Crítica de música: Salto al vacío

Gabriela Mora debuta con un programa demasiado complejo con la agrupación.

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Es una noticia excelente que una mujer costarricense dirija la Orquesta Sinfónica Nacional; lástima, sin embargo, que la presión de un programa demasiado complejo y las expectativas exageradas creadas al respecto cobraran un alto precio en las interpretaciones de la joven Gabriela Mora al frente de la orquesta.

Aunque poseedora de una buena paleta de gestos elegantes, que inspiran sin duda un timbre orquestal agradable, la batuta de Mora no resulta del todo elocuente para sus colegas de la orquesta y, en no pocas ocasiones, ella es la que termina siguiendo a los músicos, sin poder transmitir conceptos interpretativos propios. Esto produce un alto grado de inseguridad, que resultó patente en los dos primeros movimientos de la suite Le Tombeau de Couperin, de Maurice Ravel, primera obra en el programa del IV Concierto de Temporada de este año.

Fue a partir del Menuet cuando las dificultades resultaron más evidentes: un pulso demasiado lento y pesado, que se atrasó aún más en el transcurso del movimiento, quedó muy lejos de la gracia del minueto barroco de la época de Couperin, el cual evoca la obra de Faure. Del mismo modo, el Rigaudon resultó un final poco convincente en un tempo excesivamente moderado, que no ayudó a solventar problemas de entonación y coordinación en varias secciones del conjunto.

Solista

En la segunda obra del programa, el Concierto del Sur, del mexicano Manuel Ponce, participó como solista uno de los mejores guitarristas que he escuchado en toda mi vida: el polaco Marcin Dylla. Él no solo domina de manera brillante la técnica de su instrumento, sino que es capaz de lograr interpretaciones de gran belleza gracias a una exquisita pulcritud de digitación y una enorme gama de matices y colores, los cuales, lamentablemente, resultaron muchas veces inaudibles ante un acompañamiento que lo tapó en los momentos más delicados de la obra.

Por otro lado, en el aspecto rítmico, la directora logró seguir con razonable precisión al solista.

Obra final

Respecto a La consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, la tarea del director es muy diferente en lo que se refiere a matices y graduaciones de intensidad, ya que estos están dados por la orquestación misma.

El compositor, gran maestro de la instrumentación, dosifica la cantidad de instrumentos que utiliza en cada pasaje, de acuerdo a la potencia de sus timbres y hay muy poco riesgo de que se tapen unos a otros. Aquí, el mayor reto es superar con naturalidad las tremendas dificultades rítmicas de la obra, una de las más complejas del repertorio, de modo que todos los elementos que la constituyen se fusionen en una narrativa rica en contrastes de misterios ancestrales y sobrecogedora fuerza primitiva. De lo contrario, la pieza suena como una serie de pasajes inconexos que no llevan a ningún lado. Esto fue lo que sucedió este viernes en el Teatro Nacional, lo cual, me dio la impresión, fue percibido por un público que se mostró indiferente e, incluso, distraído durante casi toda la pieza.

Desafortunadamente, no es la primera vez en nuestra historia que un joven músico bien dotado es empujado a lanzarse más allá de sus posibilidades reales. Aunque Costa Rica siempre ha sido un país de oportunidades, nuestra sociedad padece de una especie de obsesión por aumentar la nómina de héroes contemporáneos, la cual actualmente solo cuenta con un astronauta y un portero. De esto sí que deben cuidarse los jóvenes con talento y no dejar por ninguna razón de prepararse bien y de correr mucho mundo antes de que algunos políticos, funcionarios avispados o, incluso, personas cercanas los lancen al vacío.

Ficha técnica

Teatro Nacional

Viernes 5 de mayo, 8 p. m.

Orquesta Sinfónica Nacional

IV Concierto de Temporada 2017

Gabriela Mora, directora invitada

Marcin Dylla, guitarrista solista

Obras de Ravel, Ponce y Stravinski