Doña Tere: La orgullosa madre de un vago sin remedio

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Doña Teresa Fernández de Montes de Oca debe ser la cliente número uno de los salones de belleza. ¿Y cómo no? Con un hijo como Eddy a cualquiera se le emblanquece la melena.

Alguna vez pertenecieron a una clase acomodada, pero de aquellos tiempos tan solo quedan recuerdos, un refinado apellido y una casa que ahora funciona como pensión.

El esposo de doña Tere murió cuando Eduardo aún era pequeño, así que todo su cariño fue para su niño mimado.

“Siempre fui muy consentido. Mi mamá hizo todo lo posible por que yo tuviera todo lo que quisiera. Me metía en lo que quisiera meterme, me compraba ropa de marca... Creo que nunca hubo demasiadas limitaciones”, recuerda Eddy.

Aun con todos sus esfuerzos, doña Tere no logró que las semillas sembradas dieran buenos frutos. Eddy creció y se convirtió en un verdadero holgazán, un dolor de cabeza para cualquier mamá.

De Costa Rica tuvo que salir como fugitivo de la ley hacia Brasil, pues colaboró como hacker para cometer un desfalco. Durante casi siete años, la comunicación entre ellos dos fue a través de cartas y esporádicas llamadas telefónicas.

“Creo que le dolió mucho, para ella no fue fácil. Mamá sufrió mucho, ella me quería bastante, pero no me podía tener en la casa; la ley me andaba buscando”, recuerda Eddy, ya de regreso en Costa Rica.

Las malas lenguas dicen que durante ese tiempo Eddy buscó trabajo en bienes raíces, pero fracasó y se dedicó a vender caipiriñas en las playas brasileñas. Luego, se rumora, se metió en el campo del cine erótico.

A doña Tere, toda una dama de la alta sociedad que aún se reúne con sus amigas del club de las damas rosadas, se le habría cumplido aquello de “A mí me va a dar algo, ¡me va a dar algo!”, si esos chismes hubiesen llegado a oídos suyos.

A fin de cuentas, es una señora chapada a la antigua para quien las apariencias siguen siendo muy importantes. Por eso, Eddy le mentía y ella, por su lado, escogía creer que su hijo había conquistado el éxito.

De todos modos, ella no es, quizá, el mejor ejemplo de rectitud y cordura. De los pocos pleitos que Eddy recuerda, está el de aquella vez que su mamá perdió la pensión en una partida de póker.

Hoy, el muchachón tiene ya 32 años y dice ser un alto funcionario de una transnacional y su sesentona madre se derrite de orgullo.