Aires del viejo mundo

Javier Ruibal: una visita esperada algo inesperada

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Es cierto, no hay duda de ello. Está claro que Javier Ruibal no es el nombre de alguien que provoque el recuerdo de algo en este país. Si contamos las personas que lo conocen, creo que con los dedos de la mano sería suficiente; las dos manos, eso sí.

Sin embargo, algo curioso sucede cuando escuchás o conocés la cancionística de este cantautor originario de Cádiz. A partir de ese momento, comienza a ser necesario escucharlo una y otra y otra vez. Tienen algo sus canciones que, en lo personal, desde Pedro Guerra, no había surgido otro cantautor que me transmitiera tantas emociones novedosas, incluyendo el rescate del asombro.

Creo que cada vez somos menos quienes nos asombramos del poco asombro o de la poca capacidad de asombro que hoy día comporta la gente en general. Esta carrera consumista ha matado por completo la fascinación y la sorpresa. Son, entonces, necesarias y urgentes muchas canciones o muchas expresiones artísticas, para sacar a la gente de su actual estado de aletargamiento por el “chunchero” y las apariencias que le rodean.

Curiosamente, las canciones de Ruibal están llenas de cosas, de objetos, de tesoros, de arquitecturas, de viajes, lugares y personas. El protagonismo de Ruibal trasciende este inventario y remonta los espacios hasta llegar a los cuerpos, la piel, los ojos y oídos y las bocas de quienes le escuchan.

La visita del cantautor gaditano obedece a una invitación que le extendió la Asociación de Compositores y Autores Costarricenses que, junto al Ayuntamiento de Cádiz, hicieron posible su llegada al país donde va a impartir un taller de ida y vuelta sobre composición de canciones. De paso, como decimos los ticos, se echó una cantadilla en el Jazz Café, junto a los nacionales de Malpaís.

Del concierto rescato la atmósfera de complicidad que se generó; después de todo se trató de un encuentro de hacedores de canciones, quienes ya saben de los efectos de las palabras cantadas. Por un lado, me sirvió la visita al lugar para escuchar al emblemático grupo nacional, que no escuchaba hace bastante rato y, desde luego, para escuchar en vivo a Ruibal.

Los nacionales están cada vez más empoderados en su dinámica musical, aunque sigo sin entender para que una marimba si casi no se usa y, cuando si le toca, no se escucha. Esa noche no la escuché. Igual que la voz de Ruibal que nos quedó como encajonada en el diseño final del sonido. Caso extraño este, pues el técnico de sonido es uno de los mejores con lo que cuenta el país. Ni lo menciono pues este detalle no le hace a su gran carrera ni siquiera un rasguño, pero queda notificado del asunto.

Javier Ruibal, por su lado, convence con su guitarra y nada más. Su fraseo vocal es libre, juguetón, fresco como la brisa del mar que todos los días le arropa su existencia allá en el viejo Cádiz. El acompañamiento de María Pretiz en el piano y en una sola canción, un lujo. Así lo reconoció el propio Ruibal. Y aunque el instrumental del grupo Malpaís fuera muy similar al del grupo que le acompañó, por ejemplo, en su disco Lo que me dice tu boca el sonido tuvo más aires caribeños que moriscos.

Estoy seguro que después de esta visita el gaditano Ruibal será cada vez más necesario de recordar; al punto que podríamos hacer eco de lo expresado por Miguel Ríos respecto a Ruibal: “Él es mi debilidad”.