El cine que me amó

A nadie le explican que el ocio no es sinónimo de holgazanería.

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Hoy se cumplen cinco semanas exactas desde que decidí embarcarme en una aventura personal y particular: ver, cada día, una película que no hubiera visto antes.

Tomé la decisión en medio de un proceso de transformaciones personales que no vienen a cuento pero que me dejaron algo claro en la cabeza: no hay peores límites que los autoimpuestos.

Durante años mi relación con el cine fue, digamos, poco balanceada.

Se me hacía muy fácil pasar horas haciendo maratones de series de televisión, pero dedicar dos horas a una película me exprimía la paciencia hasta agotarla, la atención secuestrada por el celular o la computadora. Desde hace dos años y medio vivo a tres cuadras de la mejor sala de cine del país –y a la vuelta del Centro de Cine–, pero rara vez la visito. Gente buena a mi alrededor me ha recomendado cientos de filmes a lo largo de los años; no vi ninguno.

Peor todavía era que, cuando finalmente sentía el impulso de ver una película, terminaba viendo las mismas de siempre. Como ver el mismo episodio de Friends una y otra vez; como ver la penúltima cinta de Harry Potter sin variar.

Los dos párrafos previos definieron mis hábitos de consumo audiovisual durante años, para lo cual solo existe una explicación: pereza.

A nadie le explican que el ocio no es sinónimo de holgazanería; a nadie le explican que el tiempo libre también puede ser provechoso y constructivo.

Menospreciar el valor del esparcimiento puede darse de muchas formas; yo lo hacía sin darme cuenta, desperdiciando mi tiempo viendo siempre las mismas películas, como un niño que camina la playa pero huye cuando se acercan tierra adentro las olas del mar.

Hace cinco semanas, decidí cambiar eso. Me embarqué en una aventura que ahora no quiero que se acabe nunca: todos los días, veo una película que no había visto antes.

He visto a dos muchachos irlandeses robar cocaína en bicicleta; he visto al rey de Gondor celebrar el Día de Noam Chomsky en lugar de festejar la Navidad; he visto a un músico liderar una banda experimental sin quitarse una máscara gigante de la cabeza ni siquiera para ducharse.

He visto robots revelarse contra sus creadores; he visto robots sacrificarse por sus creadores. He visto el caso real de un hombre que vivió durante años entre osos salvajes, creyendo que los protegía, hasta que uno lo mató y se lo comió.

Vi una ola gigante que destruyó un pueblo en Noruega, y a un anciano que volvió a los cañales de Colombia para salvar la vida de su nieto, y a una joven mujer tomar las riendas de una familia alemana tras la caída del Tercer Reich.

En cinco semanas, he visto más de lo que normalmente hubiera visto en un año; puede, incluso, que en más. Mi tiempo libre vale más que nunca, ahora que no he visto suficiente.