‘Acacias 38’: Acá confluyen todas las sendas del drama

Ambientada en la España de 1899, ‘Acacias 38’ cuenta una historia de amores, desamores y lucha de clases sociales.

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Don Justo no tiene nada de justo. Es un hombre cruel, esposo abusivo de la joven Manuela quien, cómo no, se encuentra en un avanzado estado de gestación. En una que va, Justo agrede de nuevo a Manuela quien, por una vez, decide defenderse como puede.

Sacando ímpetu de la flaqueza, Manuela toma con fuerza el atizador de la chimenea y golpea a Justo; el hombre cae al suelo con un ruido sordo: el de los cuerpos inertes. Pánico: Manuela acaba de matar al hombre que le agredía, cacique del pueblo, figura notable. Asistida por su madre, Guadalupe, Manuela oculta el cadáver de su esposo. El esfuerzo físico, sin embargo, tiene consecuencias: da luz a una niña.

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Manuela y Guadalupe huyen, no sin antes ejecutar uno de los grandes clichés de la fábula histórica: abandonan a la niña frente a las puertas de un convento. Ambas se dirigen a la gran ciudad, en busca de Pablo, hermano de Manuela. En el camino, cambian sus identidades. Manuela, ahora llamada Carmen, llega a la ciudad moribunda; encuentra a Pablo en su sitio de trabajo, el lujoso edificio Acacias 38.

Desarmado ante el estado lánguido de su hermana, Pablo pide ayuda a Germán, un médico de posición holgada que vive en una señorial casa de Acacias. Las cosas siguen su orden natural: Germán y la antigua Manuela se enamoran tan pronto cruzan una mirada.

El amor, sin embargo, rara vez es fácil y menos incluso en las series españolas de corte histórico. Germán y Manuela deberán superar varios obstáculos para que su romance pueda florecer, incluyendo el estatus de fugitiva de la mujer –además del recuerdo de la hija que abandonó a la suerte y bondad de un convento– y que Germán, el galante médico de Acacias, es un hombre casado y padre de una pequeña.

Bajo esta tormenta de objeciones, ¿cómo podrá florecer el amor?

Drama, drama, drama. Ambientada en 1899, Acacias 38 cuenta una historia de clases sociales, protagonizada por un grupo de criadas y las familias burguesas paras las que trabajan en un barrio noble de una gran ciudad española. En una sola cuadra, todas las vidas confluyen.

El universo de la serie está construido de manera coral, al modo de algunas novelas –y otras tantas telenovelas–. Es decir, los personajes entran y salen de la historia constantemente; el cuento se regenera y fluye sin detenerse. Su estructura narrativa le permite rejuvenecerse y renovarse, tal como sucede en un barrio cualquiera, donde las familias se mudan y los negocios se abren y se cierran todos los días.

En esa línea, la entrada y salida de nuevos personajes es orgánica. Como en la vida misma, las personas van y vienen. El corazón de Acacias 38 sigue latiendo, sin embargo, mientras sigan allí presentes criados y señores: dos mundos antepuestos que, pese a todo, se necesitan mutuamente.

La historia se desarrolla en un edificio señorial, propio de las urbes españolas de la época: pueblos grandes en los que pululaba la arquitectura vistosa, la vida cultural bulliciosa que dependía de las diferencias de clases como esqueleto social.

El eje de la serie es un edificio señorial, de cuatro plantas, en el que se acomodan las casas de las familias más ricas de la ciudad –y las bodegas donde duermen las criadas–; frente a este corre una calle que alberga un par de comercios clave: una exquisita chocolatería y una elegante sastrería.

Así, por ejemplo, sabemos que en el segundo piso del Acacias vive Germán, el médico casado, padre de una hija, que se enamora de Manuela. La trama de la serie da un tumbo –uno de muchos– cuando Manuela, con su nueva identidad, entra a trabajar al piso de Germán como criada.

Mientras tanto, lejos de la gran ciudad, unos campesinos encuentran a un hombre malherido al que se le había dado por muerto. Su identidad no es secreto: es Justo, el marido agresor de Manuela, más vivo que nunca, decidido a ejecutar su venganza.

Los senderos del drama conducen, inequívocos, a Acacias.