El asesino de John Lennon sigue hundido: cuatro décadas después está en la cárcel. ¿Saldrá algún día?

Luego de 40 años de perpetrar la muerte del exbeatle, Mark Chapman le han negado su libertad en once ocasiones. El tiempo pasa y nada ocurre. Tal parece que la memoria colectiva, la música y las viles razones por las que mató al músico lo continuarán atando a los barrotes

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No es que los jueces sean fanáticos de Los Beatles, o bueno, quizá sí. ¿Quién no lo es? Lo cierto es que Mark Chapman, famoso asesino de John Lennon, continúa penando en la cárcel uno de los crímenes más dramáticos de la cultura popular contemporánea.

Nada en el mundo parece tener el poder de liberarlo.

Es curioso, pero la última vez que Chapman solicitó su libertad, los jueces ni siquiera se tomaron la molestia de publicar el porqué le negaban la petición. Quizá, al escuchar los alegatos de Chapman, pensaron que el fallo era tan lógico que no merecía la pena pero ni un telegrama.

“Lo asesiné... porque él era muy, muy, muy famoso y esa es la única razón. Yo buscaba en gran, gran, gran medida la gloria para mí”, precisó Chapman el pasado 22 de setiembre, cuando pidió por onceava vez salir de su encierro.

En su declaración, Chapman agregó que sus acciones fueron “espeluznantes” y “despiadadas”, además de mostrar arrepentimiento por el dolor que le ocasionó a Yoko Ono, viuda del artista. Sin embargo, lo que dice parece no conmueve a nadie.

Es un caso muy singular el de Chapman, pues sus palabras no lo convencen ni a él mismo. De hecho, en la misma audiencia, dijo que “entendería si lo dejan en la cárcel de por vida”, “que no merece nada” y, asegura, que “en aquel entonces merecía la pena de muerte”.

“Cuando planeas intencionalmente asesinar a alguien y sabes que está mal y lo haces por ti, eso es una pena de muerte ahí mismo, en mi opinión”, expresó sin tapujos.

Entonces, ¿por qué pide su libertad?

Entre sus argumentos, Chapman sostiene que “ya no es el joven problemático” de aquel tiempo. Bien por él, pero en la vida hay problemas de problemas, y el que ocasionó Mark, –el 8 de diciembre de 1980– sobrepasa por mucho esa categoría. ¡Fue un desastre!, cinco balazos que se incrustaron directo en el corazón de la música y de buena parte de la humanidad.

El día que el monstruo atacó

Muy temprano por la mañana, Mark Chapman le había pedido un autógrafo a John Lennon, el músico que para entonces ya tenía al mundo comiendo de su mano gracias a Los Beatles y por todas las canciones que produjo en solitario: Imagine, por ejemplo.

Todo normal, hasta ahora, ya que Chapman tenía algo más que hacer con Lennon: matarlo.

Cuando Lennon y Yoko Ono caminaban por la calle y regresaban a su apartamento en Manhattan, Chapman se acercó nuevamente pero esta vez no portada un lapicero. Apuntó y disparó, cinco veces, para dejar a Lennon herido de muerte.

Lo llevaron al hospital, pero toda estaba consumado. Lennon expiró.

Pero, ¿qué llevó a Champan a matar al ídolo? ¿Por qué lo hizo?

Pues el portero del edificio, en el que estaba Lennon, de alguna manera fue el primero en cuestionárselo.

“¿Te das cuenta de lo que hiciste?”, le gritó el portero a Chapman.

El asesino no contestó, pero él sabía la respuesta: envidiaba a John, con todas las fuerzas de su alma.

Cuenta el diario La Tercera, de Chile, que su padre lo maltrataba física y verbalmente y que fue su madre su gran refugio. Ella intentó subir su autoestima “garantizándole que él era un niño destinado a la grandeza. Y como toda persona que se hizo joven en los años 60, la grandeza era sinónimo de Los Beatles.

En ese instante, comenzó la enfermiza obsesión.

Mientras Chapman trabajaba por la gloria prometida, adicionalmente llegaron las drogas, la soledad, las frustraciones profesionales, los celos. Había luchado, pero en vano.

¿Será que su madre lo había engañado? Chapman, dicen su biógrafos, estaba atormentado y alguien tenía que pagar.

Libros de la desgracia.

Dos obras literarias encendieron la ira de Mark Chapman e impulsaron, sin querer, su instinto asesino.

Dice La Tercera que, en sus disfuncionales reflexiones, un día Chapman se devoró el libro El guardián entre el centeno (1951), de J. D. Salinger, sobre un joven hastiado de la hipocresía del mundo.

Estaba muy hundido en la lectura de Salinger cuando sobrevino la desgracia. La imagen de Lennon, disfrutando su fortuna y rodeándose de lujos en un libro de Anthony Fawcett, John Lennon: One Day at a Time, terminaron de firmar su sentencia de muerte.

“Vio el libro y simplemente no lo pudo creer: el exbeatle, el revolucionario, el insurrecto, el pacifista, mostraba su lujo”, detalló el diario chileno.

“Chapman estaba enfermo. Leyó El guardián entre el centeno y pensó que John era el hipócrita máximo, porque tenía más posesiones que nadie, pese a cantar en Imagine: ‘imagina que no hay posesiones’.

“Llegó a creer que la música de John había engañado a toda una generación. Pensó que tenía que morir como castigo. Y después de asesinarlo, él escribiría un nuevo capítulo, el 27, con la sangre de Lennon (el texto sólo tiene 26)”, dijo el periodista Robert Rosen, en conversación con La Tercera.

Todo estaba dicho. Compró el revólver asesino y viajó a Nueva York. Era tiempo de aplicar “justicia”.

Furia extrema

Si es que en algún momento Chapman dudó en matar Lennon, toda lucha interna se borró de sí en el instante que le pidió el autógrafo.

“Chapman había leído que el músico le daba trabajo a fanáticos que conocía en la calle, por lo que aprovechó para decirle que estaba disponible: Entonces John le dijo que enviara su currículum. Tal vez si lo hubiese contratado o le hubiera dicho que regresara para una entrevista, quizás no lo habría asesinado. Ese rechazo final lo enfureció aún más”, publicó La Tercera.

Nada que hacer. Minutos después volvió, mató a la estrella y todo el mundo puso sus ojos sobre él. Finalmente, Chapman había eliminado “al hipócrita”, pero sobre todo había robado la atención del mundo.

Su rostro salía en la tele, en los periódicos; mientras que en las radios no dejaban de hablar sobre él. Al menos por un tiempo, saboreó la “grandeza” que un día le “garantizó” su madre.