Cartago acogió a Pilo Obando, su hijo más amado

Familiares, amigos y seguidores dijeron adiós a la chispa de uno de los narradores deportivos más queridos de la televisión nacional. Manuel Antonio Obando fue sepultado en su tierra natal, la casa del equipo de sus amores

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Cartago no perdió a Manuel Antonio Pilo Obando con su fallecimiento, sino que la ciudad brumosa recuperó ayer a uno de sus hijos predilectos.

“¡Vive, vive, Pilo vive!” coreaban los cartagos a la llegada del féretro al estadio José Rafael Fello Meza, donde una multitud esperaba, desde cerca de las 10 a. m., el cuerpo del popular narrador bajo un inusual sol.

Pilo falleció el miércoles a causa de una arritmia cardiaca tras recibir un trasplante de riñón el lunes, en el hospital San Juan de Dios.

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Antes de entrar al quirófano, Pilo nunca conversó con su esposa, Vyria Montes, de la posibilidad de morir a causa de la operación, ya que estaba empeñado en salir adelante. “Teníamos mucha fe en que con el riñón se iba a recuperar”, recordó Montes, quien pasó los últimos siete años con Obando.

La despedida, una jornada de muchos sentimientos encontrados, comenzó la mañana del jueves, en la funeraria La Piedad, en Desamparados y terminó en la ciudad natal del relator deportivo, donde ahora descansan sus restos.

En la vela matutina, el pastor y exfutbolista Ricardo Salazar reflexionó sobre el fallecimiento de quien fue su amigo desde 1978.

A la vela asistieron varias personalidades y amigos de Pilo como su inseparable compañero Hernán Morales, el actor Leonardo Perucci, el cantante Roberto Quesada (conocido como Martina), y los periodistas Juan Robles y Alvin Obando. Pese a la consternación, ahí, el gran ausente fue el llanto.

Su esposa Vyria Montes y su hijo mayor, Diego, agradecieron las muestras de cariño y, entre abrazos, recibieron el pésame de los presentes.

A eso del mediodía, una caravana liderada por un oficial de Tránsito en motocicleta llevó a paso lento a Pilo hasta el estadio blanquiazul, hogar del equipo de sus amores: el Club Sport Cartaginés, al cual nunca vio alzar la copa del Campeonato Nacional, en sus casi 73 años de vida.

El estadio lo acogió con el mismo cariño que Obando mostró cuando, siendo un niño, ayudó a su abuelo a cargar en un carretillo las piedras para levantar la edificación brumosa.

Con la canción Amigo , de Roberto Carlos, Pilo ingresó por última vez a un recinto deportivo. Fue entonces cuando el “¡zapatazo!” y “¡la hora tatá!” ya no salieron de su voz, sino de las gargantas de una afición que comparte la ilusión de ver a Cartaguito campeón, así como incontables fans.

“La institución, por el gran cariño que le tiene a don Manuel Antonio, planeó un homenaje que a pocas personas se les hace, el poder venir y velar su cuerpo un par de horas aquí”, explicó Jorge Ortega, gerente del club. El último que tuvo este privilegio fue el técnico Juan José Gámez, quien en 1983 regresó al equipo papero a la Primera División de fútbol.

En la sala de prensa, el ataúd de Pilo estuvo resguardado por un enorme escudo dorado del Cartaginés, que es incluso más viejo que el Fello Meza.

Era tanta la gente que quería despedirse del narrador y tan pequeño el salón en el que estaba, que la familia y la directiva del equipo decidieron pasar el féretro a la gramilla del estadio, con el fin de que todos los seguidores del carismático relator pudieran verlo desde la gradería de sombra.

Como homenaje, la Junta Directiva regaló a la familia una camiseta oficial con el nombre de Pilo en la espalda, le llevó serenata con un charro y le dedicó el estallido de bombetas.

Lágrimas y aplausos. Tras separarse de la afición, globos de colores blanco, azul y rojo aguardaban a Pilo para, ahora sí, darle el último adiós en el Camposanto La Piedad, en San Blas de Cartago.

Entre la multitud que se hacía más grande a cada minuto, se escuchaba a lo lejos el sonido de una guitarra. Era el Supermán tico, Gerardo Vargas, quien desde la mañana llevaba el instrumento a cuestas en su motocicleta para entonar Cuán glorioso será mañana en el momento en que el cuerpo de Obando fuera sepultado.

Ambos personajes se conocieron en la desaparecida radio Hispana, cuando Vargas tenía 13 años. Fue Pilo quien le enseñó a operar la tornamesa. Por la cercanía y la admiración, el escudo del superhéroe cambió por un día y mostró el luto con un lazo negro.

Otro que sintió la necesidad de acompañar a Obando en cada una de las etapas de su camino al cementerio fue Hernán Morales, comentarista a quien le tocó contener la risa en más de una ocasión por las ocurrencias de Pilo en la cabina de Repretel.

Morales se mantuvo atento, pero distante del féretro, siempre con su intención de dejar que su compañero fuera el centro de atención, al igual que en sus últimos 32 años juntos.

La familia, que hasta ese momento se había mostrado serena, cayó en cuenta de que aquel Pilo que tenía chispa, humor y pasión por los micrófonos ya no volvería. Entonces, las lágrimas fueron incontenibles, mientras tiraron algunas rosas blancas sobre el ataúd y los globos con los colores patrios ascendieron al cielo.

Esta despedida le cumplió a Pilo uno de sus mayores sueños: reunir a sus hijos, después de muchos años de distancia. En el último momento, cinco de sus seis hijos lo vieron partir. Paula, quien vive en Estados Unidos, se despidió a través de Skype.

Aplausos y porras se escucharon de nuevo, y Pilo Obando se fue como el gran orgullo de Cartago.