Crítica de música: Podio hipercinético

Desperdicio. Cortesías malogradas vaciaron la luneta

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Aunque me parecen justificadas la voces de protesta que se levantaron debido a la ausencia de obras de compositores costarricenses en el programa de los conciertos especiales con que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) celebró su septuagésimo aniversario, la noche del viernes 29 y la mañana del domingo 31, en el Teatro Nacional (TN), el reclamo nacionalista se reparó en parte por medio de la participación de la joven costarricense Daniela Rodó como solista en el piano y del compatriota Giancarlo Guerreo como director invitado.

Actualmente, la señorita Rodó se perfecciona en la Escuela Central de Música de Moscú y el maestro Guerrero cursa una destacada carrera internacional y se desempeña como director titular de la Orquesta Sinfónica de Nashville, en el estado de Tennessee, EE. UU.

Chopin. La señorita Rodó actuó de solista en el Concierto N° 2, en fa menor, para piano y orquesta, opus 21, del franco-polonés Fryderyk Chopin (1810-1849), figura principalísima del romanticismo musical europeo.

La obra data de 1830. El mismo Chopin la estrenó en marzo de ese año en Varsovia con mucho éxito, que repitió unos meses después en su debut parisino.

Daniela Rodó moldeó una versión atractiva de la pieza, segura en el aspecto técnico; dramática en el movimiento inicial; lírica en el movimiento lento; juguetona en el rondó final, bien que la ejecución me sonó algo limitada en gradaciones y matices, sin duda a causa de la sonoridad deteriorada del instrumento, uno de los viejos Steinway, de un frío timbre metálico en los registros medio y agudo y resonancia insuficiente en el registro bajo.

El acompañamiento de Giancarlo Guerrero y la OSN se mantuvo ágil, apegado y solícito junto a la solista.

Beethoven. El fondo de la celebración consistió de la Sinfonía N° 9, en re menor, opus 125, del eximio compositor alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827), obra que es cumbre del posclasicismo musical y precursora del romanticismo, conocida como la Sinfonía Coral.

En la interpretación participaron el Coro Sinfónico Nacional (CSN), preparado con esmero por su director, Ramiro A. Ramírez, y un cuarteto de solistas estadounidenses: la soprano Kelley Nassief; la mezzosoprano Jennifer Hines; el tenor Bryan Griffin, y el bajo Kevin Deas.

La Sinfonía Coral es siempre un acontecimiento musical emotivo e impresionante. Sin embargo, en la función del viernes, pese al desempeño enérgico de la OSN y el CSN, y la prestación descollante del cuarteto vocal, en particular del tenor Bryan Griffin y el bajo Kevin Deas, la lectura del maestro Guerrero me decepcionó.

Es probable que el tiempo insuficiente de ensayo, tres sesiones durante igual número de días, incluido el ensayo general, haya resultado en la cohesión disminuida y la falta de equilibrio instrumental entre las secciones, que el director quizá intentó compensar mediante un volumen demasiado forzado tanto en la orquesta como, durante el movimiento final, en el coro, en ambos casos con el consecuente deterioro de la calidad sonora.

Piruetas. No puedo terminar esta reseña sin referirme a los excesivos meneos corporales de Giancarlo Guerrero sobre el podio: brincos, brazadas, giros de cadera y hasta zapateos, que no solo molestaban la vista sino que distraían la atención de la música. No recuerdo tales aspavientos en sus presentaciones anteriores y sospecho que pudieron haber sido una estrategia para disimular deficiencias en la ejecución de la SinfoníaCoral ante los oyentes incautos.

Asimismo, mientras en taquilla las entradas se decían agotadas, en la sala las cortesías sin ocupar dejaron numerosos espacios vacíos

Es censurable que mucho público se haya quedado sin asistir porque la administración de la orquesta no ha puesto en práctica una manera eficiente de canjear las entradas de cortesía y así impedir que se desperdicien y se deje por fuera a quienes pagan por su entrada, vicio que he denunciado varias veces antes.