Irwin Hoffman, maestro de orquestas y sensible amante de la música

Director emérito Encargado de cerrar la temporada oficial de la orquesta que dirigió por 15 años, recuerda por qué dedica su vida a la música

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De niño, Irwin Hoffman memorizó las nueve sinfonías de Beethoven y dirigía a músicos invisibles en su sala. Este domingo, el director emérito de la Orquesta Sinfónica Nacional utilizó las mismas partituras compradas entonces para llevar la música al público tico que lo conoció durante 15 años.

El director de orquesta estadounidense tomó la batuta de la OSN de 1987 al 2002. En el 2011, volvió a dirigirla como invitado y, este año, estuvo a cargo de la apertura y el cierre de la temporada oficial.

Hoffman nos recibió en su casa en San Antonio de Escazú con una vista al valle, amplia y variada, como su trayectoria profesional. El director, nacido en 1924, recuerda el inicio: “Cuando mi padre colocó ese violín bajo mi barbilla, a los seis años, yo era demasiado joven para entender de qué se trataba la música”. “Conforme pasó el tiempo, se convirtió en parte de mi existencia y consumió la mayoría de mis horas despiertas por años”, añade.

Ruta. Hoffman laboró por largos periodos en Vancouver, Chicago y Florida. Durante los años 80, fue invitado a conducir a la orquesta tica hasta que, en 1987, fue invitado a convertirse en su titular.

¿Qué se planteó al inicio de esta asignación? “Hacer buena música”, dice, simplemente. La buena música es lo único que le interesa. “Cada orquesta está permanentemente pasando por un momento difícil; si no es esconómicamente, es musicalmente”, explica.

La crisis económica nacional había alejado a los músicos norteamericanos de la OSN; era un cuerpo musical joven y en formación. “Durante el tiempo que la conduje, la orquesta creció de una edad promedio de unos 20 años, probablemente, a cerca de 35 años cuando la dejé. Esos son años formativos en la vida de un ser humano, y yo fui parte de sus vidas”, celebra Hoffman.

Es recordado con sincero cariño entre los músicos que permanecen. Modesto, Hoffman reconoce que, a lo largo de los años, le han comentado que “significó algo” para ellos.

Como cuenta Hoffman, cuando llegó, había mucho trabajo por hacer: se debía fortalecer la disciplina musical. “El entrenamiento de los músicos no era entonces como es ahora, y tal vez contribuí a ello”, opina. Fue removido del puesto en el 2002 y, aunque fue “hiriente”, ya es “parte del pasado” y se ha olvidado. Regresa a la orquesta invitado y satisfecho de reencontrarse con tantos conocidos y el público.

Atmósfera. “La música une a todos en una cosa: comunicarse”, declara el maestro. “Lo que intento lograr, lo que me da placer y la razón por la que continúo haciéndolo, es crear una experiencia para el público. Estoy creando una realidad que no estaba allí antes”, dice.

Esa realidad nueva debe ser una experiencia única en la sala de conciertos. Debe estimular todos los sentidos, en especial el visual, que para Hoffman es el más fuerte.

Más allá de eso, la música debe comunicar un mensaje. “Cualquier música es valida si está bien producida y si la vida de la persona que la escucha cambia, aunque sea en algo minúsculo. Entonces es ‘buena’ música”, considera.

Hoffman considera que la misión de un director es canalizar una historia musical a través de su instrumento, que es la orquesta completa. “Una orquesta sinfónica es como un museo de arte musical, un repositorio de material que pasa de generación en generación. Mucha de la música que se compone desaparece; la mejor es la que pasa de una generación a otra”, argumenta.

Para Hoffman, hacer música es un acto de generosidad. El público tico le ha agradecido ese regalo con aplausos de casi tres décadas.