Las pesadillas son multiformes, especialmente cuando no se limitan a los sueños. La pesadilla real de Ben Crawford empezó mientras corría por el bosque, cerca del suburbio donde vive con su esposa, Christy, y sus hijas Natalia y Abby. Oscurece mientras Ben se mueve, veloz, entre árboles y ramas y humedad. De pronto, frente a él, aparece el origen de su pesadilla: el cadáver de un niño de cinco años.
Tom Murphy está muerto y Ben lo sabe. Jadea y corre, presuroso, hasta encontrar vida humana; pide auxilio. A gritos, lo demanda. Caminando una delicada línea entre el llanto y la excitación, Ben busca a alguien que le tienda una mano porque Tom, el hijo de sus vecinos del al lado, el pequeño Tom, está en el bosque, muerto.
Sigue lo que se espera de una situación dantesca como tal: la policía acude al lugar de los hechos, el barrio está en conmoción y por todas partes se escuchan rumores y temores. ¿Quién y, sobre todo, por qué? ¿Cuál razón en el mundo podría justificar la muerte de Tom? Los susurros se convierten en conversaciones, y las conversaciones en rumores. Poco a poco, las miradas y los manos comienzan a apuntar a un mismo objetivo, uno impensable: el propio Ben Crawford.
No pasa mucho tiempo antes de que la detective Andrea Cornell, encargada de la investigación, se interese en Crawford y lo catalogue como “persona de interés” en el caso. A la causa exhaustiva de Cornell se suma la presión y el juicio social; incluso Christy, esposa de Ben, parece perder la fe en su pareja y tomar el lado de quienes le señalan.
—Un niño que nunca hizo daño a nadie, un niño que conocíamos y queríamos, está muerto y soy sospechoso de asesinarlo —le suelta Ben, una noche, a Christy, casi reclamando el apoyo que todos parecen negarle.
Sintiéndose atado por las circunstancias, casi destinado a cargar la culpa de un crimen que él asegura no haber cometido –pero que los televidentes no pueden asegurar–, Ben Crawford decide ser su propio redentor. Dispuesto a limpiar su nombre, Ben empieza a descubrir los muchos secretos que guardan los habitantes de su tranquilo barrio: esqueletos ocultos en el armario.
Con la detective Cornell pisándole los talones, determinada a probar que el homicidio fue obra suya, Ben se embarca en un intenso viaje de 10 episodios para demostrar su inocencia en la serie Secrets and lies , de estreno en AXN.
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Han pasado 15 años desde que Ryan Phillipe y Juliette Lewis compartieron créditos en la película The way of the gun ; para la actriz de 41 años, sin embargo, encontrarse con Phillipe en un set sigue siendo igual de emocionante. “En la serie somos enemigos; pero el amor y respeto que nos tenemos en la vida real permite que la química frente a la cámara sea ideal”, contó Lewis durante una entrevista para medios latinoamericanos.
Lewis saltó a la fama apenas a los 18 años gracias a su participación en la película Cabo del miedo , de Martin Scorsese; por ese papel fue nominada al Óscar y al Globo de Oro por mejor actriz de reparto. Sin embargo, ha sido ahora, en la madurez, cuando ha decidido enfrentar el reto de realizar televisión; algo que, señala, es un reto exigente, muy distinto al de filmar películas por los cambios impredecibles en el guión a los que está sometida una producción televisiva.
“Me da curiosidad aprender sobre televisión en mi mediana edad”, contó Lewis. “Creo que la televisión está viviendo un momento vibrante. Actualmente no hay un medio más emocionante para contar historias que la televisión”, aseguró.
Lewis interpreta a la detective Andrea Corell, la némesis de Ben Crawford, encarnado por Ryan Phillippe.La actriz estadounidense asegura que Cornell es muy diferente a ella misma, lo que le resultó en un desafío complejo y emocionante a la vez.
“Lo más complicado de hacer el papel de Andrea es ¡todo!”, dijo en medio de risas la actriz durante la conversación telefónica con medios del continente. “Somos bastante diferentes. No es normal, para mí, ser agresiva y controladora”. La naturaleza del personaje exigía, precisamente, ser una presencia rotunda y casi amenazante, dado que Secrets and lies se narra desde la perspectiva del acusado Ben.
“Un detective de homicidios debe distanciarse de las emociones que el caso particular le puede generar. Además, es físicamente imponente. Es completamente lo opuesto a mí”, contó Lewis quien admitió que, además de investigar el comportamiento de un detective, también se valió de elementos de su propia personalidad para entender a Cornell. Su experiencia como líder de una banda de rock –Juliette and the Licks, con quien volvió a reunirse este año– y como empresaria le funcionaron para emular la capacidad de liderazgo de la detective.
“La serie es una clásica historia de asesinato. Con cada episodio, conocemos más y más secretos, y la atención se traslada constantemente de un punto a otro, por lo que es imposible averiguar, con antelación, quién es el verdadero culpable del delito”, contó Lewis, confiada en que la audiencia se mantendrá interesada, deseosa de averiguar la identidad del homicida.
Ben Crawford asegura que no fue él. Que no hay razones para desconfiar de su inocencia
Pero hay un niño muerto, y alguien es responsable de su muerte. Encontrarlo es la premisa de Crawford; no hacerlo es dar forma a su pesadilla. 1