Página Negra: Akira Kurosawa, los canallas duermen en paz

Director japonés imitado por los más grandes cineastas occidentales, vivió obsesionado por el perfeccionismo, que lo llevó a ser marginado por la industria de Hollywood.

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Perfeccionista enfermizo. Fue un autócrata del celuloide; en los platós mandó como un tirano y convirtió cada filme en una pesadilla para su equipo de trabajo, que lo apodó Tenno: El emperador.

Sus películas retrataron la decadencia del Japón de la postguerra, plagado de adictos, miserables, delincuentes, corruptos y una galería de personajes sin dios y sin ley.

A los 75 años, cuando solo le quedaba el suicidio ritual o el ostracismo de la depresión, se levantó del fracaso y produjo cuatro obras maestras: Derzu Uzala , Kagemusha , Ran y Sueños .

Es anormal que en Hollywood –la tierra de la juventud eterna– un anciano condenado al retiro, produjera epopeyas fílmicas que asombraron incluso a la misma industria cinematográfica que le volvió la espalda.

La iluminación vino desde la oscuridad. En plena guerra fría, el enemigo a muerte del capitalismo occidental –la Unión Soviética– le ofreció dirigir Derzu Uzala , una elegía humanista, plena de belleza y valores espirituales.

En los bosques de la taiga siberiana el capitán Vladimir Arseniev conoció a Uzala, un cazador nómada que le enseñó a respetar a la naturaleza, a convivir en plena armonía con ella y afrontar los retos de una tierra salvaje.

Con ese tema el genio nipón, Akira Kurosawa, recuperó su prestigio, se olvidó de abrirse las tripas como buen samurái y ganó el Óscar a la mejor película extranjera, que ya había recibido en 1951 por Rashomon y ratificaría –en 1985– con el premio al mejor director con Ran .

Los excesos de Akira lo bajaron de los altares “joliguodenses”. En Rashomon tiñó el agua con tinta negra para lograr el color exacto de la lluvia intensa y acabó con el suministro de ese líquido. En Trono de Sangre , casi matan de un flechazo al actor Toshiro Mifume porque utilizó saetas reales, y en Ran , construyó un castillo en las laderas del Monte Fuji para quemarlo hasta sus cimientos, en la escena cumbre de la película.

Su fama de insufrible le granjeó serios problemas con los artistas. Semanas antes de la filmación, para que los actores lograran un “vínculo” con el vestuario, los obligaba a usar los trajes. En Los siete samuráis , debieron vestir de andrajos antes y durante el rodaje.

Tanto perfeccionismo, solo comparable a manías psicóticas de Alfred Hitchcook o Stanley Kubrick, fue la causa de dos sonoros fracasos comerciales, Barba Roja y El camino de la vida , que lo hundieron en la depresión.

El perro rabioso

El célebre director japonés fue el menor de los siete hijos de Isamu y Shima Kurosawa, que lo alumbró el 23 de marzo de 1910 en el distrito de Omori, en Tokio. La casa siempre estuvo llena de parientes, que iban y venían para hacer negocios entre ellos, pues su madre provenía de una acaudalada familia de comerciantes. Por el lado paterno, su ascendencia se remontaba a heroicos samuráis al servicio de poderosos señores feudales.

Desde niño mostró una sensibilidad especial para la pintura y –en especial– la literatura. Leyó con la voracidad de un lemur a Fiódor Dostoievski y a Máximo Gorki; pero serían los dramas históricos de William Shakespeare los que inspirarían la gran mayoría de sus películas.

A los 26 años ingresó al mundo del celuloide y desplegó todo su talento, bajo la guía de Kajiro Yamamoto, y al lado de experimentados realizadores.

El inicio de su carrera coincidió con el expansionismo militar japonés y el estallido de la guerra contra Estados Unidos, tras el bombardeo a Pearl Harbor en 1941.

La fuerte tendencia nacionalista y el cine de propaganda lo incomodó y padeció la censura de las autoridades, que lo miraban de reojo por su gusto hacia los decadentes valores occidentales, y las licencias temáticas que se tomaba con ellos.

Desde los primeros pasos despreció a sus paisanos y se granjeó enemigos gratuitos por su afición a los westerns americanos, sobre todo los de John Ford. A este lo conocería muchos años después y gracias al éxito de Rashomon .

Además, rendía pleitesía a los europeos y sentía una pasión intensa por las pinturas oníricas de Vincent Van Gogh.

Con esos modelos, fue un milagro que no acabara sus días en una mazmorra del palacete del emperador Hirohito, o cargado de explosivos a bordo de un kamikaze.

Pasada la escabechina de la guerra y liberado de las veleidades orientalizantes, Kurosawa pudo dedicarse al cine como arte y llegó a ser admirado por leyendas vivas como Ingmar Bergman, Federico Fellini y Robert Altman, que imitó sus técnicas.

Tampoco le fue fácil ser adulado por esos semidioses, porque en occidente sus filmes eran considerados “exóticos”, por los personajes, las escenografías y la manera tan particular de representar vaqueros, pero armados de espadas, kimonos, abanicos y en lugar de whisky tomaban sake.

Así como él bebió de Hollywood, este lo imitó. Los dos personajes de la Fortaleza Escondida , sirvieron de modelo para que George Lucas creara a los entrañables robots de La guerra de las galaxias : R2-D y C3PO.

Como en Kagemusha , o La sombra del guerrero , Kurosawa tenía varios dobles, porque en lugar de producir una o dos obras maestras como los otros genios del cine, llegó a filmar por lo menos ocho, la mitad en sus últimos diez años de vida. Falleció a los 88 años, el 6 de setiembre de 1998.

A la edad en que otros se dejan morir, agobiados por los achaques de la senectud, Akira Kurosawa comprendió la alegría de vivir.