Espadas, dragones y sexo: ‘Game of Thrones’ es el rey de la cultura pop

El mundo espera con ansias el estreno de la quinta temporada de la serie. ¿Cuál es la receta de este fenómeno cultural?

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Una mujer envuelta en una sábana observa su televisor con la boca abierta. Sus ojos están desorbitados. En su rostro se lee incredulidad, dolor, traición, derrota. “¿Qué diablos está pasando?”, grita. De las bocinas del tele salen quejidos y ruido de carne cortada: la banda sonora de una masacre.

La mujer desaparece y ahora es un grupo de amigos quienes, repartidos en varios sillones, miran la TV en estado de shock . Alguno exhala, otro deja salir un “no” agudo y callado; la mayoría observa sin dar crédito a lo que ve.

La mujer y el grupo de amigos aparecen en uno de muchos videos que YouTube guarda bajo el título Reacciones a la Boda Roja : compilaciones de pequeños clips que muestran a fanáticos de la serie Game of Thrones enfrentándose por primera vez a la escena final del episodio The Rains of Castamere –el noveno de la tercera temporada–, uno de los eventos más traumáticos y célebres en los 40 capítulos del show.

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Cuando ese episodio se exhibió por primera vez, el 2 de junio del 2013, casi seis millones de personas en Estados Unidos lo vieron; desde esa misma noche, los números no harían más que multiplicarse gracias a retransmisiones en otras regiones del mundo y, sobre todo, gracias a la piratería. La más popular compilación de reacciones a la Boda Roja se subió a YouTube un día después de la transmisión del episodio. Desde entonces, ha sido reproducida casi 12 millones de veces.

No hay cómo maquillarlo: Game of Thrones es un fenómeno cultural que, durante el último lustro, ha enganchado al mundo a una trama de fantasía épica, intriga política, sexo, violencia y frases icónicas.

Ahí viene el invierno. Todo comenzó en 1991, cuando el escritor estadounidense George R. R. Martin se sentó frente a un teclado a enfrentar la página en blanco. El resultado de esa primera batalla se materializó cinco años más tarde: el 6 de agosto de 1996, la novela A Game of Thrones se publicó en Estados Unidos. Era el primer eslabón de lo que en principio se pensó como una trilogía pero que, después, acabó por transformarse en A Song of Ice and Fire , una serie de siete libros de los cuales, a la fecha, solo se han escrito y publicado cinco.

Aun cuando los primeros dos volúmenes de la saga no gozaron de mayor popularidad de primera entrada, el tiempo se encargó de convertir la historia de Martin en una fuerza insaciable, un huracán de la cultura pop que explotó, más que nunca, en abril del 2011. Fue el 17 de ese mes cuando la cadena televisiva HBO estrenó Winter is Coming , el primer episodio de la serie Game of Thrones .

Dos millones de personas vieron ese piloto que más parecía una película breve de fantasía épica, una especie de hijo bastardo de El señor de los anillos : había violencia, había intriga política, había incesto y un aparente infanticidio. Dicha cifra de audiencia, aunque nada despreciable, nunca volvería a ser baja: conforme se estrenaban los capítulos sucesivos, la base de fanáticos y seguidores de la serie se agigantaba.

La conquista que Game of Thrones ha hecho de la atención de la masa es, además de un triunfo para sí misma, una victoria para su género. No es secreto que la fantasía –más todavía la épica– suele ser vista con desprecio por la crítica y desestimada por el gran público. Aunque en el 2011 eso comenzó a cambiar con el estreno de la saga de películas de El señor de los anillos –y más todavía cuando la tercera entrega de la serie, El retorno del rey , ganó el Óscar a mejor película en el 2013–, Game of Thrones debió lidiar con cierto tono esnobista y adultocentrista en las críticas previas a su estreno.

En una reseña notable publicada por The New York Times , el diario estadounidense tildó la serie de infantil; aseguraba, además, que solo quienes mantenían un interés en la estética de Calabozos y Dragones –conocido juego de mesa ambientado en mundos de fantasía– podría sentirse enganchados por el programa.

Un año más tarde, Peter Dinklage ya tenía en sus manos un Globo de Oro y un Emmy por su rol en la serie, en la que encarna al astuto y carismático Tyrion Lannister. Como la propia audiencia, la crítica se volcó, cada vez con mayor brío, en favor de Game of Thrones (GOT). Las ventas de los libros de A Song of Ice and Fire alcanzaron números estratosféricos. Los premios, los records en números de audiencia y los constantes elogios en prensa se suceden, todavía hoy, a un par de días de estrenar la quinta temporada, con la velocidad de un dragón en pleno vuelo.

Dracarys. Aunque hoy buena parte de sus fanáticos den por sentada la popularidad de Game of Thrones , en realidad se trata de un fenómeno que pocos hubieran predicho y por el que menos todavía hubieran apostado dinero. HBO, sin embargo, lo hizo y en grande. Hoy, la producción de cada episodio cuesta, al menos, $8 millones, un número que se ha mantenido a la alza desde el final de la primera temporada.

¿Qué impidió que GOT siguiera el camino de Xena , Hércules y otros pobres esfuerzos de trasladar la fantasía a la televisión? No se trató simplemente de un asunto de inversión monetaria por parte de HBO. En un artículo publicado por la BBC, el autor Ken Tucker asegura que la serie brinda una oportunidad de escapismo a los televidentes que nadie más ofrece. “Nos traslada a un mundo donde podemos resolverlo todo con espada y a caballo”, escribió.

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La arquitectura del universo de GOT encuentra sus pilares en elementos propios de nuestra realidad –tensión política, traiciones maritales–, resuelve sus problemas a punta de instintos naturales –sexo y violencia– y solo guarda los elementos fantasiosos –dragones, espíritus, magia– como complemento: la fantasía es un recurso, no un motivo.

“La serie es ridículamente inteligente; tanto así que cuesta seguirle el paso”, escribe Alice Walton, de la revista Forbes . “Tan inteligente, de hecho, que puede costar seguirle el paso; hacerlo, sin embargo, es gratificante: nuestros cerebros ansían el trabajo que el show exige”.

Lo impredecible de su trama y la ambigüedad de sus personajes son el gancho final: nadie sabe qué giro se esconde a la vuelta de la esquina y, tal como la historia deja claro desde temprano, cualquier personaje está expuesto a una muerte dolorosa. No solo eso: la muerte puede llegar de mano de cualquier otro protagonista, porque la línea entre ser bueno y ser malo a menudo se difumina. Nadie está a salvo y no ver un capítulo implica perder un hilo narrativo que se mueve a velocidad de vértigo.

Fenómeno. Dicen que la imitación es la forma más sincera del halago. Para Game of Thrones , es el robo. Solo el año pasado, GOT fue descargada de manera ilegal más de ocho millones de veces. La piratería ha encontrado en la serie su mayor manjar y no piensa dejar de saborearlo.

La reacción de HBO ante esto no fue la más predecible: “Probablemente no debería decir esto, pero lo tomamos como un cumplido”, dijo Michael Lombardo, presidente de programación de la cadena, a la revista Entertainment Weekly . “La demanda está ahí. No afecta nuestras ventas de DVD. La piratería es algo que viene por añadidura cuando se hace un show tan popular”.

La popularidad de la serie y de la saga de libros se mantiene en combustión constante. Sus ramas incluso llegan a puntos que superan cualquier relación comercial con la marca; por ejemplo, regiones de Croacia, Islandia y Marruecos reportan crecimientos de hasta un 100% en ingresos por turismo, gracias a que miles de fanáticos viajan con la intención de conocer los escenarios donde se filma la serie.

Game of Thrones se mantiene firme en el trono de hierro, como nuevo rey de la televisión y de la cultura pop. Mientras tanto, la masa de fanáticos arde, como en fuego valyrio, en espera de su quinta temporada, de su sexto libro, de su próxima Boda Roja.