Crítica de música: Orquesta Sinfónica Nacional, avanzar o seguir reciclando

La Sinfónica Nacional frente a nuevos retos

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Sujetarse a las formas clásicas es un ejercicio de alto rendimiento y una sinfonía de Mozart funciona, con frecuencia, como una prueba de esfuerzo para revelar padecimientos ocultos en una orquesta sinfónica. Me complace declarar que con el undécimo programa, del cual escuché la repetición el domingo pasado, la Sinfónica Nacional demuestra tener muy buenos signos vitales, aunque debe ponerse un poco más en forma para tocar estas obras.

La transparencia y perfectas proporciones de la música del genio de Salzburgo dejan al descubierto cualquier imperfección. La ejecución de la Sinfonía N.° 32 ha mostrado que los primeros violines de la Sinfónica Nacional, principales protagonistas en esa partitura, necesitan más y mejor entrenamiento, suenan disparejos y desentonan con cierta frecuencia.

Ahora bien, de ningún modo creo que lograr ese salto cualitativo sea obligación de los directores invitados, como es el caso en cuestión del costarricense Eddie Mora, quien cumplió con creces su misión de ofrecernos una idea personal de un Mozart intenso, rítmicamente preciso y a la vez juguetón y rico en contrastes. El ejercicio continuo y entrenamiento adecuado es, en cambio, responsabilidad primaria del director titular y, lamentablemente, no creo posible que Carl St. Clair, quien visita el país con la frecuencia de una estrella fugaz, pueda hacerse cargo de esa ingente tarea.

El guión general del programa podría haber funcionado muy bien con el estreno, al final de la primera parte, del interesante Ritual urbano de Eddie Mora, pieza comparable con la sinfonía de Mozart en sus modestas proporciones y fuerzas orquestales similares; posee además un cierto dramatismo y sombrio color instrumental cercano al estilo de Shostakovich.

Sin embargo, los integrantes del Ensamble de Percusión de la UNED, solistas invitados, decidieron con muy poco tino incluir un encore que, además de extenso, no tenía nada que ver con el resto del programa y dejó al público inquieto ante la disyuntiva de quedarse en el Teatro o salir a buscar algún bailonguillo cercano para completar la tarde del domingo.

Yo, personalmente, decidí mantenerme fiel a la música y no me arrepiento. La versión apasionada y sincera de Mora de la 5.ª Sinfonía de Shostakovich logró emocionarme lo indecible. Me pasa con frecuencia cuando escucho esa partitura inmensa, muy cercana a quienes formamos parte de la generación de la posguerra y para quienes los acontecimientos dramáticos del siglo XX son necesariamente próximos.

No obstante, debo decir que limitar toda esa espléndida arquitectura musical al debate ideológico y pretender convertir al creador en solamente una marioneta de los acontecimientos históricos, como se hace en el programa de mano, es una reducción muy pobre del sentido de esta obra, ante la cual eché de menos los análisis sesudos y centrados en la música de Jacques Sagot.

La 5.ª Sinfonía de Dimitri Shostakovich es muchas cosas y está sujeta a muchas interpretaciones pero ante todo es una obra de notables proporciones y fabulosa creatividad en la cual conviven variados estados de ánimo, los cuales van desde el dramatismo del primer movimento hasta la contemplación mística, casi sideral, del tercero –premonición tal vez de la exploración del espacio, otro de los grandes temas del siglo XX–.

De igual manera, la ironía del machacoso compás de tres tiempos del ländler del segundo tiene más que ver con Mahler y Bruchner, que con los crímenes del estalinismo; y la fanfarria final –ciertamente ambigua en su carácter– es deudora de la tradición musical rusa, sugiero para entenderla escuchar con atención la famosa marcha de la 5.ª de Chaikóvski, antes de decidirse a explicarla como una declaración encriptada de disidencia.

En la interpretación de Eddie Mora me pareció especialmente notable el manejo de la relación de contraste de los momentos climáticos y sus antípodas, así como los desarrollos y la tremenda acumulación de energía que los fundamenta. Lástima, sin embargo, que desde el inicio no lograra plasmar el nerviosismo sanguíneo del motivo inicial, el cual en los primeros compases sonó flácido y desganado.

Revelador es el hecho de que en la programación anual figurara la 6.ª Sinfonía de Shostakovich y que finalmente se haya optado por repetir la 5.ª , partitura muchas veces tocada por la Sinfónica. A la nueva dirección ejecutiva de la institución, entronizada hace pocas semanas, le aguarda la dificil tarea de escoger entre un modelo de orquesta en el cual, por falta de ensayos y débil presencia del director titular, se siga reciclando el repertorio de siempre u optar por el progreso cualitativo y los nuevos retos.