznables: cocheros, peones, nanas o limpiaporquerías. Su desprecio lo hizo extensivo a los habitantes de las colonias inglesas.

Los detractores de Dickens, que no eran pocos, lo tildaron de fraguar una mentira para salvaguardar la identidad de Nelly Lawless Ternan, su juvenil amante, tras un trágico accidente ferroviario ocurrido el 9 de junio de 1865. Ese día, él, ella y su madre regresaban de Francia en tren; cerca del poblado de Stapelhurst, en el condado de Kent, varios vagones cayeron a un río y murieron 10 personas.

Charles hizo de héroe, levantó muertos, socorrió heridos y repartió consuelos, todo para distraer la atención de los periodistas a quienes concedió entrevistas; fiel a su método literario aprovechó la amarga experiencia para escribir un relato de horror psicológico: El guardavía . Eso sí…¡nunca más volvió a viajar en ferrocarril!

A gato viejo, ratón tierno. La tal Nelly tenía 18 años y Dickens 45. El estaba casado con Catherine; pero ni a palos quería divorciarse para no mermar su imagen, y por supuesto la venta de libros.

En secreto coexistió con Nelly durante 13 años; le alquiló una casa en las afueras de Londres, adonde acudía con regularidad y para evitar chantajes le exigió a Ternan quemar toda la correspondencia mutua.

En La mujer invisible: la historia de Nelly Ternan , de Claire Tomalin, la autora sostiene que la pareja tuvo un bastardo que nació y vivió en Francia.

Otros argumentan que su gran amor fue su cuñada Georgina, que le dio tres hijos. Supuestamente el escritor le regaló un anillo de diamantes con sus iniciales, que fue rematado en el bicentenario de su muerte.

Mucho de esos son cuentos de envidiosos; como el que lo vinculó a la casa para mujeres de vida fácil: Urania Cottage. Esa residencia, fundada por la filántropa Angela Burdett Coutts, para socorrer “mujeres caídas”, fue promocionada por Charles quien entrevistaba a las “aspirantes”. Los deslenguados aseguraban que con esos datos él construía sus personajes y después las fletaban a los “basureros humanos” del Imperio Británico: Canadá o Australia.

Fantasmas navideños

Atribuirle a Charles Dickens la invención de la Navidad es un acto de estulticia o cuando menos de ignorancia galáctica; sobre todo porque Desmond Morris –el zoólogo y etólogo inglés– explicó hasta la saciedad el origen de las principales costumbres de estos días en su libro Tradiciones de Navidad.

Lo que sí es cierto es que el Cuento de Navidad , de Dickens, resucitó y popularizó una festividad cristiana que había sido abolida oficialmente en Inglaterra, el 3 de junio de 1647 por el parlamento puritano; sometido a la férula de Oliverio Cromwell, el Hombre de Hierro, la versión original de Margaret Thatcher.

En esa obra Ebenezer Scrooge se arrepiente y se redime de su avaricia, tras la visita de los fantasmas de las Navidades Pasadas, las Presentes y las Futuras. De la mano de su difunto socio, Jacob Marley, el huraño comerciante comprende el valor de la solidaridad, la generosidad y el sentido del espíritu navideño.

Los biógrafos de Dickens aseguran que este amaba la Navidad; reunía a su familia, comían, bailaban, cantaban villancicos, adornaban con muérdago y velitas el hogar, todo en un ambiente de tarjeta postal de esas que hay por toneladas en la Internet.

Cuento, o Canción, de Navidad fue una de varias novelas cortas escritas por Dickens, entre 1843 y 1845; la última fue El grillo del hogar . En ellas recreó las añejas tradiciones y estableció, para felicidad de los comerciantes, los símbolos que hoy atiborran las vitrinas y calles de todo el planeta, por lo menos dos meses antes del 25 de diciembre.

Dickens vulgarizó la expresión “Merry Christmas” al incluirla en el relato, si bien la cita data de 1699 cuando un almirante inglés la utilizó en una carta, tomada a su vez de un villancico pagano del siglo XVI que taladra los tímpanos: “We wish you a Merry Christmas”.

Fue Dickens el que inventó que la Navidad era blanca, repleta de nieve como en las postales; en realidad, los expertos aseguran que ese fenómeno no era usual en Inglaterra.

En vida del autor la obra fue leída y vista por multitudes, hasta la misma Reina Victoria I invitó a Charles a que le contara las peripecias del detestable Scrooge y el pequeño Tim.

Todo el mundo recreado por el escritor fue retomado por Coca-Cola que lo potenció al máximo de la mano del artista Haddon Sundblom, que entre 1931 y 1966, pintó al bonachón Santa Claus y definió los colores rojo y blanco como emblemáticos de la Navidad.

Pero fue de la imaginación de un niño marginado, atosigado por la miseria, ennegrecido por el betún, que emergió un cuento que es un canto a la vida, a la muerte y al triunfo.