Crítica de música: Buena brocha, poco pincel

Versiones inacabadas y “contornos generales”

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La música de los compositores del siglo XVIII, Beethoven incluido, tenía perfiles muy definidos, casi escultóricos. De ahí que en la primera mitad del siglo XIX, a este conjunto de obras se les llamara clásicas, en contraposición con un estilo nuevo, que recién tomaba fuerza y que proponía texturas mucho más difusas.

Debido a la superposición de elementos muy diferentes y a la rápida sucesión de motivos, las composiciones que corresponden a este nuevo estilo decimonónico, que se optó por llamar romántico, requieren un trabajo minucioso: una tarea digna del orfebre florentino Benvenuto Cellini, protagonista de la ópera homónima de Berlioz, cuya obertura tocó la Sinfónica el viernes pasado en el Teatro Nacional.

Como el insigne joyero renacentista, el director invitado John Nelson debió haberse abocado al esfuerzo de pulir superficies y resaltar detalles y no conformarse con una interpretación de esta obertura que, aunque brillante, nada más destacó a grandes rasgos los aspectos rítmicos y melódicos de la composición.

Sinfonía. A pesar de que la 4ª Sinfonía de Robert Schumann corresponda a la forma de cuatro movimientos y que en ella persistan algunas estructuras más o menos clásicas, la obra es, eminentemente, romántica.

Al igual que sus piezas para piano, la música de cámara y las canciones alemanas ( lieder ), esta composición sinfónica de Schumann está llena de sutilezas melódicas, rítmicas y de color instrumental, las cuales requieren de un delicado trabajo de preparación.

En este caso también, la propuesta de Nelson se redujo a ofrecernos los contornos generales de esta partitura emblemática del romanticismo musical.

Algunos ejemplos. Ya en el inicio del primer movimiento, después de la aparición de los temas principales, fragmentos de estos se alternan y entremezclan en un exquisito diálogo de todas las secciones de la orquesta, encaje sonoro que fue apenas audible debido a una interpretación poco cuidadosa.

En el tercer movimiento, la brocha gorda fue muy efectiva para trazar el diseño del tema central potente y definido, pero el delicadísimo solo del violín que contrasta con este se mostró totalmente cubierto por el resto de la orquesta.

Tampoco el movimiento final se salvó de este tratamiento simplista y muchos detalles se quedaron en el tintero.

Sin duda alguna, el virtuosismo de la violinista estadounidense Rachel Barton salvó el honor del programa. Especialmente brillantes fueron las cadencias, que ella misma compuso para el Concierto en la mayor, de Mozart. En estos pequeños solos con carácter improvisatorio, Barton mostró un sonido potente y admirables destrezas técnicas; sin embargo, desde un punto de vista estilístico estricto, podría objetarse que tanto el sonido como el fraseo empleado no fueran completamente mozartianos.

Lastimosamente, el acompañamiento del concierto también tuvo deficiencias, de las cuales la más grave, quizás, fue una indicación equivocada del director, que hizo que la orquesta cayera sobre la solista en un momento errado.

Fuera del programa, la violinista ofreció al público unas variaciones de gran virtuosismo de la canción de origen incierto Happy Birthday to You . Esta pieza, también de su propia cosecha, recoge muchos de los recursos técnicos de los famosos Caprichos de Nicolò Paganini para violín solo.

Como conclusión, podríamos plantear nuevamente una interrogante importante sobre el futuro de la Sinfónica Nacional. ¿No debería la orquesta asignarle el tiempo necesario de ensayos a la preparación de obras de peso y valor artístico, como las que integraban el programa en cuestión? Esto cobra aún más relevancia ante el hecho de que, en pocas semanas, la agrupación afrontará el reto de presentar la 9ª Sinfonía de Gustav Mahler, una composición de gran envergadura y dificultad.