Pablo Esquivel, el talentoso pianista tico que conquista los escenarios internacionales

Con tan solo 10 años, el joven fue admitido en la prestigiosa escuela de música The Juilliard School y, desde entonces, su carrera ha estado en constante crecimiento. Sus conciertos incluyen diferentes escenarios de Estados Unidos, Brasil y Francia, mientras continúa preparándose en las mejores academias estadounidenses

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¿Quién diría que una película puede cambiar la vida de alguien? Quizás no es lo más común, pero ese fue el caso del músico costarricense de 19 años, Pablo Esquivel.

Cuando tenía ocho años, el pianista vecino de Escazú descubrió August Rush, cinta que retrata la historia de un niño huérfano que es amante de la música y se presenta en cada esquina de Nueva York con el propósito de buscar a sus padres. El talento del pequeño es tal que logra entrar a la prestigiosa escuela de música The Juilliard School, ubicada en la Gran Manzana.

Para Esquivel, quien empezó a tocar piano cuando tenía siete años, el hecho de que August alcanzara su sueño a tan corta edad fue una inspiración tan grande que lo llevó a decirles a sus papás que quería prepararse en ese reconocido conservatorio.

“Cuando yo vi esa película, yo dije ‘ese es mi sueño también’”, recordó el pianista.

Para sus padres, Oresta Noël y Antonio Esquivel digerir la noticia no fue sencillo; sin embargo, siempre le habían inculcado a sus hijos que lucharan por alcanzar sus sueños y no podían permitir que la esperanza del pequeño se disipara en cuestión de segundos, por lo que optaron por buscar los requisitos para ingresar a la prestigiosa escuela.

Han pasado casi 12 años desde entonces y hoy Pablo y su familia saben lo que es el sacrificio y la entrega al ver el pianista en que se convirtió, ese que se ha presentado en escenarios de México, Brasil, Perú, Centroamérica, Francia y Estados Unidos y quien ahora busca abrirse paso en el continente europeo.

Un cambio de vida

Luego de un par de años de investigación, Pablo por fin pudo participar en una audición en Juilliard y, para sorpresa de su familia, dos semanas después llegó una noticia que los dejó helados a todos: el pianista había superado todos los filtros y había logrado entrar a la rigurosa institución.

Lo que vendría requería de un gran esfuerzo. Tres meses después de la noticia y con maletas en mano, Esquivel y su familia se mudaron a Nueva York. No tenían trabajo ni dinero ni hogar, pero estaban dispuestos a enfrentar las adversidades con tal de que el músico pudiera cumplir su sueño. Poco a poco, las cosas se fueron acomodando en su lugar.

“Cuando me dijeron que me habían aceptado en Juilliard no teníamos ningún plan para ir a Estados Unidos, no sabíamos cómo nos íbamos a ir los seis, porque no teníamos visa ni nada. Tuvimos que cambiar nuestra vida en cuestión de meses y todo pasó tan rápido que tuvo que pasar un tiempo para que yo entendiera lo que pasaba, porque tenía eran ocho años. Ya un tiempo después, yo dije: ‘¡wow!, sí fue bastante trabajo’”, afirmó.

Ensayaba todos los días cinco horas, por lo cual debió concluir sus estudios académicos desde la casa. De una u otra forma, el joven está consciente de que pasó su adolescencia entre instrumentos musicales y libros en una escuela en la que siempre fue “el bebé”, recuerda.

Estudió allí siete años, donde conoció la disciplina y el gran talento artístico que existe a nivel internacional. De hecho, fue esa constante competencia la que lo ofuscó en más de una ocasión.

“Hubo un punto, cuando era más joven, en el que no sabía cómo manejar la presión porque yo llegaba a Juilliard y había tantos pianistas tocando a un nivel altísimo y sentía que me estaban pasando. Sin embargo, al final entendí que cada uno tiene su propio aporte en el piano y no es cómo uno puede tocar, lo rápido que puede tocar o las horas que puede tocar, sino la forma en que uno se conecta con el piano y con la audiencia”, explica.

Tras concluir su paso por el conservatorio, vino una nueva oportunidad, esta vez en Boston, ciudad donde se encuentra Berklee College of Music, otra reconocida escuela estadounidense, la cual le otorgó una beca para estudiar composición de música para películas, un área que a Esquivel siempre le generó curiosidad.

Allí asistió por un año, ya que se dio cuenta que esta rama no era lo que estaba buscando: él quería ser compositor, pero de sus propias obras.

Ya para el 2018, regresó junto con sus tres hermanos y sus papás a Costa Rica, país al que ama sobre todas las cosas.

“En Nueva York, todos son bloques de cemento y uno pierde esa esencia con lo verde y conectarse con lo verde. Y no sé si soy yo, pero cuando toco un árbol o estoy rodeado de montañas, siento una paz y una energía muy positiva; puedo pensar más claro. Eso no pasa allá y puede afectar el estado mental”, agregó.

Además, considera que en el país hay mucho talento que explotar y ahora espera poder ayudar e impulsar a esos jóvenes que, como él, sueñan en grande y en convertirse en grandes artistas.

“En las casas, hay bastantes jóvenes con esa pasión pero que no la pueden desarrollar o explotar porque no son aceptados en las escuelas o en las casas”, afirmó el joven amante del rock y la música electrónica.

En soledad

Pese a que ha crecido como pianista y su carrera ha sido exitosa, también reconoce que se ha sentido solo, pues el piano consume prácticamente todo su tiempo.

Aunque ha aprendido a vivir con ello, hubo momento en que la pasó mal.

“Desde los 10 años, he pasado bastante solo con el piano y, si uno no aprecia estar solo, te puede afectar. Al principio, a mí sí me afectaba, pero conforme avanzó el tiempo empecé a entender que no era algo por lo que estaba sufriendo, no era nada malo y, más bien, era una oportunidad de conocerme más profundamente y creo que eso me ha ayudado a ser un mejor artista”, contó.

En cambio, ahora conoce a la perfección lo que es la disciplina, la entrega y la constancia por cumplir las metas que se propuso siendo un niño y se siente orgulloso de lo que ha logrado con eso.

“Desde pequeño tuve que sacrificar un montón de cosas, tenía que medir el tiempo que salía, porque mi vida era el piano y creo que a esa edad hay que tener muy claro que se necesita mucha disciplina para avanzar y hacerlo con amor, porque la disciplina puede existir, pero, si no se ama lo que hace, no vale la pena. Creo que hay que tener mucha pasión para hacer algo tantas horas al día”.

Todo vale la pena cuando se sube a un escenario, ya que en ese momento puede hacer que su “público se conozca a sí mismo a través de la música” y “si al final de un espectáculo el público llega a conocerme mejor a mí, ya es un éxito, pero, si el público se conoce mejor con mi música, es un sueño”.

Fusión

Además del piano, Pablo tiene muchos pasatiempos; por ejemplo le gusta jugar fútbol, escribir cuando está solo, leer y también meditar; esto último se ha convertido en una de sus más grandes pasiones en los últimos años.

“Meditar es parte de la soledad porque cuando uno ve dentro de uno mismo puede encontrar mucha paz y felicidad”, afirmó el joven que presenta piezas originales en sus conciertos.

Por ello, luego de mucho tiempo de pensar en cómo unir el piano con la meditación en un solo espectáculo, llegó a la conclusión de que mientras él toca el instrumento con las partituras o piezas idóneas el público puede irse conectando con su interior.

De allí nació Fusión, proyecto que comenzará a implementar en octubre y consiste en dar pequeños conciertos que involucren la meditación en un sitio en armonía con la naturaleza.

“Ahí es donde encuentro más pasión y me encantaría abrirme camino uniendo estas dos ramas e influenciar a otros artistas con este proyecto”, comentó el músico, quien sueña con comprarse algún día un Grand Piano Steinway.

Este no es el único proyecto que Pablo tiene en mente, ya que pese a tener una carrera como pianista, al joven le gustaría entrar a la universidad a estudiar sociología, ya que considera que puede ser un complemento de la meditación.

De hecho, si logra ahorrar o conseguir un patrocinador, el pianista regresará a inicios del 2020 a Nueva York, ya que recientemente fue admitido en Mannes School of Music para estudiar composición. Allí, aprovechará para tomar clases, cursos o ingresar a la universidad a prepararse como sociólogo.

“Me parece fascinante la interacción de los humanos, cómo funciona esta sociedad y todo lo que nos conecta como una comunidad. Entender más al ser humano”, comentó.

Mientras eso ocurre, el joven y su familia buscan la forma de ahorrar el dinero necesario para no desperdiciar la beca que obtuvo y seguir creciendo como el pianista que anhela con presentarse en el Lincoln Center, en Nueva York, y el Royal Albert Hall, en Inglaterra.