“Hay que venir sin esposos y sin novios”

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Marta Jiménez es una señora que sobrepasa los 50 años, y no se da el lujo de perderse a su artista favorito..., y vaya que lo es.

Se podría decir que ella es una voz autorizada para hablar de El Potrillo. Marta vivió en México 12 años, y solo allí lo ha visto 15 veces, en palenques y espectáculos en el Auditorio Nacional.

Si además sumamos un concierto al que asistió en Caracas, Venezuela, y las visitas que el mexicano ha hecho a Costa Rica, la cuenta llega a unas 20 veces.

“Alejandro es Alejandro. Yo pagaría lo que fuera. Él tiene algo: canta precioso, se viste increíble, tiene un cuerpo buenísimo. Además, es maravilloso, irradia todo. En los palenques es más alegre, se toma sus tequilitas, se desinhibe y, además, el ambiente es más chiquito, entonces lo ve uno más cerquita.

”Aquí hay que venir sin esposos y sin novios para poder disfrutar”, dijo Jiménez, quien venía con un grupo de cinco mujeres, entre ellas su hermana y su sobrina.

Sandra Castro, quien la acompañaba, pagó ¢67.500, y trató de evacuar una interrogante que algunos desinteresados por este tipo shows no se explican: ¿por qué van una y otra vez para ver al mismo artista aunque cante casi siempre las mismas canciones?

La respuesta es simple, y así lo resumió Sandra: “Volvería a pagar lo que fuera. Verlo es un placer. Siempre hace algo diferente, ese espectáculo no se ve todos los días”, contó, entre risas, como refiriéndose a algo más allá de su talento con la voz.

Más adelante, en la quinta fila frente a la tarima tarima en la que cantaría el mexicano, Nuria Vargas, una mamá de 52 años, llegó acompañada de sus dos hijas, de 30 y 26, y de su sobrina, de 29, para gritarle “de todo”, según contó, al hijo de Vicente Fernández.

“Venimos sin censura”, dijo la mamá, empujada por sus hijas.

“Nos gusta todo. Él solito nos gusta. Todo él. Esto es un concierto para todas las generaciones, pero su música, verlo cantar es sumamente agradable. Dejamos a los novios y al marido en la casa”, finalizó Vargas.