Judas Priest: la leyenda tiene cuerda para rato

¿Que a Rob Halford no le da el cuerpo? ¿Qué quizá el concierto no valía la pena? Todas las ideas que en algún momento conspiraron contra la actuación de Judas Priest en Costa Rica se fueron al basurero.

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Leyenda. Aunque de pocas letras, esa palabra pesa más que un diccionario. Cuando leyenda es la etiqueta que se lleva pegada en la espalda, la barda siempre es alta al saltar y Judas Priest lo sabe, pero también demuestra en el escenario que si en algo está, es en forma.

¿Alguna duda al respecto? Si la había, quedó despejada, aclarada y contrarrestada el martes pasado en el Estadio Nacional, que en La Sabana logró convocar a unas 17.200 personas, según el dato oficial de la productora RMP TV.

La gente fue a ver entonces a Judas Priest y a Whitesnake, que tocó cerca de 80 minutos, y hasta ayer recogía buenos comentarios, entre quienes asistieron al concierto.

Clase maestra. Después de 40 años de carrera y siendo muy temprano –a principios de los 70– elevada a la categoría de máster en el heavy metal, Judas Priest dio un concierto en Costa Rica que, fácilmente, entró en la lista de recitales inolvidables entre los eventos internacionales especializados, en el género que han pasado por aquí.

Cuando el viernes de la semana anterior, la productora anunció que iba a cambiar la posición de la tarima a la mitad del estadio –lo que hacía deducir que la venta de entradas no había sido la esperada para la totalidad del lugar– se armó un poco la gorda en las redes sociales.

Saltaron los que dijeron que era obvia la baja venta porque Judas Priest ya no era la banda de hace 20 o 30 años atrás; que a Rob Halford la voz lo traicionaba al llegar a sus 60 años de edad, o bien que, al no estar ya en la alineación la brillante figura de K.K. Downing, la formación no era la misma. Respondieron los fans de hueso colorado con lo siguiente: Judas Priest es una leyenda y hay que verlos en vivo.

Y aquel martes, de 9:30 p. m. a casi la medianoche, Judas Priest demostró que toca cuanto puede, siempre arriba y si las reglas del juego lo permiten, da aún más.

Muy diferente a artistas de pop u otros géneros que con 30 años menos que Rob Halford o que el guitarrista Glenn Tipton –pronto a cumplir 64 años en octubre–, solo tocan la mitad de tiempo que los Judas Priest. Y algunos salen agitados del escenario.

Si algo traía Judas Priest con el Epitaph World Tour 2011 era un show estricta e, inteligentemente, diseñado. Una propuesta donde abordaba en estética contemporánea sus más entrañables clásicos, o bien temas fundamentales sin que estos perdieran su esencia.

La cita resultó obligatoria para los músicos nacionales. En el recinto era fácil ver a miembros de bandas locales como Mantra, Insano, Sight of Emptiness, Adrenal, Akasha, ex-Colémesis y ex-Draconian Incubus. Aquello iba a ser una lección de ejecución, desempeño y estar vivos a pesar de los ires y venires, y de la edad.

“Para mí no solo es revivir recuerdos. Era un niño cuando oí por primera vez a Judas (Priest); para mí es una clase maestra. Son grandes músicos y están ahí (señalaba al escenario) tocando como si nada. Es increíble”, dijo a Viva Jorge Acedo, exbaterista de la banda de gótico Draconian Incubus.

Obligatoria fue la cita también para fans que se movilizaron desde varios puntos de Centroamérica. Llegaron al concierto desde Nicaragua, Panamá, Honduras y El Salvador.

Alexander Iglesias, de 22 años, viajó desde Granada (Nicaragua), y mientras la banda tocaba Judas Rising afirmaba a Viva: “Claro que el viaje valió la pena”.

Lo mismo sintió Óscar Alvarado que se dejó venir desde Honduras, y en la gramilla se envolvía la espalda con la bandera de su país.

Niños, adolescentes, veinteañeros, gente de más 50 años también estaban en el sitio. Unos saltaban y otros veían con actitud contemplativa, casi analítica, a Judas Priest, y luego aplaudían con euforia o se miraban entre amigos haciendo un movimiento de “sí” con la cabeza, en señal de clara aprobación al tema recién interpretado.

A los hechos. Si algo demostraron Rob Halford, Glenn Tipton, Ian Hill (bajista), Scott Travis (baterista) y el joven Richie Faulkner –que carga el peso de tener que suplir a K.K. Downing– es que Judas Priest es Judas Priest no por fama, sino por hechos que se defienden en el escenario.

La defensa de aquella tesis empezó desde la intro del concierto. Mientras una manta cubría todo el escenario, y en ella escrita estaba “Epitaph”, sonó War Pigs, todo un clásico de Black Sabbath. Empezaba Judas Priest rindiendo tributo a una de las bandas que la nutrió.

Pasaron pocos segundos entre los primeros acordes de Rapid Fire y la caída de la manta que, una vez en el suelo, mostró lo que el Estadio Nacional esperaba: a Judas Priest.

El Estadio reventó en un grito y se convirtió en un mar de manos alzadas en puño. Era la bienvenida a una banda esperada por décadas.

De Rapid Fire entraron casi de forma ligada a Metal Gods, para seguir con Heading Out to the Highway, la infaltable Judas Rising y uno de sus temas más trabajados en vivo: el Starbreaker .

Luego vino un tema que tampoco podría faltar en un encuentro con Judas Priest: Victim of Changes, que fue famosa desde 1972, varios años antes de que la banda la dejara plasmada en su disco Sad Wings of Destiny, del 76.

Judas Priest iba exponiendo, con un Rob Halford de potente voz, otros álbumes claves de su historia, como el British Steel (1980), el Point of Entry (1981) y el Angel of Retribution, del 2005 –tan fundamental en el presente de Judas Priest, porque marcó el regreso de Halford a la banda tras 13 años de ausencia–.

Al disco Rocka Rolla, de 1974, le llegó el grupo cuando interpretó Never Satisfied.

Desde el primer bloque de canciones, se veía el diseño estricto y preciso del show: al lado derecho una dupla, perfectamente alineada, de Glenn Tipton y el bajista Ian Hill, que se movían incluso al mismo ritmo. Al lado izquierdo, Richie Faulkner, que ocupó la posición protagonista que le hubiese tocado a Downing: largos y pirotécnicos solos.

Apoyándose en imágenes de video pensadas para cada tema –desde las portadas de sus discos hasta visuales conceptuales–, efectos especiales –fuego que salía a la altura de la tarima de la batería– o bien atrevidos juegos de luces y láser en multiplicidad de colores, Judas Priest estableció momentos de mucha euforia o bien pasajes muy emotivos, memorables.

Eso sucedió cuando en un formato acústico llegó Diamonds & Rust, tema original de Joan Baez, y que Judas Priest grabó en el Sin After Sin, hace más de 30 años atrás.

Más, más, ¡más! Para cuando llegó Prophecy, Rob Halford demostró que en su oficio no vale solo ser cantante, hay que ser intérprete. Vestido con una túnica con capucha, de espejitos reflejantes como le gustan, hizo alegoría a Nostradamus, disco del 2007, enfocado en aquel profeta.

Con la cortesía del caso, Halford iba presentando algunos temas. Bastó que de su boca saliera: Nightcrawler, y aquel tema del popular Painkiller (1990) fue recibido en ovación. Fue coreado.

Turbo Lover iba apuntalando aún más la energía muy en alto que iba tendiendo Judas Priest y siguió subiendo con Beyond the Realms of Death y The Sentinel.

Un cambio de energía se dio en Blood Red Skies, tema que la banda toca por primera vez en vivo en este tour y que fue precedida por imágenes conceptuales en video, unas especies de ríos rojos, y fulminantes haces de luces rojas y verdes.

Después de aquel regalo, vino el momento de entrar al álbum Killing Machine, con The Green Manalishi (With the Two-Pronged Crown) –original de Peter Green para Fleetwood Mac–.

Tras 15 canciones, ya al filo de las 11 p. m., no podía irse Judas Priest sin tocar algo obligatorio entre lo obligatorio: Breaking the Law y Painkiller. Así, a las 11:18 p. m., Judas Priest se despedía del Estadio Nacional, tras haber interpretado 17 canciones, pero tuvo que regresar al llamado del gentío.

Y con Electric Eye, Hell Bent for Leather –para la cual Rob Halford entró en una moto al escenario– y You’re Got Another Thing Comin, se despedían otra vez.

El protocolo dictaría en ese punto que: esto que se acabó, pero no fue así. Y tras la petición del baterista Scott Travis de, si piden otra hacemos otra, regresaron para sorpresa de los que iban dejando el estadio con Living After Midnight.

La entrega de la banda no quedó en solo eso, en dar 21 temas de forma intensa. Ante la euforia masiva del Estadio Nacional, el grupo en pleno salió al escenario para ser entonces ellos, los que aplaudieron a los fans. Estaban ahí dando las gracias al público y eso, quienes lo vieron, no lo olvidarán jamás.