Crítica de música: Un estreno importante, tres siglos después

Acierto Obra fundamental de la música sacra

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El Coro Sinfónico y la Orquesta Sinfónica Nacional presentaron por primera vez en Costa Rica la Pasión según San Juan de Johann Sebastian Bach. Este estreno nacional de la obra compuesta entre 1723 y 1724 es un acierto, ya que en nuestro país hemos pecado de negligencia al ignorar muchas obras importantes del formidable repertorio sacro.

Interpretaciones históricas. Desde que la música de Bach fue redescubierta en el siglo XIX, después de un olvido parcial de casi un siglo, las interpretaciones de sus obras han evolucionado en búsqueda de una mayor fidelidad con la partitura original y los usos musicales de su época.

En la actualidad, estas composiciones se ejecutan con instrumentos históricos, lo cual está muy lejos de poderse lograr en nuestro país, en donde no existen los medios necesarios que, en el caso de la Pasión según San Juan , incluirían una orquesta completa con arcos barrocos y cuerdas de tripa, flautas traversas de madera, oboes da caccia y un órgano con registros y mixturas apropiadas.

Sin embargo, dentro de las limitaciones dadas, habría valido la pena el esfuerzo de incorporar, al menos en los solos, los timbres propuestos por Bach de la viola da gamba , la viola d’amore y el laúd o tiorba. Máxime que hay costarricenses que se han especializado en esos instrumentos antiguos. En este sentido la carencia más sensible fue la del laúd en el Arioso: Contempla alma mía (N.° 31), instrumento que fue sustituido con ligereza por una guitarra moderna, que no dio la talla en ningún sentido.

Desbalance. Por otro lado, las versiones de nuestra época tienden a reducir el tamaño de la orquesta, como lo hizo John Nelson el jueves pasado en el Teatro Nacional. Esto tiene una importante justificación histórica, debido a que Bach, incluso para las festividades más importantes, no contaba con más de 15 o 20 músicos y otro tanto de cantantes.

Sin embargo, esta idea resultó equivocada en esta ocasión, ya que unos pocos violines se escucharon francamente escuálidos frente a los instrumentos modernos de viento y un coro de 90 personas, que cantó a todo pulmón.

El desbalance fue muy sensible en las escenas de multitudes, en las cuales las cuerdas tienen un papel importantísimo y se acentuó aún más con la incorporación al conjunto de un contrafagot de sonoridad potente que, si bien ya existía en la época de Bach, tenía entonces un sonido mucho más recatado.

Intérpretes. La participación del coro, a pesar de algunos pocos desajustes, denotó muy buena preparación y demostró que, gracias a la encomiable labor de un cuarto de siglo de su director Ramiro Ramírez, es un conjunto consolidado capaz de enfrentarse a los mayores retos del repertorio.

Destacables también fueron las intervenciones de los solistas, especialmente la del tenor Lawrence Wiliford, quien logró sobrellevar con éxito el papel del Evangelista de enormes dificultades vocales, que además requiere una variada paleta de timbres y gran talento dramático.

En varias ocasiones, el director permitió que, sin dirigirlos, tres o cuatro instrumentos tocaran por su cuenta junto con los solistas, esto sonó excelente con los oboes, flautas y fagot en las arias Solo me salvaré si rompo las cadenas del mal (N.° 11) y En honor del Altísimo (N.° 63) pero no así con los violines y el violoncello en el aria Mira cómo tu espada ensangrentada (No. 32)

La batuta de Nelson, aunque más precisa que en anteriores ocasiones, fue omisa en cuanto a matices y contrastes, lo cual no contribuyó en nada a estimular el interés del público, que ocupó dos tercios de la sala al inicio, pero se fue desgranando hacia la segunda parte.