Sonrisas con la música como inspiración

El programa Música con Accesibilidad para Todos lleva tres años transformando la vida de niños y adultos con discapacidad, pero en especial, llenando hogares de sonrisas

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Cuando llegan los miércoles, Edel López, joven con síndrome de Down de 14 años, tiene una gran sonrisa. Es el día en que viaja hasta la sede del Sistema Nacional de Educación Musical (Sinem) en Desamparados, para recibir clases de piano.

Desde que se levanta, a las 5 a. m., hasta el momento en que viaja en el taxi rumbo al centro educativo, Edel se muestra más feliz y entusiasmada, algo que la música logra en ella. Por eso su madre Antonieta García, no escatima esfuerzos para que su hija reciba puntual cada clase.

Esta joven, es solo una de los cerca de 75 estudiantes que atiende el programa Música con Accesibilidad para Todos (MAT), del Sinem, desde el 2009.

El programa, en palabras claras y sencillas, emplea la música como una herramienta para desarrollar habilidades para tocar y disfrutar la música, según las habilidades.

Como resultado se logra que niños y jóvenes con discapacidades mejoren la coordinación de sus movimientos, que desarrollen favorablemente su lenguaje, conducta y hasta su capacidad de interactuar con otras personas.

Para estos estudiantes, su día a día no es sencillo, suelen requerir de la ayuda de sus padres o familiares para asistir a clases, en ocasiones en una silla de ruedas. Su aprendizaje se realiza a una velocidad menor, pero realmente eso pasa a un segundo plano.

Yesenia Elizondo, profesora del MAT en el Sinem de Pavas, está convencida de que lo valioso para sus estudiantes es cómo desarrollan habilidades gracias a la música.

Habilidades. Desde pequeña la madre de Edel notaba que a su hija se le facilitaba llevar el ritmo de las canciones que escuchaba, también bailaba con la música.

Eso inquietó a esta maestra de primaria retirada, y un buen día llevó a la niña a realizar una prueba en el Sinem. Una vez que se abrió el programa, comenzó a recibir clases de piano.

Con su profesora Marcela Méndez, avanzó al punto de identificar las notas en las teclas del piano, también comenzó a leer música en el pentagrama e interpreta desde la nota do a la nota sol.

Méndez agregó que podrían parecer avances mínimos, sin embargo, para la adolescente es algo muy bueno y pronto podrá comenzar a enseñarle a tocar pequeñas melodías con las dos manos.

Ya suman tres años de trabajo, tiempo que le permite a su madre asegurarse de que su retoño está más tranquila y relajada desde que recibe clases de música.

También se le facilita prestar atención y expresarse con palabras se le dificulta, no obstante, su madre asegura que la sonrisa que tiene es la mejor evidencia de lo feliz que se siente.

“Uno cree que vivir con un hijo con síndrome de Down es difícil, pero no lo es. Sí hay sacrificios –ella dejó su trabajo como educadora para cuidarla–, pero, por un hijo todo se olvida. Al verla tocar emocionada y ver su rostro de satisfacción, es un gran premio”, agregó Antonieta García.

Doble esfuerzo. Por estos días en la casa de Jeanneth Pérez se escuchan las estrofas del tema popular Piel canela. Es una de las obras que están aprendiendo este mes en el programa MAT, del Sinem de Moravia.

Esta alumna de 23 años descubrió en el canto una actividad que disfruta, así tenga que pasar largas jornadas junto a su madre memorizando canciones en español, inglés y hasta italiano.

Ella tiene espina bífida e hidrocefalia, por lo que se le dificultó aprender a leer y escribir. Por eso, su madre Francisca Avendaño explicó que todo lo que aprende lo hace de memoria.

La influencia del programa Mat en la joven es visible, le entusiasma ensayar, a pesar de que se cansa fácilmente. También le ayuda a tener un mejor vocabulario y, en especial, la hace feliz, sentimiento que se evidencia en su rostro cuando está cantando.

Para incrementar el reto, ahora está en clases de violín, en el programa del Sinem en el Hospital de Niños. De momento logra sostener su instrumento, siempre con ayuda de su madre; comenzó a aprender lectura musical y a pesar de que debe acudir durante varias horas a clases los sábados, ella lo disfruta.

“Me canso mucho, me gusta mucho el violín. Si es cansado, pero cuando vengo aquí (a su casa), me duermo”, dijo la estudiante.

Las dificultades económicas están presentes, no obstante, doña Francisca se olvida de estas cuando Jeanneth le da alegrías.

Una de estas fue verla participar en un recital de estudiantes, en el Teatro Melico Salazar, cuando cantó sola ante el público: “No lo podía creer”, aseguró la madre.

Emoción al cantar. Cada miércoles Pablo Ramírez, de 20 años, acude a su clase de canto junto a su profesora Yesenia Elizondo, en el Sinem de Pavas. Lo primero es realizar ejercicios de relajación de los músculos, luego un trabajo de respiración, de lectura musical y finalmente afinar.

Tras de la preparación de la garganta, juntos comienzan a repasar Con Te Partiro, en medio hacen una pausa para que él le explique a su profesora porqué el italiano se parece tanto a castellano.

Al final de la clase Ramírez contó que cantar es algo bonito para él, un gusto que descubrió en su niñez. Sus intereses musicales son muy variados, desde cantos de alabanza como El poderoso de Israel, de Palabra en Acción; hasta temas de Mägo de Oz y Mecano.

“La música me produce emociones, me atrae como imán. En ocasiones es alegría, en otras tristeza”, dijo Ramírez.

El joven, quien tiene rasgos de autismo, comenzó en el programa MAT en marzo del 2011. Desde entonces realizó un proyecto con canciones de Mocedades y ahora trabaja para presentar obras en italiano, algo que calificó como difícil, pero, que aseguró vale la pena.

Uno de los momentos más alegres durante este periodo de clases fue el recital que ofreció en julio del 2011, en la Universidad de Costa Rica, donde cantó Dust in the Wind, del grupo Kansas.

Trabajo de equipo. Profesoras como Marcela Méndez y Yesenia Elizondo recuerdan el temor al principio, para ambas el programa MAT fue el primer acercamiento al trabajo con niños y jóvenes con discapacidades.

De igual manera comparten un sentimiento de satisfacción por encontrar la oportunidad de trabajar con estudiantes que requieren distintos estilos de aprendizaje, pero que al verlos tan felices, hace que valga la pena la experiencia.

“El reto es que los estudiantes estén dispuestos a estar en cada clase, y para mí de prepararlos bien. También se tiene que trabajar para que los papás no tomen este tiempo como una guardería, sino que hagamos algo sencillo, pero que todos disfrutemos”, explicó Méndez.

Edel, Pablo y Jeanneth son solo tres ejemplos de lo que este programa hace en casi un centenar de niños y adultos.