Hace 25 años, Milli Vanilli se bailó al mundo

En 1990, el dúo de pop bailable se convirtió en leyenda y puso sobre la mesa una interrogante: ¿qué importa más, la voz o el rostro del artista?

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En el sitio web de los Grammy hay un faltante. En la página dedicada a los ganadores de 1990, la categoría de mejor artista nuevo no muestra artista vencedor. No hay salvedad ni pie de página alguno que lo explique.

Es como si la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación –encargada de otorgar los premios más importantes de la música en Estados Unidos– prefiriera ignorar lo que sucedió aquel año.

Sin embargo, ya se sabe que al sol no se le puede tapar con un dedo, y lo que el sitio web de los Grammy ignora no es uno, sino dos astros.

El paso de Milli Vanilli por el mundo fue el de un meteorito que entra a la atmósfera terrestre: fugaz, brioso, envuelto en grandes llamas, pero destinado al rotundo, espectacular fracaso.

Eran dos soles de largas greñas, de sedosa piel negra, de movimientos extravagantes y sensuales, de voces… Bueno, eso es un poco más complicado de explicar.

Se llamaban Fab Morvan y Rob Pilatus. Uno era francés, el otro alemán. Convocaban a decenas de miles de personas a sus conciertos. Vendían copias de Girl you know it’s true , disco con el que debutaron en Estados Unidos, como botellas de agua en el desierto. Ganaban aplausos del público y alabanzas de la crítica, que no dudó en bañarlos en premios, incluyendo el Grammy.

En las entrevistas que concedían a los mayores medios de comunicación estadounidenses, aseguraban que su talento era cosa seria, y que su dominio de las listas de popularidad no sería temporal.

“Soy el próximo Elvis”, dijo, en marzo de 1990, Pilatus a la revista Time . La conclusión lógica a la que habían llegado él y su compañero era que, a juzgar por el éxito comercial del grupo, eran más talentosos que Bob Dylan, Paul McCartney y Mick Jagger, dijeron a Time .

Ocho meses después, Fab Morvan y Rob Pilatus fueron despojados de su Grammy a mejor artista nuevo. La verdad se había hecho pública: ninguno de los dos muchachos había cantado en su disco debut.

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En lugar de ser los nuevos Elvis, eran unos impostores que hacían el papel público con las voces de otras personas, supuestamente menos atractivas y más difíciles de mercadear. Sus conciertos eran, en realidad, grandiosas obras de mímica.

El fraude de Milli Vanilli había quedado al descubierto. Ni siquiera los premios Grammy podían ignorarlo.

El plan. La fortuna es una dama traicionera. Años antes de convertirse en estrellas y farsantes, Rob Pilatus y Fab Morvan estaban en la miseria, en los proyectos sociales de la ciudad de Múnich, en Alemania, en años previos a la unificación del país europeo. Vivían junto a otros dos músicos; apenas encontraban algo para comer y estaban sumidos en profundas depresiones. “Éramos infelices. Queríamos ser estrellas”.

Fue allí donde la dama Fortuna se les apareció y les hizo una oferta que no podrían rechazar. El nombre de la dama era Frank Farian.

Productor musical, dice la hoja de vida de Farian. A finales de los años 80, Farian tenía un proyecto en mente: un grupo de música en la que se combinaran la melodía y el baile frenético, lleno de fuerza, de sex appeal . Ese proyecto terminaría por llamarse Milli Vanilli.

Farian fue el arquitecto de una de las mayores decepciones en la historia de la música del siglo XX. Funcionaba así: un trío de músicos cantaría en las sesiones de estudio en las que se grabarían las canciones del disco debut de Milli Vanilli. Luego, Pilatus y Morvan pretenderían estar cantando esas piezas sobre un escenario, posarían para las fotografías y recibirían el crédito.

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¿Qué recibían los músicos, entonces? Dinero. Y anonimato.

El experimento de Farian obtuvo mejores resultados de los que nadie hubiera supuesto. En cosa de un par de años, Milli Vanilli había logrado vender 14 millones de copias de sus discos, y colocar tres sencillos en el número uno de las listas de popularidad de Billboard .

Las cosas parecían marchar de forma inmejorable. Hasta que se rayó el disco.

La caída. Con la fama llegaron las sospechas. Durante las entrevistas que ofrecían, Morvan y Pilatus no conseguían ocultar su marcado acento europeo y su pobre manejo del inglés.

Esto levantó sospechas entre algunos miembros de la prensa, quienes se preguntaban cómo es que aquel par de muchachos que apenas lograban expresarse en lengua inglesa podían cantar en ese idioma con tanta facilidad y energía.

Entonces, el 21 de julio de 1989, durante un concierto en Connecticut, frente a miles de personas, la pista de audio de la canción Girl, you know it’s true se trabó. Quince veces se repitió la frase “Girl, you know it’s…” antes de que Morvan y Pilatus salieran huyendo del escenario. “Quería morirme”, dijo, años después, Morvan a MTV. “Salí corriendo del escenario y dije ‘se acabó, renuncio’”.

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Morvan no renunció. De hecho, al público no pareció importarle lo que había pasado aquella noche en Connecticut. Tampoco a la crítica: seis meses después, Milli Vanilli recibió su premio Grammy y el mundo les siguió rindiendo pleitesía.

Había tres personas, sin embargo, que no estaban dispuestas a hacerlo. Charles Shaw, uno de los músicos que habían grabado las canciones del grupo, apareció en la prensa exponiendo la verdad. Esto generó una oleada de presión sobre Milli Vanilli que finalmente concluyó cuando Frank Farian admitió que todo había estado montado desde el principio; que los dos muchachos de largas greñas y sedosa piel negra eran el rostro, pero no la voz del grupo.

El final. “Es una tragedia para mí, ver que el sueño se acabó”. La frase pertenece a la canción Girl, I’m gonna miss you , parte del disco debut de Milli Vanilli. En retrospectiva, parece un chiste cruel o una premonición.

Tras el desastre, Morvan y Pilatus se convirtieron en parias. Se mudaron a Los Ángeles, California, donde firmaron con una pequeña disquera y publicaron el disco Rob&Fab ; fue un fracaso, por supuesto.

Años más tarde, fue el propio Farian quien intentó rescatar la carrera de los tres con un nuevo disco de Milli Vanilli; esta vez, sería los dos muchachos quienes cantarían. La producción de Back in attack –el título propuesto para el LP– se completó, pero el 2 de abril de 1998, un día antes de comenzar la gira promocional del regreso de la banda, Rob Pilatus fue encontrado muerto.

Pilatus había caído en desgracia cuando el escándalo se destapó. Tras años de drogas, intentos de suicidio y una condena de tres meses en prisión por asalto, robo y vandalismo, Pilatus encontró la muerte en un hotel de la ciudad de Frankfurt, Alemania. La policía lo declaró como un suicidio involuntario. Back in attack nunca vio la luz.

Por su parte, Morvan nunca dejó de perseguir una carrera como estrella de la música, aunque los resultados nunca estuvieron de su parte. En el 2003 publicó Love revolution , su disco debut; ocho años más tarde, lanzó el sencillo Anytime a través de iTunes.

Nunca logró siquiera rozar la estratosfera en la que, durante un brevísimo periodo de tiempo, habitó Milli Vanilli. Ese umbral que separa a las leyendas de los meros mortales y que está reservado para las más grandes estrellas de todos los tiempos, las que no morirán nunca.

Tras 25 años, la leyenda de Milli Vanilli ha probado que tampoco se borrará de la historia, aunque no por las mejores razones.