Gianni Versace: un legado irreverente

Han transcurrido 20 años desde que tres balas le arrebataron la vida al modisto italiano que dio vida al fenómeno de las supermodelos y que vistió a las celebridades con un arrollador estilo kitsch

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Nadie podría cuestionar que Gianni Versace era un tipo extravagante, irreverente, fetichista, ostentoso. Su muerte también lo fue.

El 15 de julio de 1997, hace exactamente dos décadas, el modisto que conectó a Italia con Estados Unidos caía rendido en la escalinata de su mansión en Ocean Drive, en Miami, abatido por tres tiros: uno en la cara, otro detrás de su oreja izquierda y uno más en el cuello.

Portaba $1.200 en el bolsillo y en la mano llevaba los últimos ejemplares de las revistas Vogue y People.

Al lado del cadáver apareció una paloma muerta que nunca se supo si había perecido ahí por casualidad o si había sido el mensaje final de quien fuera su asesino: Andrew Cunanan, un asesino serial, gigoló desde la adolescencia, homosexual, que se voló los sesos en una casa flotante cercada por la Policía sin nunca revelar las razones del homicidio de Versace. Se las llevó con él a la tumba, si es que las había.

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Las investigaciones policiales nunca lograron comprobar que Cunanan fuera uno de los prostitutos que Versace y su pareja, Antonio D'Amico, contrataban con cierta frecuencia.

El sepelio de Versace fue, más que la despedida a uno de los más grandes e importantes íconos de la moda, un evento que capturó la atención de la prensa rosa. No es para menos; la princesa Diana de Gales y el cantante Elton John –íntimos amigos del gran Gianni– compartían una misma banca en la catedral de Milán.

Estaba presente también todo el séquito de las supermodelos a las que Versace había hecho surgir como verdaderas estrellas del espectáculo.

Punto de inflexión. Gianni Versace era el segundo de los tres hijos de la dueña de una importante boutique y un carbonero apasionado por la poesía y el arte.

Creció en los talleres de su madre, Francesca Versace, mientras leía a Homero entre las telas y la ayudaba a crear nuevos atuendos.

Quizá de ahí su fascinación por incluir referencias a la herencia griega en sus diseños, o quizá su inclinación por la arquitectura, carrera que partió a estudiar a los 18 años.

Sin embargo, lo suyo era la moda, y en 1978 abrió su propia casa de modas, con el logotipo de la cabeza de Medusa, un personaje mitológico de una mujer que se transformó en monstruo luego de ofender a los dioses.

Con su hermana Donatella como musa y el mayor de los Versace, Santo, a cargo de las finanzas, ya para la década de los 80 la firma dominaba las alfombras rojas y se posaba sobre las pieles de las más famosas estrellas.

“Versace fue uno de los diseñadores más honestos; no hay otra pretensión detrás del diseño que él propuso. La burguesía italiana había vivido mucho de la sastrería y la pretensión. Sin embargo, Versace vino con una propuesta cruda, vulgar, que no pretendía ser más que sexy ”, comenta el director de las carreras de modas de la Universidad Creativa, Rob Chamaeleo.

“Realmente, la ropa era como de mal gusto, pero cara”, agrega. “La gente aprendió a apreciarlo, porque aparte Italia se ha hecho valer mucho también por ese estilo kitsch en el arte. Los 70 y los 80 eran el tiempo correcto para llegar a esa experimentación de mal gusto, con colores rosados combinados con amarillo y formas barrocas y después palmeras”.

A Versace también se le atribuye haber creado el fenómeno de las supermodelos de los 90, al poner sobre sus pasarelas a Naomi Campbell, Carla Bruni, Linda Evangelista, Cindy Crawford o Claudia Schiffer. Incluso, llegó a fotografiar a su amiga Madonna para sus campañas.

“Gianni llevó a una nueva dimensión la proyección mediática de la moda y sus protagonistas. Apostó por mujeres explosivas, con curvas y fiereza, a las que convirtió en diosas sobre la pasarela”, destaca la revista Glamour.

El modisto italiano también debe su fama a la atención que le generaban las celebridades a las que vestía.

Liz Hurley, por ejemplo, llevó a la premier de Cuatro bodas y un funeral (1994) un vestido negro con un escote muy pronunciado, aberturas a los costados y en las piernas, con enormes gacillas doradas, que ha servido de inspiración para los atuendos de modelos y actrices en las alfombras rojas hasta hoy. Esa creación, llamada por los expertos en moda That Dress (Ese vestido) figura en el libro 100 vestidos inolvidables, de Hal Rubenstein, uno de los gurús de la moda estadounidense.

Versace también fue uno de los diseñadores recurrentes en el guardarropas de Lady Di tras su separación del príncipe Carlos. Uno de los vestidos más insignes fue el azul satinado con un solo tirante para una cena en Australia en 1996.

“No me gusta su estilo, pero sí destaco que tomó una moda del pueblo, básicamente como de las prostitutas, tallada, apretadas, de colores, despampanante, algo que nunca se consideró sobrio ni digno de high fashion , y hacer que los famosos y las supermodelos se fueran en su patín, y así arrancó”, opina el diseñador nacional Eric Mora. “Sí reconozco que su posición en el mundo de la moda es insustituible”.

La caída. El testamento que Versace había redactado en 1996, cuando se le diagnosticó un cáncer de oído, dejó al descubierto una serie de rencillas familiares.

Gianni dejó el 45% de sus acciones de Versace a su sobrina Allegra Beck, la hija de Donatella, quien entonces tenía 11 años. Aunque es la gran heredera, nunca quiso dedicarse a la alta costura.

Donatella, quien un año antes había asumido la dirección creativa de la casa de modas a causa del tratamiento de Gianni, dio un paso al frente y asumió el timón de la medusa.

Empero, la rubia de cabello siempre teñido no fue bien recibida en el cruel mundo de la moda, que apenas aceptaba a Coco Chanel entre los suyos.

Así empezó a desbordarse el imperio construido por Gianni y ya para el 2004, los números rojos se asomaban entre la contabilidad de Versace, con una facturación desplomada a la mitad y la casa al borde de su cierre.

Al siguiente año, Donatella aceptó ir a rehabilitación, tras 18 años de adicción a las drogas.

También en el 2005, se vio obligada a cerrar la marca Versus, que su hermano había creado para ella en 1989. Cuatro años más tarde, logró resucitarla con los diseños de Christopher Kane y, en el 2013, por fin volvió a la semana de la moda de Nueva York, de la mano del diseñador Anthony Vaccarello.

En el 2011, Versace vio la oportunidad de resurgir con una oferta de H&M para hacer una colección cápsula (atuendos para una pequeña colección de temporada). Meses después, la medusa retornó al calendario de la alta costura.

Para finales del 2016, la casa de modas reportó una bonanza que, sin embargo, no logró cubrir los costos de apertura de nuevas tiendas.

“El año 2016 ha significado un paso positivo en términos de facturación, un 3,7%, pero no es suficiente para absorber totalmente lo invertido en el desarrollo de la red y los costes no recurrentes relacionados con cambios en la organización”, detalla un documento mercantil de la empresa.

Hoy, Versace fabrica, distribuye y vende varias líneas, entre las que destacan prêt-à-porter , alta costura, infantil, joyas, objetos para el hogar, gafas, relojes y perfumes. Cuenta con 200 tiendas y un hotel spa , el Palazzo Versace, con sucursales en Australia y Emiratos Árabes.

“Donatella ha logrado mantener en pie, haciendo a veces difíciles equilibrios, la empresa familiar, una de las más importantes y representativas de Italia”, destaca el sitio de la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE).

No es para menos. Pese a la ausencia de Gianni, Versace siguió viva y recorre la historia de la moda a través de imágenes perdurables.

Una de ellas fue Camilla Parker Bowles, quien en el 2000 usó un vestido blanco de Versace cuando hizo pública su relación con el príncipe Carlos. Más recientemente, en el 2015, Caitlyn Jenner vistió otro vestido blanco en su nueva figura femenina para recoger el Premio Arthur Ashe al Coraje.

Después de todo, sus colecciones siempre portaron la esencia de Gianni Versace: un tipo único, auténtico, temerario, desentendido del “qué dirán”. “No creo en el buen gusto”, proclamaba con orgullo.